¡¡Recreeeoooooooooooooo!!, al escuchar aquellas mágicas palabras salíamos como almas que lleva el diablo para disfrutar de nuestro momento de esparcimiento en aquel limitado patio de luces. A pesar de sus reducidas dimensiones sabíamos sacarle partido. Esas lúdicas jornadas estaban amenizados por las inconfundibles voces femeninas, que saltaban a la comba, pisaban la goma y tocaban las palmas al ritmo de estos incunables que en alguna ocasión hemos entonado:
PLAZA REDONDA
En la plaza redonda, redonda.
Hay una zapatería, donde van las chicas guapas, a tomarse las medidas.
Se levantan la faldita, se les ve la pantorrilla,
y los chicos de vergüenza se han caído de la silla.
“Evidentemente con esta insinuante canción nació nuestra enfermiza obsesión hacia el género femenino, y fundamentalmente en lo que escondían debajo de aquellas faldas plisadas.
LA CALLE 24
En la calle-lle, veinticuatro-tro,
habido-dodo, un asesinato-to,
Una vieja-ja, mató un gato-to,
Con la punta-ta, del zapato-to.
Pobre vieja-ja, pobre gato-to,
Pobre punta-ta, del zapato-to.
“No se mis compañeros pero a mi, que esta historia estaba protagonizada por la directora del colegio”.
SOY CAPITÁN
Soy capitán, soy capitán.
De un barco inglés, de un barco inglés,
y en cada puerto tengo una mujer.
La rubia es, la rubia es,
fenomenal, fenomenal,
y la morena no está nada mal.
Si alguna vez, si alguna vez,
me he de casar, me he de casar,
me casaría con, esa mujer.
“A día de hoy esta canción ha sido prohibida por sexista, según Ley Orgánica 3/2007 de 22 de marzo”.
EL CUARTEL
Al pasar por el cuartel, se me cayó un botón,
y vino el coronel, a pegarme un bofetón.
Que bofetón me dio el cacho de animal,
que estuve siete días sin poderme levantar.
¡¡UNO, DOS, TRES, CUATRO, CINCO, SEIS Y SIETEEEEEEEEEEEEEEE!!
Las niñas bonitas, no van al cuartel,
porque los soldados, les pisan los pies.
Soldado, soldado, no me pises el pie,
porque soy pequeñita, y me puedo caer.
Si ere pequeñita, te voy a regalar,
un vestidito blanco, para ir a pasear.
Cortito de delante, larguito de detrás, con cuatro volantes.
Adiós mi capitán.
“Bastantes hostias nos llevábamos de la directora, como para ir hacer la mili”.
AL PASAR LA BARCA
Al pasar la barca,
me dijo el barquero:
las niñas bonitas
no pagan dinero.
Al volver la barca
me volvió a decir:
las niñas bonitas
no pagan aquí.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser.
Las niñas bonitas
se echan a perder.
Como soy tan fea
yo lo pagaré.
Arriba la barca
de Santa Isabel
“Canción cruel donde la haya en la que deja bien claro a las niñas que como seas fea lo vas a tener muy difícil en la vida”.
SANCHO PANZA
El verdugo Sancho Panza-za-za,
ha matado a su mujer-er-er.
Porque no tenía dinero-ero-ero
para irse, para irse,
al café-fe-fe
En el café había una vía-ia-ia,
por la vía pasa el tren-en-en
Y un lorito va diciendo-endo-endo
¡Viva Sancho, Viva España, Viva El Rey!
“Sobran los comentarios”
MAYSEFOYUTI
Maysefoyuti
tu eres chancla
Por eso yuti
Maysefoyu
La sinagoga
domenico la chacha
Por eso yuti
Maysefoyu
"Agradecería que si alguien conoce realmente la letra me lo diga, porque esta es una de las mayores dudas existenciales que me persiguen desde mi infancia".
Ajenos a estos cantos de sirena y viendo que bajo la atenta vigilancia del profesorado no podíamos levantar la falda a nuestras compañeras, nos dedicábamos a otros menesteres para aplacar nuestros prematuros pensamientos impuros y demostrar quién mandaba en el patio, si los integrantes del Grupo A que era el mío o los del Grupo B. Como es de imaginar cualquier práctica que realizábamos acababa en una cruenta batalla campal, con algún que otro castigado. Las prácticas más utilizadas eran las siguientes:
¡¡LA LLEVAS!!
Para elegir quien pagaba se utilizaban los clásicos métodos de sobra conocidos, pares/nones o en su defecto el oro/plata. El elegido tenía la peste y su función era contagiarla lo más rápido posible. Una vez pillabas a alguien le decías ¡LA LLEVAS!, y automáticamente quedabas curado y así sucesivamente. Al final era tal el follón que se montaba que no sabías quién era el apestado.
EL ESCONDITE
Aunque el patio era pequeño daba para esconderse, quien palmaba debía buscar a la gente por todos los rincones posibles. Una vez localizados acudías “a mare” y decías: ¡Por José, que está escondido detrás de los cubos!. Si conseguías encontrar a todos pagaba el primer localizado, pero había una posibilidad para volver a pagar. Si el último del grupo conseguía llegar “a mare” sin que lo pillaran salvaba a todos, pero para que fuera efectivo tenía que decir: ¡Por mí, por todos mis compañeros y por mi primero! , ante los gritos de alegría de la concurrencia.
FÚTBOL PLATA
Su mecanismo era igual al fútbol calle, es decir todo vale, pero con una ligera diferencia, el esférico a patear se fabricaba a base de unir todo el papel de plata de nuestros almuerzos hasta formar una especie de balón, el cual quedaba aplastado a los pocos minutos. A partir de ese momento el objetivo a patear eran las espinillas de tus contrincantes.
¡¡CHURRO VA!!
Este era el juego por excelencia, ¿quién no recuerda aquella mítica frase?. “Churro, media manga o mangotero, adivina lo que tengo en el mortero”. Aunque su funcionamiento parezca simple requería de una gran estrategia porque el orden de salto era fundamental para intentar derribar la fila formada por el equipo contrario. Nosotros disponíamos de tres pesos pesados que hacían de las espaldas del contrincante un verdadero infierno, aunque cuando les tocaba pagar a los del B, también utilizaban su armamento pesado. Cuando a los de mi clase nos tocaba pagar, yo era el elegido para hacer de almohadilla, ya que debido a mi corta estatura y mi peso de mosquito la cadena quedaba endeble y descompensada. Pero mi función era de gran responsabilidad porque debía controlar que los saltos fueran los más limpios posibles y no se utilizaran objetos contundes. Cuando uno de los grupos derribaba la fila, el otro como castigo se lanzaba al “montonet”, para repartir toda la leña posible.
Y así, con estos juegos y canciones disfrutábamos de nuestros almuerzos en el Corbi, donde nuestra única preocupación era no agujerear los pantalones, para evitar pasar el resto del curso con aquellas incomodas rodilleras.