martes, 19 de enero de 2010

Leche, cacao, avellanas y azúcar….

Estos son los ingredientes que han endulzado mis tardes durante gran parte de mi infancia. Aparte de terminar mezclados junto a mis jugos gástricos, decoraban las páginas de mis cuadernillos Rubio, donde con más pena que gloria aprendía el arte de la escritura inclinada. Zamparse un buen bocata de NOCILLA era de obligado cumplimento allá por los ochenta, porque además de hacer las delicias de los pequeños de la casa, su envase servía a las madres para completar la vajilla. ¿Quién no ha bebido alguna vez con el clásico vaso de NOCILLA?, supongo que cualquier persona de bien, de hecho cuando voy a comer a casa de mis padres todavía pululan aquellos vasos que tantas tardes de gloria me dieron.

Para los paladares más golosos existían dos versiones alternativas: una era la NOCILLA de dos colores, de hecho si no me falla la memoria creo que hasta había una de fresa. Pero como auténtico purista, fiel consumidor de ésta crema de cacao, jamás permití que mi madre comprara este esperpento alimenticio. La otra era una versión casera que habitualmente preparaban las abuelas cuando acudías a visitarlas, se componía de leche condensada, con una cucharada de Cola-Cao/Nesquik. Esta empalagosa mezcla hacía que el Ratoncito Pérez hiciera horas extra, porque ante tal cantidad de azúcar, tus rapaces dientes no eran capaces de sobrevivir. La forma de degustar este magnífico invento del siglo XX era múltiple y variada, podías comerla directamente del bote introduciendo el dedo, o saboreándola en espectaculares tartas de cumpleaños, mezclando este prodigioso manjar, junto a un milhojas de Galletas Rio mojadas en café, con una suave, cremosa y refrescante lámina de flan de vainilla. Pero como realmente me gustaba tomarla era de la siguiente manera: entre dos galletas María Dorada Marbú (este producto es imprescindible porque sin él perdía todo su sabor), se aplicaba una generosa capa de NOCILLA, se introducía en el congelador, y pasada una hora cuando había solidificado, la degustaba lentamente para percibir con detalle como esa explosión de sabores estallaba en mi boca.

Recetas aparte, esta maravillosa exquisitez era sinónimo de interminables sesiones televisión y de juegos callejeros, donde mi única preocupación era que mi madre comprara el tambor de LUZIL con el que regalaban chapas metálicas con las fotos de los ciclistas del momento, para correr la Vuelta Ciclista a España sin moverse del barrio. Junto a mi inseparable bocadillo me pasaba horas decorando y afilando la punta de mi peonza, para combatir en aquellas luchas encarnizadas en las que a base de golpes y empujones sacabas del círculo de tiza al resto de peonzas enemigas, o apostando canicas en polvorientas timbas, que dejaban mis rodillas hechas trizas. En alguna ocasión y debido a mi pequeña mente de pandillero juvenil, la utilicé junto a mis amigos con fines maléficos. Recuerdo que la persona encargada de velar por la seguridad y el mantenimiento del edificio donde pasábamos las vacaciones era el Sr. Rafael. En teoría estas eran sus funciones, aunque en la práctica se pasaba todo el santo día sentado en el zaguán, sobre una confortable mecedera, apurando al máximo sus cigarrillos Celtas, leyendo revistas del corazón y refunfuñando constantemente sobre lo duro que era su trabajo.

Un día nos comentó que la tarde la iba a dedicar a repasar con pintura el cerco que quedaba alrededor del pulsador de la luz. No se muy bien porque razón le boicoteamos, la cuestión es que lo hicimos. Nuestras madres ajenas al acto vandálico que íbamos a cometer nos prepararon un buen bocata con extra de NOCILLA. Esperamos agazapados dándonos dos pisos de ventaja a que el Sr. Rafael comenzara su trabajo. Todo transcurría con normalidad hasta que llegó al tercer piso, de pronto su voz quebrada debido a la cantidad de nicotina consumida a lo largo de su vida, se escuchó por todo el rellano cagándose en DIOS. Desafortunadamente para él, en cada piso que coronaba se encontraba las paredes llenas de la genuina crema de cacao. Cuando llegamos al onceavo y con los ojos llenos de lágrimas debido a nuestras carcajadas, cogimos el ascensor y bajamos a la calle como si la cosa no fuera con nosotros. Aunque jamás pudieron inculparnos por falta de pruebas, nuestras madres sabían a ciencia cierta que sus vástagos habían sido los artificies, así que como toda acción tiene su consecuencia, estuve durante un largo tiempo merendando bocadillos de mortadela con los bordes resecos.

Los años han pasando y la NUTELLA le está ganando la partida a nuestra querida NOCILLA, supongo que será por culpa de la globalización, pero pienso que el motivo principal es que todos los que nacimos durante el famoso “baby boom” de los setenta, hemos superado la treintena, somos víctimas de una alopecia incipiente y la goma de nuestras delgadas cinturas empieza a ceder de una manera preocupante, razón de más para moderar el consumo de este producto patrio. Así que desde este blog hago un llamamiento para que dejemos a un lado esos pelos y kilos de más, a ver si entre todos conseguimos que la NOCILLA vuelva a recuperar el lugar que se merece.

Ahora, cuando me preparo un bocata de esta mágica mezcla me pregunto: ¿dónde fue mi niñez?, supongo que se quedó entre aquellas paredes que el sufrido Sr. Rafael estuvo pintando durante el resto del verano y en los vasos que todavía mi madre guarda en sus armarios.

4 comentarios:

  1. Viva la mantequilla de tres colores!!!!

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  2. Josevi, me has leído el pensamiento, según avanzaba en la lectura de este artículo iba pensando en la actual guerra Nocilla vs Nutella, y cómo las preferencias de los ahora adultos se dirigen más hacia el producto italiano en detrimento del nacional.

    Volvamos a los orígenes, arriba Nocilla!

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  3. Os voy a contar una batallita relacionada con la Nocilla, ocurrió en los gloriosos años de estudiante con piso compartido ...

    De todos es sabido que por aquel entonces los estudiantes teníamos un presupuesto limitado. Yo vivía en una residencia de estudiantes donde compraban los productos de alimentación en paquetes de gran tamaño en Makro (supermercado mayorista) donde para comprar es necesario tener una tarjeta de cliente. Así que se nos ocurrió la idea de coger la acreditación de la residencia e ir a comprar en grandes cantidades productos codiciados.

    Uno de ellos fue un bote de nocilla de 5kg, con el cual pensábamos que tendríamos para pasar al menos un par de meses, pero cual fue nuestra sorpresa al comprobar que en tan solo 3 días se había acabado! 5 kilos y solo 4 estudiantes en el piso ... hagan sus propias cuentas.

    Para los que no lo sepan, este supermercado se encuentra fuera de Valencia, en un polígono industrial cerca de Albuixech, a unos 10 km de Valencia,y nuestro medio de transporte para ir a por los codiciados alimentos fue ni más ni menos que una bicicleta y unos patines en línea (para poder ir acompañado). Jeje

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  4. ¡¡¡¡ 5 kilos!!!!

    y Juanjo, no me puedo creer que no te guste el queso y sí la mantequilla de tres colores, puaff!!

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