jueves, 17 de diciembre de 2009

Navidades..... ¿blancas?

Diciembre es el mes oficial de las celebraciones, la fraternidad y los reencuentros. A parte de los compromisos familiares están las típicas cenas con la gente del gimnasio, los antiguos compañeros de universidad, los integrantes del equipo de futbol 7, y un largo etcétera de cenas y comidas que hacen que al mes le falten días para tanta celebración. Pero de entre todas ellas hay una que es de obligado cumplimiento, la que organizada la empresa.

Hacía un par de meses que me había incorporado a trabajar en la empresa y faltaba una semana para que se celebrara la cena navideña. Para ser sinceros no me hacía mucha gracia acudir porque vivo a 60 kilómetros de la cuidad y acabo de ser padre de gemelos, vamos que es un verdadero trastorno, pero comprenderéis que en mi situación no tengo alternativa, sino me presentara sería un falta de respeto hacía el jefe. Por otra parte este tipo de eventos es una buena manera de estrechar lazos con los compañeros, y más en mi caso, porque acabo de cumplir los cuarenta y ellos todavía no han llegado al cuarto de siglo, razón por la que nuestra relación se limita al ámbito estrictamente profesional. A pesar de albergar alguna duda, máxime cuando tenía que dejar a mi mujer sola con los dos mochuelos acudí a la cena con la intención de hacer acto de presencia, y una vez terminado el ágape, volver a casa para cumplir con mis obligaciones paternas.

La cena se celebraba en un afamado restaurante del centro, el jefe junto a su esposa, nos esperaban en la puerta y conforme íbamos accediendo al local para tomar asiento no felicitaban las fiestas, estrechándonos las manos, y propinándonos un candoroso abrazo. Además aquella noche estaban especialmente alegres, porque después de seis meses de espera por fin les habían entregado las llaves de su flamante Porsche Cayenne.

Una vez realizado el brindis de honor acompañado por unas breves palabras del jefe, nos sentamos a degustar el menú. Junto a mis compañeros de mesa comenzamos a hablar de trivialidades, pero después de un par de copas de un buen Rioja Reserva del 2001 el clima se fue relajando, y la conversación fue subiendo de tono. Era evidente que a aquellos pipiolos acostumbrados a beber garrafón en cualquier parque o plaza de la ciudad, un buen vino como aquel se les había subido a la cabeza, así que comenzaron a contarme sus batallitas sexuales y sus correrías nocturnas. Con el ánimo de agradar entré en el juego, les conté anécdotas de mis antiguas jaranas y que en mi pueblo me llamaban el “Pichichi”, porque era el que más metía. Poco a poco me fui metiendo a la concurrencia en el bolsillo y lo que empezó con un par de copas de aquel magnífico vino, acabó con cuatro botellas y pidiendo otra a la mesa de al lado.

Después del café, la copa y el puro de rigor tocaba retirada, pero ante la insistencia de mis jóvenes compañeros, incluido mi jefe y señora, decidí acompañarlos a un local cercano donde habían reservado la zona vip para nuestro uso y disfrute. La idea estaba muy clara, tomarme un Gin Tonic para rebajar la cena y marcharme a casa. La verdad es que cada vez me sentía más a gusto e integrado, al cabo del rato y por culpa de la maldita barra libre me había soplado tres lingotazos, así que con gran dolor de corazón decidí que había llegado el momento de marcharme, me puse el abrigo y después de despedirme de mis compañeros entre efusivos abrazados jurándonos amistad eterna, emprendí el camino hacia la salida del local.

De pronto y entre aquella marea de gente nos cruzamos las miradas, su cara me era familiar pero a esas alturas no la podía ubicar. Vestía con un traje negro de raso acompañado de un espectacular escote, no tendría más de veinte años, era rubia, con ojos color esmeralda, labios carnosos, y una nariz perfecta acorde a su belleza natural, su sedosa melena estaba decorada con un gorrito de Papa Noel, no puede evitar la tentación y reverdeciendo mis viejos laureles de pichichi me acerque a ella diciéndole: ¡¡es una pena que me tenga que marchar ya, porque me hubiera gustado tomar una copa contigo!!, a lo que respondió: ¡¡si te vas es porque quieres, nadie te obliga!!. Estuve cavilando unos segundos, mire el reloj y le dije: ¡¡en seguida vuelvo y tomamos una copa!!. No se porque lo hice, posiblemente la mezcla del alcohol y de aquella espléndida belleza había hecho que perdiera el norte. Salí del local y con gran entereza llame a mi mujer diciéndole que la velada se estaba alargando un poco, y que el jefe había prohibido terminantemente que nadie se marchara a casa antes que él. Evidentemente a ella no le hizo ninguna gracia, me recordó que estaba sola con los gemelos y que me esperaban 60 kilómetros hasta regresar a casa, pero finalmente y a regañadientes accedió.

Con mis ojos metidos en su joven y terso escote empezamos a hablar y a beber como descosidos, poco a poco y debido a la tremenda ingesta que llevaba en el cuerpo, mis facultades comenzaron a mermar, la sangre dejó de regar mi cerebro y se empezó a acumular en mis pantalones como una presa a punto de reventar, como vulgarmente se dice: “Estaba más caliente que el cenicero de un bingo”. Como una serpiente bífida y pécora a punto de clavar sus afilados colmillos me acerque a ella, cuando de pronto alguien posó su mano en mi hombro. Como mis movimientos eran lentos me costó reaccionar y cuando conseguí girarme tenía al jefe tras de mí. Sin apartar su mano de mi hombre me dijo: ¡¡Vaya, vaya Sr. Martínez veo que usted ha hecho buenas migas con mi hija!!, en ese momento el mundo cayó sobre mi cabeza, no podía articular palabra, así que decidí dar un trago a mi copa intentado deshacer el nudo que tenía en la garganta, pero cual fue mi desgracia que además del líquido también ingerí el sólido, y sin saber como me trague los dos cubitos de la copa. Mí cara comenzó a ponerse de color púrpura, el jefe me propinó unos fuertes golpes en la espalda hasta que conseguí expulsar los hielos, con tan mala suerte que fueron a parar directamente al canalillo de su espectacular hija. Como buenamente puede intenté disculparme ante aquella violenta situación, cuanto más explicaciones daba, más me hundía en mi propia mierda. Mi jefe me tranquilizó y me dijo que no pasaba nada, amablemente me propuso que me marchara a casa, pero debido a la curda que llevaba y sabiendo que vivía a 60 kilómetros de la ciudad accedió a llevarme.

Estaba completamente avergonzado, durante el camino hacia casa no solté ni palabra reflexionando sobre como una persona puede perder la dignidad y la vergüenza. A falta de cinco kilómetros empecé a sentirme mal, un sudor frío se deslizaba por mi frente, y mi estómago comenzó a funcionar como una lavadora pasada de revoluciones, fueron décimas de segundo pero cuando intenté decirle que parara, ya era demasiado tarde, había decorado su magnífico salpicadero forrado en piel y madera noble con los restos de una noche que ni él ni yo olvidaremos jamás. No recuerdo la expresión de su cara ni lo que me dijo, sólo sé, que hubiera preferido un millón de veces que aquella maldita noche me hubiera calzado a su hija, a ver como su flamante coche quedaba aderezado con los restos de mis alcohólicas entrañas.

Sin mediar palabra me dejó en la entrada del pueblo y despareció, pero mi ruina no había llegado a su fin, al llegar a casa descubrí que las llaves las había dejado en el coche, así que no tuve más remedio que llamar, cuando mi mujer me vio entrar por la puerta me pegó tal hostia que los tropezones que llevaba pegados en mi cara saltaron como muelles y caí inconsciente al suelo. Cuando conseguí despertarme estaba empapado en sudor, eran las 7 de la mañana del día 23 de diciembre, ojalá ésta patética historia hubiese sido una horrible pesadilla.


Nota del autor

Queridos amigos/as:

Si tenéis pensado salir de celebración estas navidades ojito con la bebida. La historia que acabáis de leer es verídica porque yo fui testigo de ella, bueno, para ser sinceros le ocurrió al primo de un amigo, o al hermano de su primo, o ¿fue a una amiga de mi hermana?, no lo recuerdo exactamente, de lo que estoy seguro es de qué alguien me lo contó.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Felices Fiestas

Con la llegada del sorteo de la lotería comenzaban oficialmente las vacaciones navideñas. Mientras los niños de San Idelfonso repartían alegría a unos pocos y salud a la mayoría, nosotros nos dedicábamos a decorar el árbol de navidad, mi madre ajena a todo este jolgorio aprovechaba para realizar acopio de todas las provisiones necesarias para abastecer los estómagos de nuestra extensa familia.

A parte de los dulces y frutos secos típicos de estas entrañables fechas, el producto estrella de nuestra casa para deleitar a los comensales después de las copiosas comidas, eran las “uvas con aguardiente” que mi madre preparaba de manera artesanal. La receta era muy sencilla, pero el secreto de su éxito dependía de que los productos utilizados fueran de la mejor calidad, para ello, el aguardiente lo compraba en las Bodegas Tarrasó, un pequeño comercio familiar que se dedicaba a la venta de aceites y licores, las uvas las compraba en la parada que Quiquet tenían en el mercado de Monteolivete. Una vez adquiridos los productos se introducían en un bote de cristal y se dejaban macerar hasta que las uvas debido a los efectos etílicos del aguardiente adquirían un color negruzco. Aunque era pequeño me las ingeniaba para apropiarme de este rico manjar y disfrutar de su sabor, la mejor manera de comerlo era sorbiendo todo el jugo que desprendía la uva para después masticarla lentamente, dejando una mezcla ardiente y anisada en la boca.

El mayor seguidor de esta pequeña delicatesen era mí tío que como cada año venía de Madrid para pasar las navidades con la familia. Su llegada era una de las mejores noticias, porque a parte de la alegría por verle, mi hermano y yo teníamos asegurada la correspondiente visita al circo y a la feria. Nada más llegar nos llamaba desde casa de mis abuelos y nos decía que pasáramos a recogerle al día siguiente para acudir a nuestra anual cita con la diversión. Todos los años seguíamos la misma pauta, lo primero que hacíamos era visitar la catedral y realizar una ofrenda a la Virgen de los Desamparados, luego aprovechando los puestos callejeros que se montaban en navidad, me obsequiaba con un reloj y a mi hermano con un juguete, después cogíamos un taxi y acudíamos al santo santorum de las fiestas navideñas ¡¡ LA FERIA!!.

La feria de navidad se montaba en el viejo cauce, no se porque razón pero aquel lugar me dejaba completamente hipnotizado, posiblemente fuera por aquella mezcla de olores a algodón de azúcar, castañas asadas, y el inconfundible aroma a la fritanga de embutidos, o por aquel girigay de sonidos y luces que desprendían las tómbolas y atracciones, daba igual las veces que la visitara, pero aquel magnetismo me fascinaba de tal manera que me pasaba la mayor parte del tiempo con la boca abierta.

Una vez recorrido el recinto no dedicábamos a lo que más nos gustaba, echar interminables partidas en las míticas “Carreras de Camellos”, gracias a ellas acabamos convirtiéndonos en auténticos profesionales, de hecho pienso que una de las razones por las que desaparecieron estas atracciones fue, porque cada vez que jugamos nos hacíamos con todos los premios. La mecánica del juego consistía en lo siguiente: como en una pista de atletismo habían diez calles ocupadas por camellos, a cada participante se le asignaba un camello, para hacerlos avanzar disponías de tres bolas que tenías que introducir por unos orificios que en función de su color hacían que tu camello avanzara con mayor rapidez. Los de color rojo lo hacían avanzar cuatro posiciones, los de color azul (tres), los amarillos (dos), y los verdes (una).

El maestro de ceremonias con esa voz que caracteriza a los feriantes daba la salida diciendo: ¡¡Comienza la carrera a ver quién se lo lleva!! , a partir de ese momento comenzabas a lanzar bolas como si fuera tu vida en ello, mientras tanto animaba la carrera diciendo: ¡¡Avanti tuti a tuti jorobich!! ¡¡El seis va en cabeza y el cuatro no se entera!! , pasados unos minutos sonaba una campana que daba por terminada la carrera y el director de la misma decía:¡¡ El siete ganador, el siete vencedor!! , al que le obsequiaba con una botella de cava de dudosa procedencia. Pero ahí no terminaba el asunto, porque los cinco primeros clasificados pasaban a la gran final en la que si conseguías la victoria podías elegir entre los siguientes premios: Muñeca Chochona, Payaso Nicolás o una infinidad de cachivaches que hasta los mismos chinos no se atreverían a vender en sus tiendas. Una vez vaciada la estantería de premios mi tío nos dejaba en casa y nos despedíamos hasta la comida del día de Navidad que se hacía en casa de mis abuelos.

Después del altercado que tuve con Papa Noel cuando le administre aquella tremenda paliza al confundirlo con el hombre del saco, la mañana de navidad no había ningún regalo a los pies del árbol, pero no importaba porque siguiendo la tradición familiar aquel día se reservaba para obsequiarnos con las estrenas.

Con nuestras mejores galas acudíamos a disfrutar del ágape que nuestros abuelos preparaban año tras año y consistía en: Sopa cubierta acompañada por la típica pelota de navidad, de segundo carne mechada, y para postre flan casero con piña y melocotón en almíbar. Cuando entraba en casa mí tío Miguel me esperaba en el comedor, y yo corría a través del pasillo para acabar subido en sus brazos tocando el techo. Durante la comida mi abuelo presidía la mesa, y junto a su inseparable cigarrillo nos contaba las mismas historias de siempre, aunque me las sabía de memoria no me importaba escucharlas porque para él era una gran satisfacción hacernos participes de una parte de su vida.

Una vez terminada la comida acudíamos a casa de mis tíos donde mis primos esperaban ansiosos nuestra llegada para que la abuela nos obsequiara con sus abundantes estrenas. Como mujer de costumbres que era, nos hacía colocarnos en fila empezando por el de menor edad y terminado por el mayor, una vez colocados y como si de una gran matriarca se tratara, nos hacia extender la mano y contar junto a ella aquellos billetes que según decía los guardaba debajo del colchón.

Tras un día agotador y con los bolsillos llenos de pasta sólo quedaba esperar a que la noche de reyes, los magos y sus pajes vinieran con los sacos llenos de regalos, pero esta historia la dejaremos para el año que viene.

¡¡Felices Fiestas a tod@s!!

Dedicado a los presentes y a los ausentes.

jueves, 10 de diciembre de 2009

VI. Adiós muchachos

……... compañeros de mi vida,
barra querida de aquellos tiempos.
Me toca a mí hoy emprender la retirada,
debo alejarme de mi buena muchachada.

Adiós, muchachos. Ya me voy y me resigno...
Contra el destino nadie la talla...
Se terminaron para mí todas las farras,
mi cuerpo enfermo no resiste más...

Al igual que este popular tango, los años fueron pasando y desgraciadamente aquella inseparable tropa se disolvió de misma manera en la que por primera vez nos hicimos amigos, cada uno tomó caminos distintos, pero de lo que estoy seguro es que si volviésemos a encontraros lo primero que recordaríamos sería aquella mañana en la que el enemigo opresor mordió el polvo, llevando de júbilo y alegría las vidas de todos los chavales que alguna vez jugaron en La Placeta.

Aquella destartalada fuente en la que tan buenos momentos pasamos se ha convertido en una gran losa de mármol, tras su jubilación el enemigo opresor traspasó su negocio para convertirlo en una heladería, pero lo que quedara para el resto de los días es un pegote adherido a modo de estalactita que habita en la fachada de la finca, como homenaje a los valientes que un día plantaron cara a la reacción.

¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación!


FIN

V. Y así nació la leyenda

Los días posteriores al brutal ataque los rumores fueron corriendo por el barrio como la pólvora (nunca mejor dicho), lo que hizo que nuestra particular batalla para defender el derecho a jugar en la calle acabara convirtiéndose en leyenda. Como podréis imaginar la noticia se convirtió en una gran bola de nieve, todo el mundo que habitaba en el barrio e incluso los que no, aseguraban que aquel glorioso día estuvieron presentes y fueron participes del ataque contra el enemigo opresor. Comenzaron a circular diferentes versiones al respecto a cual más increíble, en las que contaban que debido a la explosión uno de los chicos había perdido las manos, otras en las que la bomba de praliné le había estallado en plena cara, también se comentó que la tienda quedó reducida a cenizas y un largo etcétera de bulos y chismorreos alejados completamente de la realidad.

Desgraciadamente estuve bastante tiempo sin pisar la calle, aunque tuve el “privilegio” de encender la mecha, no pude disfrutar del momento en el que el barbudo tirano volvió a su tienda después de almorzar.

Mientras disfrutaba de su particular almuerzo en el bar de enfrente, nosotros detonábamos la carga. Al igual que el resto de la gente que en aquel momento estaba en La Placeta escuchó la tremenda explosión, pero aquel estruendo pasó inadvertido para él, porque como ya he contado aquel lugar era un auténtico polvorín. Una vez terminada su ración de tortilla de patatas y su correspondiente carajillo, recogió a su fiel mascota que le estaba esperando en la puerta, y juntos se dirigieron hacia la tienda. Antes de cruzar la calle observó un gran tumulto alrededor de su negocio, en ese momento un escalofrío recorrió su cuerpo avisándole que nada bueno le espera tras el gentío. Poco a poco fue abriéndose paso entre aquella marea humana hasta que consiguió ponerse en primera fila, cuando la gente se percató de quién era se produjo un silencio sepulcral y todos quedaron expectantes a su reacción.

Como se suele decir en estos casos “se nos fue la mano” , una cosa era detonar los truños en un descampado, y otra bien distinta hacerlo contra la fachada de un edificio. Los 10 gramos de pólvora que contenía el masclet produjeron un efecto devastador, formando un tremendo collage imposible describir con palabras.

Aunque sabía positivamente quienes eran los artífices de tal desperfecto no tenía pruebas para acusarnos, así que con resignación encendió un cigarrillo y junto a su perro entró a la tienda para limpiar los desperfectos. Por primera vez comprendió que nunca puedes subestimar a tu rival, y menos cuando te enfrentas a un grupo de infantes descerebrados dispuestos a todo.

Aquel 18 de marzo de 1986 a las 12:45 pm LA GUERRA HABÍA TERMINADO.

CONTINUARA…………………………………………..

viernes, 4 de diciembre de 2009

IV. Día D (Volando voy)

18 de marzo de 1986 12:00 pm comienza la operación “Kaka de Luxe”

Aquella mañana la gente apuraba las últimas horas antes de que los monumentos falleros se convirtieran en cenizas para dar paso a la primavera, nada hacia presagiar lo que estaba a punto de ocurrir.

Debido a los nervios la noche anterior no pudimos conciliar el sueño, poco a poco fuimos apareciendo todos, y esperamos a que el enemigo opresor saliera de su tienda para almorzar, sin saber que cuando volviera le habríamos obsequiado con un delicioso postre ideal para tomar después del café.

Como la misión entrañaba un gran peligro nadie se presentó voluntario para activar la carga, así que la mejor manera de elegir al mártir era realizando un sorteo a pares y nones, de manera que al final el perdedor de todas las rondas era la persona elegida para detonar la apestosa munición, por suerte o por desgracia el destino reservó para mí tan histórico momento.

Según lo previsto el día anterior el perro de nuestro nuevo amigo vació sus entrañas en el punto acordado, acto seguido y con sumo cuidado abrimos la caja del destructivo artefacto. El supermasclet descansaba sobre una tupida capa de serrín, una vez vaciada lo colocamos sobre la bomba de praliné. Hasta la fecha nunca habíamos visto ninguno, y lo que conocíamos sobre estos potentes artículos pirotécnicos eran habladurías, pero para ser sinceros bastante ciertas, porque aquello era muy parecido a un misil de crucero BGM-109 Tomahawk.

Con caras de satisfacción nos miramos sabiendo que íbamos a tener el honor de conocer en primera persona sus devastadores efectos. Aunque estaba muerto de miedo, me sentía un privilegiado porque las caras de mis compañeros revolucionarios reflejaban una sana envidia. Mientras que yo me apretaba los cordones de las zapatillas y tapaba mi cara con el pañuelo fallero, mis amigos hacían lo propio retardando la mecha, una vez finalizada la preparación nos abrazamos y gritamos al unísono: ¡Hay que derrocar a la reacción!. Después de toda esta liturgia llegó el momento crucial, la gente se fue colocando en sitios estratégicos para no perderse detalle del espectáculo, yo sólo ante el peligro me preparé para hacer estallar aquella diabólica carga.

Con el corazón completamente desbocado el poco aire que me quedaba lo utilice para soplar en la mecha y avivarla, con manos temblorosas la acerque hacia el masclet, lo prendí y entre los gritos de ánimo de mis compinches me puse a correr como jamás en vida lo había hecho. No se el tiempo que pasó y la distancia que recorrí, pero lo que si recuerdo con meridiana claridad fue el momento de la explosión. Un estruendo ensordecedor envolvió a La Placeta, debido a la onda expansiva caí al suelo, y sentí como unos ardientes trozos de metralla perforaban mi espalda y mi cabeza, aunque intenté levantarme no puede hacerlo porque estaba completamente desorientado, debido a la fuerte explosión no escuchaba absolutamente nada, era como si un ruido sordo se hubiera apoderado de mis oídos, desde el suelo y totalmente aturdido comencé a tocarme para ver si todos mis órganos y extremidades permanecían en su sitio. La mitad del grupo debido a la dantesca situación pusieron pies en polvorosa dirección a sus respectivas casas, y los pocos que quedaron fueron corriendo en mi auxilio para intentar levantarme, como buenamente pudieron me cogieron en volandas llevándome a un lugar más tranquilo.

Cuando empecé a ser consciente de la situación descubrí que aquellos trozos de ardiente metralla no eran más que escatológicos fragmentos que habían estucado mi retaguardia. Es en esos momentos descubres que tienes amigos verdaderos, porque a pesar de que estaba cubierto por una espesa capa de mierda me abrazaron gritando: ¡¡Hemos derrotado a la reacción!!. A mí me embargaba un sentimiento agridulce porque aunque habíamos ganado la guerra todavía me quedaba por librar la madre de todas las batallas, explicarle a mi progenitora como aquel nauseabundo estucado decoraba mi espalda. Conforme me marchaba hacia casa convertido en un héroe, mis camaradas revolucionarios entonaron la canción en homenaje a los compañeros caídos en acto de servicio, porque como era previsible no iba a pisar la calle durante una larga temporada.

Lo que ocurrió en casa y el castigo que recibí quedará bajo secreto sumarial, sólo puedo decir que los únicos petardos que volví a encender años después, no estaban precisamente llenos de pólvora.

CONTINUARA…………………………………………..

jueves, 3 de diciembre de 2009

III. De cartón piedra

Con la llegada de las fallas la ciudad entera era un hervidero de gente, el ruido y el olor a pólvora la recorrían de parte a parte. En nuestro barrio la falla se plantaba a escasos cincuenta metros de La Placeta, para ser sincero nunca me fijaba en el monumento que plantaban porque lo único que me interesaba realmente era quemar la mayor cantidad de pólvora posible, eso sí, siempre dentro de mi limitado presupuesto.

Como podréis imaginar aquello era un auténtico polvorín, convirtiendo a La Placeta y su fuente en un auténtico campo de batalla. Debías andar con mucho cuidado porque aquel caótico zafarrancho no entendía de razas, credos, ni religiones, y el más mínimo descuido podía traerte graves consecuencias para tu integridad, así que lo mejor para sobrevivir a la semana fallera era agenciarte un kit básico compuesto por: una mecha que permanecía encendida durante el tiempo que pasabas en la calle y sólo apagabas una vez entrabas en casa, una bolsa de petardos cuyo tamaño variaba en función del presupuesto que tuvieras disponible, calzado deportivo, y por último, el clásico pañuelo y blusón aunque no fueras miembro de ninguna falla.

La mejor manera para detonar aquellos explosivos era utilizar botellas de agua y botes de Coca-Cola, en cuyo interior depositabas el petardo con la única finalidad de reventarlo en el mayor número de trozos posibles. Para ello existía una amplia gama de material pirotécnico, pero lo más utilizado era:

Vacas: petardos de poca intensidad que lo único que hacían era levantar el polvo, pero que servían de gran alivio cuando la economía no daba para más.

Carpinteros: tenían mayor fuerza que las vacas, cuando los colocabas en alguna botella de plástico o de algún bote de Coca-Cola conseguías elevarlos unos centímetros del suelo.

Salidas: eran petardos para uso aéreo, se colocaban dentro de un tubo cartón y se lanzaban a modo de misil. La mejor manera de fabricar un buen lanzamisiles era adosando varios tubos de papel albal sujetos con cinta aislante.

Masclet: sin duda alguna la joya de la corona, y por extensión el producto más deseado por todos. Existían diferentes categorías en función de su intensidad, evidentemente los más potentes eran carísimos y sólo podían venderse a personas mayores de edad, al ser menores solo podíamos aspirar a comprar los de intensidad media, pero para nosotros eran suficientes porque causaban grandes desperfectos.

Cansados de destrozar prácticamente todos los envases que moraban por el barrio, decidimos dar un paso más en nuestra destructiva misión, así que tuvimos la brillante idea de colocar los artefactos en truños de perro y esperar agazapados viendo como la onda expansiva repartía la escatología y fétida carga. Para ello acudíamos a un descampado cercano donde los habitantes del barrio llevan a sus mascotas para que ejercieran su personal momento All-Bran. Aunque era bastante asqueroso y la mayoría de las veces me producía arcadas, recuerdo que mientras preparábamos los dispositivos nos partíamos de risa pensando en cual sería el destino de aquellos pequeños trozos de caca.

Disfrutando de tan asqueroso juego caímos en la cuenta de cual sería la venganza que por fin derrotaría al reaccionario “barbas” y a su fiel chucho, dejando a Edmond Dantès en un vulgar aprendiz.

Aunque no lo parezca era un trabajo concienzudo ya que debíamos utilizar todos los conocimientos matemáticos y físicos que teníamos a nuestro alcance. En primer lugar había que calcular el tamaño del truño, después utilizar la carga de pólvora necesaria para que el efecto fuera lo más devastador posible. Tras varias pruebas dimos con la fórmula mágica, pero había un problema logístico: ¿Cómo transportar el truño hasta la puerta de la tienda?, tras varias deliberaciones aplicamos la lógica de un dicho muy conocido “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma”, hablando en cristiano, necesitábamos un perro que plantara un pino en la puerta. Este era un verdadero problema porque ninguno de nosotros disponía del mejor amigo del hombre, si no lo conseguíamos nuestra ansiada venganza se vería truncada. Buscamos planes alternativos pero eran muy descabellados, ante tal situación comenzamos a desmoralizarnos y a tener el convencimiento de que jamás podríamos derrotar al tirano.

De repente y como una aparición mariana vimos a lo lejos a un chaval que vivía cerca de nuestra calle, aunque nunca habíamos hablado con el porque se había trasladado al barrio hacia poco tiempo, si nos conocíamos de vista. Como no teníamos nada que perder nos acercamos y le preguntamos: ¿podrías hacernos un favor?, con curiosidad contestó: ¿De que se trata?, comenzamos a contarle toda la historia y como aquel tirano nos hacía la vida imposible. Tras unos minutos de reflexión dijo: ¡podéis contar conmigo!. Posiblemente su respuesta afirmativa estuviera condicionada porque al ser nuevo en el barrio, ésta era la única oportunidad que se le presentara para hacer nuevas amistades, y no se equivocó, porque desde aquel día nos hicimos inseparables, convirtiéndose en uno de los nuestros. Una vez localizados todos los ingredientes, sólo faltaba preparar el plato de la venganza, ponerlo a cocinar, para servirlo tal y como mandan los cánones “frío”.

Al día siguiente estudiamos concienzudamente cual sería la hora más adecuada para realizar el ataque final. Como en todas las guerras tendríamos daños colaterales, pero era un precio que había que pagar para acabar definitivamente con la reacción. Después de una larga deliberación decidimos que el mejor momento para ejecutar la operación “Kaka de Luxe”, sería a las 12:00 pm del día 18 de marzo, así que lo único que nos quedaba era comprar el artefacto que la ocasión merecía. Como en una partida de póker vaciamos nuestros bolsillos hasta dejarlos literalmente sin pelusas, y juntamos todas las pesetas de las que disponíamos. C0n el dinero recaudado podíamos comprar un Supermasclet, lo llamaban así porque tenía una fuerza descomunal pero con un gran inconveniente el recorrido de la mecha era muy corto, con lo que tenías escasos segundos para encenderlo y salir por piernas, así que el único modo de ganar algo de tiempo antes de su detonación, era lijando la mecha sobre un superficie rugosa. Como este tipo de material pirotécnico estaba vetado para nosotros le pedimos al hermano mayor de uno de nosotros que nos lo comprara. Sin preguntar para que lo íbamos a utilizar accedió a nuestra petición, sin saber que ese letal artefacto iba a cambiar definitivamente la fisionomía de nuestra querida Placeta.

Ahora sólo quedaba esperar a que diera comienzo el día D, adelantándonos a la gran mascletá que se dispara cada año el día de San José en la Plaza del Ayuntamiento.

CONTINUARÁ…………………………………………

II. Pacto entre caballeros

Entre el aturdimiento y la indignación nos fuimos hacia casa, pero durante el trayecto decidimos enterrar el hacha de guerra, y aunar esfuerzos para luchar contra aquel tirano que se quería apoderar del único lugar en el que podíamos jugar sin peligro de ser atropellados, porque en esta ocasión había ultrajado el honor todos y cada de nosotros. Sin más preámbulos, nos estrechamos las manos y firmamos un pacto entre caballeros, como hizo Joaquín Sabina con su canción:

"..... yo, que siempre cumplo un pacto
cuando es entre caballeros....."

Al día siguiente planeamos comenzar con la batalla psicológica así que, al igual que un coro navideño cuando pide el aguinaldo, nos pusimos frente a su puerta a deleitarle con nuestro particular grito de guerra:

Hay que derrocar a la reacción!
¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación!

Con paso ufano y altanero se asomaba al límite que separaba el umbral de su tienda con el mármol de La Placeta, apurando su cigarrillo con mirada desafiante, mientras nosotros permanecíamos impasibles ante aquella provocación, elevando el tono de nuestro reivindicativo himno. Durante semanas acudimos cada tarde a cantarle nuestra peculiar serenata hasta que decidimos dar por terminada la misión para iniciar una nueva fase de nuestra terrible venganza.

Nos dividimos en dos grupos: por una parte estaba la D.A.C (División Acorazada Ciclista), cuyos integrantes conducían las bicicletas que estaban de moda por aquella época (Orbea, Torrot, G.A.C y BH), la otra parte del grupo estaba formada por la C.T.S (Compañía Transportada Sancheski). No quiero se modesto pero siendo sinceros éramos un verdadero grupo de élite que ya le hubiera gustado a más de un ejército tenernos entre sus filas. Yo pertenecía a la temida C.T.S. Nuestra forma de actuar era peligrosa para nuestra integridad pero letal para el enemigo. Nuestra misión consistía en lo siguiente: subidos al monopatín, bien fuera de pie, de rodillas o en cuclillas, éramos arrastrados por las potentes bicicletas sujetos con una cuerda atada al sillín, cuando habíamos alcanzado velocidad suficiente soltábamos la cuerda y nos dejábamos llevar por la inercia intentado realizar arriesgadas piruetas, que la mayoría de las veces acababan con nuestros huesos en el suelo.

Después de un par de meses de duro entrenamiento conseguimos perfeccionar la técnica de tal manera que antes de caer al suelo teníamos la capacidad de controlar la dirección del monopatín para dirigirlos hacia objetivos concretos. Con esta depurada técnica ya estábamos preparados para atacar el centro de operaciones del enemigo, así que después de solucionar algunos flecos relativos a la logística, pusimos en funcionamiento la operación “Mi barba tiene tres pelos”, que consistía en pasar con las bicicletas frente a la tienda del enemigo y con la misma precisión de un reloj suizo, saltar del monopatín dirigiéndolo como obús hacia el escaparate. Por primera vez en mucho tiempo y tras los continuos ataques, conseguimos minarle la moral de tal manera que su arrogante actitud se convirtió en irritación y furia al saber que una pandilla de revolucionarios imberbes había conseguido sacarlo de sus casillas.

En uno de los múltiples ataques con los que le obsequiamos, fue cuando perdió literalmente los papeles y, en un acceso de cólera, salió a La Placeta voz en grito, amenazando con llamar a nuestros padres e incluso a la policía para que nos dieran una buena reprimenda. Era tal el estado frenético en el que se encontraba que decimos retirarnos y dejar que las aguas volvieran a su cauce.

Tras unas semanas de calma tensa decidimos pasar a la acción pero esta vez el destino nos tenía preparada una desagradable sorpresa. Debido a un error de cálculo dos de miembros de la C.T.S perdieron su preciado monopatín en acto de servicio. Aquel día planeamos realizar un ataque combinado en el que de manera simultánea se lanzaban dos monopatines. Todo marchaba a la perfección y en el último lanzamiento los dos monopatines chocaron entre sí con tan mala fortuna que su trayectoria se desvió y fueron a parar a la entrada de la tienda del enemigo. Los dueños de los Sancheski intentaron recuperarlos, pero él fue más rápido y los confiscó. Con los ojos inyectados en sangre grito: ¡¡Ahora ya son míos, si queréis recuperarlos tendrán que venir vuestros padres a por ellos!!.

Aquel día recibimos un duro golpe, intentamos convencer a los damnificados para que contaran a sus padres que unos manguis les habían levantado los monopatines, pero no cedieron a nuestras presiones (yo tampoco lo hubiera hecho), ya que por aquel entonces un Sancheski eran palabras mayores, así que con gran dolor de corazón le contaron a sus padres la verdad del asunto para recuperar tan preciado bien. La confesión tuvo grandes consecuencias en el barrio. Casi todas las madres se conocían porque coincidían en el mercado o a la salida del colegio, así que la lista con los nombres de los implicados corrió como la pólvora. La respuesta ante tales afirmaciones fue recibida por el sector maternal con total escepticismo ya que ellas creían a pies juntillas que sus hijos no tenían nada que ver en el asunto y que la culpa era de los otros, pero, para prevenir males mayores, tomaron la determinación de confiscar los monopatines y las bicicletas hasta la resolución de los hechos.

Aunque nos costó reconocerlo, el enemigo era más fuerte de lo que imaginábamos. Sin balones para echar los míticos partidos de todos contra todos, nos dedicamos a practicar juegos menos agresivos pero igual de divertidos. Nuestro largo y pesado correctivo lo cumplimos jugando a la peonza, las canicas, y sustituimos los añorados monopatines por unos Yo-Yo Russell 5 Estrellas.

Durante el prolongado cautiverio reinó la paz, pero sólo sirvió para fraguar una venganza que cambiaría definitivamente el devenir de los tiempos, porque nuestros corazones seguían latiendo al ritmo de nuestra consigna.

Hay que derrocar a la reacción!
¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación!


CONTINUARÁ…………………………………………

martes, 1 de diciembre de 2009

I. La guerra de "dos" mundos

Negras tormentas agitan los aires,
nubes oscuras nos impiden ver,
aunque nos espere el dolor y la muerte,
contra el enemigo nos llama el deber.

El bien más preciado es la libertad,
hay que defenderla con fe y valor.

Alza la bandera revolucionaria,
que del triunfo sin cesar nos lleva en pos.

Alza la bandera revolucionaria,
que del triunfo sin cesar nos lleva en pos.

En pie pueblo obrero, a la batalla!
¡Hay que derrocar a la reacción!

¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación!

¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación

Éste era nuestro grito de guerra allá por los ochenta. Con los años supimos que era una de las canciones que cantaban los anarcosindicalistas durante la guerra civil, convirtiéndose en el himno oficial de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). No recuerdo como la aprendimos y aunque no entendíamos su significado, nos veíamos reflejados en sus versos, ya que durante años sufrimos la tiranía, el abuso de autoridad, y las injusticas de un auténtico opresor que campaba a sus anchas por el barrio.

Siempre andaba acompañado por su perro, un pastor alemán que tenía verdadera animadversión hacia los críos, en parte gracias a la doctrina recibida por su dueño. Nuestro “enemigo”, no tendría más de cincuenta años, llevaba una poblada barba canosa con tonos amarillentos, conseguidos tras muchos años de consumo de nicotina. Cuando aspiraba aquellas nocivas bocanadas parecía que de un momento a otro fuera a salir en llamas, pues el cigarrillo quedaba prácticamente oculto entre aquel rancio pelaje.

Regentaba un negocio situado en “La Placeta”, bautizada popularmente con ese nombre porque era una pequeña plaza, cuyo centro estaba coronado con una fuente que en otros tiempos manaba agua, pero que ahora se había convertido en un árido paisaje de cemento y loza. Como el barrio estaba carente de parques, los niños de las calles de alrededor acudíamos allí a descargar nuestra infantil adrenalina. El suelo que rodeaba a la destartalada fuente, era de un finísimo mármol ideal para patinar con nuestros añorados monopatines “Sancheski”, piedra angular del skateboard actual, cuya plancha de poliuretano naranja hacía verdaderas escabechinas en nuestras ya de por si castigadas extremidades. También la utilizábamos para resolver nuestras rivalidades con otros chicos del barrio jugando masivos partidos de fútbol.

Lo que más irritaba al “enemigo opresor” era que toda esta serie de lúdicas actividades las realizáramos frente a su negocio, porque según decía, sus escaparates corrían serio peligro de rotura, aparte de espantar su exigua clientela. Así que utilizando todo tipo de tácticas y artimañas, impedía el correcto desarrollo de nuestro tiempo de esparcimiento, pero a pesar de su férreo marcaje siempre conseguíamos nuestro objetivo, ya que nosotros nos amparábamos en el derecho de que la que la calle ¡¡ERA DE TODOS!! , y mientras que no jugáramos dentro de su tienda no podía decirnos nada.

Como ya he contado en alguna ocasión, siempre andábamos a la gresca con la gente que habitaba alrededor de nuestra calle. Hubo una tarde en la que uno de los nuestros recibió un ataque sorpresa, cuando nos enteramos de la noticia fuimos rápidamente a defender su honor, porque estaban terminantemente prohibidas las agresiones siempre que los grupos no fueran superiores a tres miembros. La única forma de resolver este tipo de conflictos era jugando un partido de fútbol en el Estadio Callejero de La Placeta, ganaba quién más goles consiguiera, y terminara con el mayor número de efectivos sobre el terreno de juego.

Aquella tarde nos dispusimos a jugar uno de los partidos más importantes en nuestra corta existencia, habían mancillado el honor de uno de nuestros miembros y eso era como romper la ley de ormeta en la italiana isla de Sicilia. Como auténticos caballeros legionarios acudimos a nuestra crucial cita, parecíamos aquellos valientes prisioneros de guerra ucranianos que aún a sabiendas de sus fatídicas consecuencias, ganaron y humillaron a los soldados alemanes de la Wehrmacht, en el conocido como Partido de la Muerte, que décadas después inspiró a la película, Evasión o Victoria.

Si alguna vez habéis jugado o sido testigos de este tipo de partidos, sabréis que no existen reglas definidas al respecto, aquí se aplicaba la máxima del todo vale, trallón incluido. Debido a la diversidad en las vestimentas era dificilísimo identificar a tus compañeros, de hecho pienso que la banda de Pancho Villa iba muchísimo más uniformada que nosotros, y que decir de realizar tres pases seguidos, así que la mejor manera de disputar el encuentro era recurriendo a la táctica del ¡¡Patá y avant!!.

Todo transcurría con total normalidad: patadas, codazos, tirones de camiseta, algunas gafas volando, hasta que de pronto hubo una falta al borde de la imaginaria área. Como en este tipo de encuentros la figura del árbitro no existía, los conflictos se resolvían entre todos los participantes del encuentro, y por alguno de los espontáneos espectadores, tras mucha deliberación decidimos pitar la falta. La tensión era máxima, el partido estaba muy disputado, las tablas reinaban en el marcador debido al continuo correcalles en el que se había convertido aquel combate en defensa del honor. Nuestro portero colocó una barrera de cuatro y ordenó al resto del equipo que hiciera marcaje al hombre, el mejor lanzador del equipo rival cogió el esférico con la misma sangre fría y convicción con la que Hugo Sánchez lanzaba una pena máxima, lo colocó al borde del área y pegó un tremando disparo, el balón salió despedido como un auténtico proyectil haciendo una extraordinaria parábola, que superó a la impasible barrera. Nuestro portero, con unos reflejos felinos, prolongó su brazo hasta el límite que la física y la naturaleza permiten, y consiguió desviar el potente disparo hacia el medio del terreno de juego ante la atenta mirada de la concurrencia, de repente sin que nadie lo esperara el cancerbero del equipo rival hizo acto de presencia, ya que jugamos con la versión del portero-regateador, conforme bajaba el balón, cogió impulso, y con todas sus fuerzas pegó un tremendo chut que hizo temblar los cimientos de la plaza, pero con tan mala suerte que fue a impactar contra el escaparate del “enemigo opresor”.

Por un instante todos quedamos paralizados, pero al comprobar que el escaparate no había sufrido daño alguno (posiblemente fuera blindado), dejamos que el balón continuara rodando, sin sin saber como, entre toda aquella nube de piernas apareció nuestro barbudo enemigo junto a su inseparable perro y cogió el balón, todos empezamos a recriminarle diciéndole que nos lo devolviera, pero haciendo caso omiso a nuestra petición, aprovechó el momento de confusión y delante de todos lo pinchó.

Recuerdo que se montó un verdadero guirigay, hubieron gritos, insultos, lloros, ladridos, pero como éramos pequeños teníamos todas las de perder, así que no quedo más remedio que retirarnos. Conforme nos marchábamos se quedó en la puerta de su tienda con el balón en una mano, y acariciando a su perro con la otra, sus camuflados labios dibujaban una sonrisa de satisfacción al verse ganador de la batalla, lo que no sabía era que posiblemente perdiera la guerra.



CONTINUARÁ ………………

martes, 24 de noviembre de 2009

Supercalifragilisticoespialidoso

El otro día esperando el autobús vi como una madre y su pequeño retoño andaban a la gresca. Es ese tipo de situaciones en el que muchas personas se plantean si es verdaderamente necesario tener descendencia, porque el soponcio que llevaba el niño era acojonante. La verdad es que no se porque lloraba, seguramente sería por alguna tontería, pero en esos momentos le iba la vida en ello. La madre debido al espectáculo y desbordada por la situación, cogió a su hijo del brazo y apuntándole con el dedo, en tono amenazante le dijo: ¡¡O te callas de una vez o aviso a Supernanny!!, al escuchar aquella espantosa advertencia, el niño dejó de llorar automáticamente.

Para quien no lo sepa Supernanny es un programa que emiten en Cuatro, en el que una psicóloga llamada Rocío Ramos-Paúl, se encarga de enmendar la conducta de niños díscolos, maleducados, malcriados e impertinentes, que hacen de la vida de sus padres un verdadero infierno. Es como una versión de Mary Poppins del siglo XXI, pero en lugar un mágico paraguas, lleva un bolso en el que guarda todos sus extraordinarios trucos para resolver las mil y una situaciones.

Cuando éramos pequeños nuestros padres nos amenazan con avisar al Hombre del saco sino los obedecías. La misión de este desalmado señor consistía en entrar a tu habitación, y llevarte a su casa junto con otros niños rebeldes, para sufrir un cruel y despiadado castigo. La historia sobre este misterioso y siniestro ser, me producía un tremendo desasosiego, y me atormentaba de tal manera que hacía pasarme noches enteras en estado de vigilia.

Recuerdo una gélida noche de invierno en la que el insomnio se había convertido en mi inseparable compañero de cama, por mucho que lo intentaba no conseguía conciliar el sueño, y cada minuto que pasaba crecía el temor a que el innombrable hombre del saco hiciera su terrorífica aparición. De pronto, comencé a escuchar unos ruidos extraños que provenía del fondo pasillo, en principio los atribuí a mi temerosa imaginación, pero conforme prestaba mayor atención, aquellos espeluznantes sonidos se iban acrecentando. Mi pequeño corazón comenzó a palpitar con el frenético ritmo del miedo, y un sudor frío comenzó a empapar mi canija y temblorosa osamenta, estaba completamente bloqueado, y aunque intentaba gritar con fuerza para que mis padres me escucharan, lo único que podía emitir era un pequeño hilillo de voz, así que la única opción que me quedaba era salir de la cama, y con la mayor cautela posible, abrir la puerta para comprobar que todo lo que estaba escuchando no era producto de mi imaginación.

En ese instante un escalofrío recorrió mí ya de por sí entumecido cuerpo, me quede petrificado, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, tenía ante mis ojos al temido hombre del saco dispuesto a entrar en mi habitación para llevarme a su lúgubre prisión infantil. Tras unos momentos de pánico conseguí reponerme, y tome la osada decisión de enfrentarme a él. Comencé a buscar entre mis juguetes algún objeto que sirviera para defenderme de aquel individuo, después de descartar mi espada y escudo de plástico y mi pistola con balas de ventosa, me decidí por algo más contundente, agarre una raqueta con estructura de manera, similar a de Manolo Santana cuando alcanzado la gloria ganando el torneo de Wimbledon, me coloque tras la puerta, y espere a que entrara.

No recuerdo el tiempo que paso, de lo que estoy seguro es que ese momento se me hizo eterno. Tal y como había previsto, el pomo de la puerta empezó a girar lentamente, y yo al mismo tiempo comencé a apretar con más fuerza el mango de mi raqueta. Cuando por fin se abrió la puerta, el hombre del saco entro sigilosamente en mi habitación, pero lo que no sabía es que le estaba esperando una desagradable sorpresa.

Conforme estaba depositando el saco en el suelo, le solté un raquetazo que impactó de lleno en su amplia espalda, aprovechando el aturdimiento, le propine una serie de golpes a lo largo y ancho de su cuerpo hasta dejarlo semiinconsciente. Debido al jaleo producido por la tremenda paliza, mis padres llegaron asustados a mi habitación, y cuando encendieron la luz la sorpresa fue morrocotuda.

¿Sabéis a quien administré tan cruel paliza?, pues nada más y nada menos que al gordito de rojo, o también conocido como Papá Noel. ¡¡Menuda putada!! , yo que pensaba que había liberado a todos los niños del temido hombre del saco, y resulta que el pobre anciano al que había golpeado traía en su saco un montón de regalos para mí.

Como os podréis imaginar el señor Noel nunca volvió a entrar en nuestra casa, y dejo que los Magos de Oriente se encargaran de tan difícil misión, ya que Baltasar repartía hostias como panes, de hecho cuentan que durante sus vacaciones estivales se unió a un grupo de ex–combatientes de la guerra de Vietnam, haciéndose llamar M.A Baracus.

Durante el trayecto en el autobús le pregunte al niño: ¿porque temes a Supernanny, si es una señora muy simpática y amable?, con una frialdad que me dejó absorto dijo: “para que lo sepas la encantadora Supernanny no es una mujer, en realidad es el hombre del saco que se ha sometido a una operación de cambio de sexo en Brasil, y ha cambiado su ajado y polvoriento saco por un bolso comprado en la semana fantástica de El Corte Inglés”.

Cuando pude recobrar el aliento después de tan impactante noticia, lo primero que hice al llegar a casa, fue bajar al trastero, y recuperar mi antigua raqueta en previsión de que la encantadora Supernanny aparezca en mis noches de insomnio.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La vida de los otros

El Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del Estado) conocido a nivel coloquial como la Stasi. Fue creado el 8 de febrero de 1950, su sede se ubicó en Normannesnstrasse (Berlín Oriental), albergaba un amplio complejo de edificios que ocupaban una superficie de ocho hectáreas. Entre sus muros trabajaban veinte mil personas para hacer realidad el lema “Estamos en todas partes”. Su misión era la de funcionar como un implacable servicio secreto tanto fuera como dentro de la extinta República Democrática Alemana (RDA). En 1989 y tras la caída del Muro de Berlín cesaron sus escalofriantes actividades, en las que se practicaban toda clase de torturas y vejaciones a los “supuestos” enemigos del régimen.

Cerca de seis millones de personas, dentro y fuera de la RDA, llegaron a ser espiadas, en un meticulosos trabajo llevado a cabo por 91.000 espías oficiales (uno por cada 180 habitantes del país) y 170.000 colaboradores civiles, que componían una red de informantes y delatores en empresas, escuelas, clubs deportivos, iglesias e instituciones de todo tipo. Los archivos de la Stasi recogían información sobre la vida personal de un tercio de la población de la RDA, facilitada en ocasiones por vecinos, amigos íntimos e incluso el propio cónyuge. Durante el tiempo que duro el régimen dictatorial comunista se recopilaron diecisiete millones de fichas que puestas en fila ocuparían 186 kilómetros.

Todos estos aterradores datos quedan reflejados de una manera magistral en La vida de los otros, opera prima del director alemán Florian Henckel-Donnersmarck. Esta esplendida historia recibió el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en el año 2006.

La historia, ambientada en 1984, está protagonizada por Ulrich Mühe, quien recibió el máximo galardón al mejor actor de los Premios Europeos de Cine. En ella trabaja como agente de la Stasi, cuya misión es la de espiar a una pareja de artistas, en la que la esposa se convierte en informante, debido a las extorsiones a las que se ve sometida por parte de la todopoderoso servicio secreto alemán.

Los caprichos del destino quisieron que Mühe pudiera revivir en esta película parte de su propia biografía. Al igual que el actor de la película descubrió que durante los seis años de su matrimonio su propia esposa cooperó con el Ministerio de Seguridad del Estado, filtrando puntal información sobre los movimientos de su esposo y sus colegas de profesión. Cuando su archivo personal vio la luz se habían recopilado más de 500 páginas, en el mismo informe se especificaba que en caso de una crisis nacional debía ser llevado a un campo de aislamiento especial. A día de hoy más de un millón de ciudadanos germano-orientales han solicitado leer sus expedientes.

De entre los millones de fichas y dossiers han aparecido varios que desvelan que muchos de los emigrantes españoles que regresaron en los 70 a España, formaban parte del servicio de espionaje exterior de la Stasi. Estos regresaron con la misión de acopiar cumplida información sobre la recién nacida democracia española, así como la creación de un grupo de élite para que aprendiera los conocimientos y técnicas del temido servicio secreto.

Según los datos que se desprenden de los informes desclasificados, este grupo de represión y espionaje sentó raíces de tal forma, que sus integrantes todavía conviven entre nosotros, sin que ninguno de los gobiernos que ha dirigido el país haya podido erradicarlo. Este grupo conocido como SERSEMA, es diferente a cualquier servicio secreto ya que sólo aceptan en sus filas a personas del género femenino, nunca emplean el uso de la fuerza salvo en situaciones de extrema necesidad, están especializadas en la utilización de técnicas de tortura psicológica y disuasorias, es prácticamente imposible engañarlas ya que conocen de manera precisa los movimientos y vida de los sujetos a vigilar y en la mayoría de los casos con una simple amenaza por parte de sus miembras (como diría nuestra ministra), resuelven las situaciones de crisis con gran presteza.

En los informes encontrados en las dependencias de la Stasi, apareció el texto del discurso para el ingreso en dicha organización secreta y que a continuación paso a reproducir:

“Nos reunimos aquí para aceptar a un nuevo miembro. Ahora estás ingresando en el honorable Servicio Secreto Matriarcal, el cual acoge sólo a mujeres de valor y lealtad. La zapatilla y la escoba son los instrumentos mediantes los cuales intimidaras a tus descendientes. SERSEMA está antes que cualquier otra cosa en la vida. A partir de ahora tu familia es lo primero, porque desde hoy acudirás cuando tus hijos te necesiten sin importar el día, la hora o las condiciones climatológicas. Hay dos leyes que debes obedecer sin titubear: nunca traicionarás los secretos de tus hijos y nunca revelaras nuestra información, a menos que encabeces la dirección de tu propio matriarcado"

Por sorprendente que parezca esta historia propia de una novela de John Le Carré, el SERSEMA (Servicio Secreto Matriarcal) está compuesto por todas y cada una de las madres de nuestro país.

La manera de acceder a este grupo de élite es la siguiente:

Una vez se informa a la familia con la alegre noticia de que un nuevo miembro está de camino, la madre o su defecto la persona que encabeza la dirección del matriarcado familiar, lee el discurso de ingreso obligando a la futura “miembra” del matriarcado a realizar un juramento mediante el cual, sólo desvelaran información referente a la organización cuando encabecen la cúpula de su propio matriarcado.

Si reflexionamos durante unos minutos sobre esta sorprendente información comprenderemos de una vez por todas que las muletillas y frases utilizadas por nuestras madres, así como las técnicas intimidatorias con la escoba y la zapatilla, no son fruto de la casualidad, ni de ningún sexto sentido y mucho menos de superpoderes, porque todo lo han aprendido gracias a un pétreo entrenamiento bajo la atenta mirada de la SERSEMA, y de una simbiótica transferencia de conocimientos que pasan de madres a hijas.

Mi abuela decía que la mejor educación es el ejemplo. Para clarificar toda esta maraña de sentimientos encontrados, y haciendo caso a las sabias palabras de mi querida abuela, voy a exponer unos ejemplos para entender un poco mejor las técnicas utilizadas por las “miembras” del Servicio Secreto Matriarcal.


¡¡Abrígate bien antes de salir y tapate la boca, que hay muchos constipados!!

¡¡Espérate a hacer la digestión!!

¡¡Límpiate bien detrás de las orejas y en la nuca!!

¡¡A comer y a callar!!

¡¡Hasta que no termines no te vas a levantar!!

¡¡Limpia tu habitación que parece una pocilga!!

¿Qué os creéis que esto es un hotel?

¿Mamá no lo encuentro? ¡¡Cómo vaya yo y lo encuentre verás!!

¡¡Ni pantalones, ni pantalonas!!

¡¡Coge el paraguas que va a llover!!

¡¡Me vais a volver loca entre todos!!

¿Mamá donde está? ¡¡Mira en casa de la vecina!!

¡¡Me hubiera salido más barato criar tres cerdos, por lo menos podría comerme los jamones!!

¡¡Ay, cabeza de chorlito!!

¿Estas son horas de llegar?

¡¡Anda pasa a la habitación que no te vea tu padre!!

¡¡El que avisa no es traidor!!

¡¡Sin correr te cogeré!!

Como podréis comprobar esto es sólo una muestra, porque la lista es interminable. En cada hogar siempre hay una frase intimidatoria que la jefa del matriarcado repite constantemente, en mi caso es la siguiente:

¡¡Roïn, satanás, tira para dentro que te voy a arreglar!!

Pero también tienen otras que sirven para tranquilizar a sus vástagos. La que recuerdo con gran cariño era la que nos decía mi madre cuando nos arropaba en la cama antes de dormir:

¡¡Tapate bien, que del frío que hace esta noche los pajaritos se caen de culo!!

Pero volviendo al tema que nos atañe, en un régimen dictatorial donde la cultura del miedo rige las vidas de los ciudadanos, es más que “justificable” que vecinos, amigos, o incluso el propio cónyuge se convirtieran en confidentes del Estado, porque en este caso estamos hablando de supervivencia. Pero sin lugar a dudas el dato más llamativo de todos, es que de los diecisiete millones de informes que aparecieron con la caída del muro, no existe ninguno en el que una madre haya delatado o filtrado información sobre sus hijos.

Dedicado a mi madre, y a todas las madres presentes y futuras.


Fuentes consultadas:

BERLÍN A CONCIENCIA
Capítulo 37 - DE LA STASI A LA KGB. Lichtenberg y Hohenschönhausen
De Emili J. Blasco

Mafia, S.A 100 Años de la Cosa Nostra
Eric Frattini

jueves, 12 de noviembre de 2009

Los buscavidas

Cuando eres pequeño las vacaciones estivales son eternas hasta el punto en que pierdes totalmente la noción del tiempo y como es de imaginar el aburrimiento era una palabra desconocida para nosotros. Durante aquellos largos días de ocio y diversión siempre teníamos algo que hacer. Habitualmente pasábamos toda la mañana dentro del agua hasta que los dedos se nos arrugaban como pasas y si la tarde no ofrecía ningún plan mejor acudíamos a pescar cangrejos en uno de los muchos canales que riegan los arrozales del parque natural de la Albufera, ofrenciendoles un suculento banquete a base de hígado de pollo.

Como a cualquier chico de nuestra edad el mejor lugar donde pasar las horas era en los recreativos echando unas partidas, con el joystick en una mano y con la otra sujetando una gran bolsa de chucherías. Como todavía éramos “petardos”, la paga semanal no daba para mucho, así que para subvencionar nuestros prematuros vicios había que buscar otras fuentes de financiación que no fueran los bolsillos paternos.

Existían varias maneras de conseguir unas “pesetas” extras durante las vacaciones. Las más codiciadas sin lugar a dudas eran dos: echar una mano a los dueños de las atracciones de feria que instalaban en el paseo marítimo, a cambio de veinte duros y saltar por tiempo ilimitado en las camas elásticas, y montar las terrazas de los garitos donde al caer la noche la gente se dedicaba a tomar su semanal baño de alcohol. Pero lamentablemente estos puestos estaban reservados exclusivamente para los habitantes del pueblo, así que a lo único que podíamos aspirar los veraneantes era a recoger envases de vidrio para luego canjearlos en las tiendas de ultramarinos.

En los ochenta no existía entre la población conciencia de reciclaje, todos los desperdicios se vertían al mismo contenedor, y la única forma conocida era llevar los cartones y papeles a la trapería para venderlos al peso, y los envases de vidrio o también llamados retornables a las tiendas de alimentación.

Con gran esmero nos dedicábamos a recorrer todos los rincones del pueblo para conseguir el máximo número de cascos posibles. La verdad es que racionalizábamos muy bien nuestro trabajo. El día de antes seleccionábamos la zona a explorar y después acordábamos el orden de búsqueda. En primer lugar acudíamos a los lugares donde la juventud de la época se reunía para hacer su particular “botellón, luego continuábamos la búsqueda por contenedores y para terminar peinábamos la zona de la playa rebuscando en las papeleras.

Después de jornadas maratonianas los resultados económicos no colmaban nuestras expectativas, así que decidimos urdir un plan para dar un giro al negocio, y rentabilizar al máximo nuestro trabajo, aunque los métodos utilizados no fueran muy ortodoxos, pero en el amor y en la guerra todo vale.

Durante días estudiamos al milímetro todos y cada uno de los locales con los que hacíamos nuestro particular negocio, observando sigilosamente sus normas de conducta, y su forma de vida. Tras muchas horas de investigación llegamos a la siguiente conclusión:

Pinchar en la imágen.



Evidentemente nuestro objetivo era sin lugar a dudas “Ultramarinos Porra”, pero para perfeccionar el plan había que acudir in situ para comprobar que nuestro golpe maestro iba a funcionar.

Aquella mañana aunque un poco nerviosos estábamos exultantes, parecíamos los “Rat Pack” en la “Cuadrilla de los once” con Frank Sinatra a la cabeza, dispuestos a robar los cinco mayores casinos de Las Vegas, con la única diferencia que en vez de vestir impecables trajes de corte italiano y lustrosos zapatos de piel, calzábamos unas simples cangrejeras a juego con unos “rockys” tan en boga en los estíos ochenteros.

Aprovechando la hora punta en la que las madres acudían a realizar sus compras diarias, entramos en el establecimiento para canjear nuestra preciada mercancía. La tendera que estaba al frente del negocio, como andaba estresada ante tal avalancha de gente y para despacharnos rápidamente, contaba los envases, los anotaba en un papel, y confiando en nuestra infantil inocencia, nos enviaba al fondo de la tienda para depositarlos en una jaula metálica destinada a estos menesteres.

Al final de la tienda y junto a la puerta trasera estaba este inmenso contenedor metálico con diferentes compartimentos, en los que depositabas el envase dependiendo de su marca. La parte derecha albergaba los envases de gaseosa (La Casera y La Senyera), la parte central estaba destinada a los refrescos por excelencia (Coca-Cola y Fanta), por último la parte izquierda era para las litronas. Sus cascos, junto a los de la “chispa de vida” eran los más cotizados, porque se pagaban a un precio mayor que el resto. De hecho en aquella zona de playa eran los más consumidos porque aunque nos ahora nos quejamos, los cubatas siempre han sido caros, y la mejor manera de emborracharse por poco dinero, era bebiendo unos cuantos litros de calimocho y cerveza. Junto a esta jaula había una más pequeña, bautizada por nosotros como la del “rebuig”. Allí se depositaban las botellas de vino y el resto de envases por los que no pagaban nada. Como buenos e inocentes chicos siguiendo a rajatabla las indicaciones de la amable tendera dejábamos los envases en la jaula, pasábamos por caja a cobrar y nos marchábamos.

Como estaba previsto nuestro plan había sido un éxito, ¿y os preguntareis?, ¿dónde está el truco?, pues ahora os lo explico:

Mientras que unos entraban a la tienda, el resto esperaba en la parte de atrás. La operación era muy sencilla, en vez de depositar los cascos en la jaula los sacábamos por la puerta trasera, así siempre canjeábamos los mismos. "Simple y efectivo" o como decía el Coronel John Hannibal Smith: “Me encanta que los planes salgan bien”.

Desde aquel día nuestras ganancias empezaron a crecer hasta límites insospechados, y cuanto más teníamos más queríamos, nos pasábamos días enteros jugando en los recreativos y comprando chucherías a mansalva. Así que decidimos dar una vuelta de tuerca a nuestro exitoso plan. En vez de sacar solamente nuestros envases, ya que estábamos junto a la jaula ¿Por qué no coger algunos prestados?, como podréis imaginar esta genial idea funcionó a la perfección, hasta que todas nuestras expectativas se vieron truncadas por un acontecimiento que no esperábamos, y acabo cumpliéndose la máxima de que no existe crimen perfecto.

La tienda de ultramarinos que tantas tardes de gloria nos había concedido, bajaba la persiana para siempre. Recuerdo aquel momento como si fuera ayer porque un sentimiento de culpa cayó sobre nosotros como una pesada losa y la zarpa del arrepentimiento golpeó nuestras caras. Sin ningún tipo de escrúpulos y sin pensar en las consecuencias, habíamos vendido a la Sra. Porra por 30 monedas de plata, y lo más ruin de todo es que habíamos traicionado la confianza depositada en nosotros. Como auténticos pasmarotes nos quedamos frente a la tienda viendo el trasiego de gente que se dedicaba a desmontar aquel negocio que tan fructífero había sido para nuestras avariciosas manos.

Aquel día y a pesar de nuestra corta edad, la vida nos dio un duro golpe y aprendimos una lección que jamás olvidaremos. Como Don Quijote luchando contra los molinos, esa era una batalla perdida, pero demostrando más lucidez que el chiflado caballero, nuestra tendera preferida cerró la tienda de ultramarinos para montar unos “recreativos”. Cansada de los desfalcos a los que se veía sometida, ¿pensó?: “que le limpien la jaula a otro y sus sucios beneficios los gasten en mis recreativos”.

Y así fue, el destino nos dio una segunda oportunidad para redimir nuestros pecados, y desde aquel momento firmamos un pacto no escrito en virtud del cual todos nuestros fraudulentos beneficios los invertiríamos en su nuevo negocio.

Personalmente me siento orgulloso de aquellas trastadas y por supuesto las volvería a hacer, porque servían para agudizar nuestro ingenio, nuestra creatividad y lo más importante de todo, terminábamos las vacaciones ampliando nuestra formación académica con un “Master in Business Administration”, eso sí callejero.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Barrio Sésamo

Ayer se cumplieron 40 años de la creación de Sesamo Street. La primera adaptación que se hizo en España no tuvo gran éxito, pues la Gallina Caponata y su compañero el sabio caracol Perezjil no engancharon al público infantil. Así que los dirigentes de televisión española contactaron con Kermit Love el diseñador de sus famosos muñecos, para que creara un personaje más acorde con el carácter español. Como estaba desbordado de trabajo nos colocó a un puercoespín rosa que ya había creado para otro país, y que por circunstancias lo habían rechazado. Como el personaje gustó a los directivos de la televisión española, en el año 1983 comenzó una nueva emisión del popular programa.

Todos y cada uno de nosotros pasamos tardes enteras frente al televisor, con un bocata de Nocilla en la mano, disfrutando de sus aventuras y aprendiendo las canciones que nos enseñaban los míticos habitantes del barrio. Había multitud de personajes pero mis preferidos eran: El Conde Draco, que con su elegante vestimenta, monóculo incluido, se dedicaba a enseñarnos los números, mientras que de fondo se escuchaba una gran tormenta, y los Nabucondorsitos esa pequeña familia que vivía en la maceta de Epi, y que siempre que se disponían a realizar cualquier actividad se ponía a llover tirando sus planes a la basura.

Han pasado casi treinta años desde aquella emisión, y pienso que ha llegado el momento de contar la verdadera historia de sus entrañables personajes. Detrás de sus cándidas canciones, y sus coreografías dignas de un play-back de falla, existía un lado oscuro que de una vez por todas debe ser desvelado. Probablemente a partir de hoy alguno de nosotros necesite ayuda psicológica, pero tenemos que pensar que este asunto es de vital importancia porque toda una generación ha crecido engañada, definitivamente ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio. Aquel barrio era un auténtico nido de delincuencia, la Cañada Real Galiana tan filmada por los “Callejeros” de Cuatro, es un parque infantil al lado de la gentuza que moraba en sus calles.

¿Quién no recuerda a Don Pimpón?, aquel peludo personaje que se dedicaba a viajar por todo el mundo junto a su enigmático amigo el “Maharajá de Kapurtala. Cuando llegaba de sus largos viajes nos encandilaba narrando sus increíbles historias. Pero detrás de este jodido bicho con nariz de patata se escondía el mayor traficante de drogas que ha parido madre.

Su verdadera ocupación mientras recorría la mitad del plantea, no era otra que comprar grandes partidas de estupefacientes, para luego venderlas en el barrio, y sino lo creéis aquí traigo las pruebas para demostrarlo. En principio parecía una inocente canción infantil, pero vista desde la distancia da a entender los chanchullos que llevaba entre manos nuestro amigo Don Pimpón.

“Traigo en la barba polvo africano,
y en los zapatos polvo oriental,
toqué la luna con esta mano,
y en ella tengo mi libertad.
En mis bolsillos hay cosas bellas,
piedras antiguas en mi zurrón,
guardo en mis ojos miles de estrellas,
y el mundo entero en el corazón.”

¿Polvo africano?, ¿Polvo oriental?, ¿Piedras en el zurrón?, más claro no puede estar. Esta ingenua bola de pelo era un puto traficante, que hoy en día dejaría al “Duque” como un vulgar aprendiz.

Pero en toda banda organizada existe una jerarquía, y como podréis imaginar la persona que se encargaba de vender al menudeo no podía ser otro que Chema, más conocido en los ambientes como el “panadero-inventor”. Detrás de su humilde y respetable negocio se escondía la mayor red de venta de sustancias ilegales del país, de hecho aprovechaba su mediática imágen para enviar mensajes subliminales al sector más vicioso de la población.

“Panadero soy, porque se hacer pan,
y otros con placer, se lo comerán.
Siempre se empieza echando al agua sal,
Porque sin ella, el pan soso estará.
La levadura no se puede olvidar,
si quieres que la barras se inflen de verdad.
Esta es la harina, del trigo la saque
mezclo con agua hasta que se moje bien”.

¿Esta es la harina y del trigo la saque?.......... ¡¡ Los cojones!! , esa harina a la que te refieres la trajo Don Pimpón de uno de sus múltiples viajes a Colombia, además voy a decir una cosa ¿Sabéis porque nunca conocimos al Maharajá de Kapurtala?, porque le trincaron en el aeropuerto con una maleta llena de polvo oriental.

Lo peor de todo es que ésta gente de mala calaña, se dedicaban a explicar a la juventud como hacer uso de la mercancía que el simpático Chema les había vendido. Para despejar cualquier duda al respecto, aquí disponemos de un claro ejemplo:

“Pintar, pintar, pinta sin parar.
Mojar, extender y vuelta a empezar”.


Como decía el cerdito Porky: “No se vayan todavía, aún hay más”. Siguiendo el recorrido por los sórdidos rincones del Barrio Sésamo, tenemos que hacer una parada obligada en casa de Ana. Aquella preciosa chica con pelo cardado, que siempre vestía a la moda, y que era fiel amante de la naturaleza. En principio no se le conocía oficio ni beneficio, vivía justo al lado de la caseta de Espinete, porque fue ella quién dando un paseo por el bosque lo encontró, y lo llevó a vivir al Barrio. Todos recordamos la canción que compusieron sobre ella, lo que da muchas pistas sobre su verdadera fuente de ingresos. No es por ser mal pesando pero esta bella señorita se dedicaba a la profesión más antigua del mundo, y aquí lo dice claramente:

“Ana,
soy Ana,
los chicos de este barrio quieren,
ya jugar, con
Ana,
soy Ana,
los chicos de este barrio quieren,
ya bailar.
Vamos ya
que quiero enseñaros,
lo bonito que es,
un caballito de mar.
Vamos ya
que quiero volar contigo,
a otro lugar.”

¿Enseñaros el caballito de mar?, ¿Volar contigo?, ¿Los chicos quieren jugar?, esto es depravación y los demás son tonterías. Con todos mis respetos y sin ánimo de ofender, por la cama de Ana pasaron todos lo tíos del barrio, excepto uno, el señor Julián. Ese amable quiosquero que se dedicaba a regalar caramelos a todos los niños del barrio de manera “desinteresada”, y que durante el tiempo que lo conocimos jamás se cambio de ropa, porque siempre vestía con su característica boina, su camisa de leñador roja, pantalones de pana y chaquetilla de punto gris, vamos un auténtico guarro de mirada lasciva.

Para concluir esta triste historia y como en un misterioso baile de mascaras queda por descubrir la verdadera identidad de los cabecillas del clan, dignos de una película de Martin Scorsese. Me refiero a aquel idílico matrimonio compuesto por Antonio y Matilde, padres a su vez de Ruth y Roberto. Esta mafiosa familia que de cara a la galería, desprendían amor fraternal a raudales, se dedicaban a dirigir todo el entramado de narcotráfico y prostitución desde la horchatería familiar.

Existe una ley no escrita en la que las madres siempre redimen a los hijos de sus pecados. Por lo tanto, nosotros debemos perdonar a los habitantes del Barrio Sésamo, porque todos en esta vida hemos guardado alguna vez un muerto el armario. Gracias a ellos, nuestras tardes fueron más divertidas, y el recuerdo de sus personajes y de sus canciones, siempre quedara en nuestra memoria. Para despedirme, me gustaría hacerlo con el que para mi es el auténtico “himno nacional” de toda una generación.

Es extraordinario
que vengas a jugar
con los del barrio
y a pasarlo bien
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

Con las atracciones de
ranas, monstruos, niños y dragones
y con Epi y Blas
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

Y cualquier juguete
lo puedes compartir
con Espinete
y con Don Pimpón
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

Todos los asuntos
nos irán mejor
jugando juntos
y aquí puedes estar
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Nit i Dia

A base de borracheras aprendes tres cosas importantísimas: la primera, no mezclar bebidas, la segunda, siempre sujeta a tu nivel económico, es no beber garrafón y la más importante de todas, no acostarse nunca con el estómago vacio, porque corres el grave riesgo de que la resaca de la mañana siguiente sea de una magnitud considerable.

Tras una larga noche de farra la mejor manera de lamerse las heridas era acudir a uno de los lugares más emblemáticos que haya tenido nuestra ciudad, posiblemente deberíamos movilizarnos en masa para que lo declarasen patrimonio de la humanidad, porque durante generaciones ha sido punto de encuentro para miles y me atrevería a decir para millones de almas etílicas.

Olvidaos de macrobotellones y pijadas por el estilo, si había algo en Valencia que congregaba a miles de jóvenes en un estado etílico más que lamentable era el famoso “horno de los borrachos”, aunque si no recuerdo mal su verdadero nombre era “Nit i Dia”. Estaba regentado por un amable señora que no pasaría del metro y medio, tenía el pelo canoso y cortado a lo chico, andaba un poco cojitranca y cuando la veía me recordaba a Rigodón el amigo de Willy Fog. Siempre estaba acompañada por un fiel séquito de trabajadores que se movían detrás del mostrador como verdaderas máquinas y por un tío gordo que siempre estaba fumando un puro, cuya función no sabíamos muy bien cuál era, supongo que sólo con su presencia la protección del local estaba asegurada.

Lo mejor de aquel ambiente es que jamás hubo ninguna bronca entre sus fieles, era como una gran hermandad, compartiendo efluvios etílicos, risas, potadas y algún que otro canuto, se juntaban gentes de distinto pelaje con un objetivo común, llenar sus agujeros estomacales. Aunque en aquel local y sus aledaños reinaba el caos, había un respeto mutuo hacia tus beodos compañeros, pero claro, en aquellos años no existían los “cicloestáticos” de gimnasio con las hormonas a flor de piel.

Entrar en aquel lugar era una gran odisea. Parecía la puerta del Corte Inglés el día que comienzan las rebajas. Con gran habilidad y usando el codo como palanca intentabas hacerte hueco en aquel maremagnum borrachil. Aparte del esfuerzo, debías soportar una terrible mezcla de olores que revolvían tus tripas y que por dignidad es mejor no recordar. Pero todo ese sufrimiento tenía su recompensa cuando escuchabas las palabras mágicas: ¿Qué le pongo joven?, posiblemente ése era el mejor momento de la noche.

Con gran diligencia nuestra querida y añorada señora te servía los productos estrella preparados al momento. A simple vista puede parecer el bocadillo más sencillo del mundo, pero a aquellas intempestivas horas era como comer caviar iraní mojado con el mejor champán francés.

Tenías dos opciones:

• Completo: compuesto por una abundante gama de fiambres sobre una fina capa de tomate triturado, este bocata era sin duda el más solicitado.

• Súper: explosiva mezcla de atún, con tomate y olivas, reservado exclusivamente para los estómagos más fuertes.

Adaptándose a los nuevos tiempos, incluyeron entre sus múltiples manjares los perritos calientes con extra de cebolla. Mis amigos y yo bautizamos al puesto y por extensión a la chica que lo atendía como: “La perrera municipal”. Aquello era todo un espectáculo, la pobre tenía más paciencia que un santo porque cada vez que acudíamos a nuestra cita gastronómica montábamos un cirio de cuidado, recuerdo que nada más entrar empezábamos a descojonarnos de risa y mientras abríamos hueco hacia el puesto de perritos, comenzábamos a gritar: ¡¡esa perrera buena!!, ¡¡ves preparando dos extras que ya llegamos!!., lo mejor de todo es que como ya nos conocía los tenía preparados.

Este emblemático local ha sido testigo de múltiples anécdotas que bien valdrían para publicar unos cuantos libros, y sus dueños y empleados se merecen si no un monumento, una pensión vitalicia, ya que se precisa de una gran mano izquierda para dominar a tal manada de descerebrados.

Mientras estoy escribiendo este post estoy llorando, pero no de pena ni melancolía, sino de risa, porque creo que jamás en mi vida me he reído tanto como las madrugadas que pasamos entre aquellas cuatro paredes.

Para despedirme he recopilado las incunables frases a las que nos tenía acostumbrados la directora de aquel anárquico y alcoholizado grupo, aunque agradecería vuestra colaboración para completar entre todos un trozo de la vida nocturna valenciana.

¿Qué le pongo joven?

¡¡Longa, morci y chori!!

¡¡Comple con toma!!

El agua, ¿fresqui o natu?

Hay veces que merece la pena desempolvar recuerdos y si son tan buenos como éstos mejor que mejor.

martes, 3 de noviembre de 2009

El turismo es un gran invento

Uno de los padres del turismo en nuestro país fue Pedro Zaragoza Orts, quien transformó un pueblo de pescadores y huertanos en uno de los destinos turísticos por excelencia. Tuvo el privilegio de permitir el uso del indecoroso biquini en las playas de su término municipal, enfrentándose a las autoridades franquistas y eclesiásticas que le amenazaban con la excomunión. Para ello cogió su Vespa y viajó hasta el palacio del Pardo para conseguir el beneplácito del generalísimo. Fue el autor de la redacción del primer Plan General de Ordenación Urbana en España, convirtiendo a su ciudad décadas después en ejemplo de modelo sostenible y todavía le quedó tiempo para promocionar la ciudad de Benidorm con su festival de la canción.

Aparte de la costa alicantina, en la década de los 60 y 70 todas las zonas en las que hubiera un palmo de arena y agua salada, se convirtieron en lugares de peregrinación donde bellas señoritas venidas del este de Europa exhibían sus esculturales cuerpos al sol, ante la atónita mirada del “homínido” español. Todo este boom turístico paso a ser fuente de inspiración para multitud de películas donde el españolito se convertía en un pequeño y peludo souvenir para las suaves manos del turismo extranjero.

Gracias a ello apareció la figura de José Luis López Vázquez, que aunque a primera vista parecía el típico funcionario de ministerio con ese bigotillo tan característico, era un gran seductor, pues por sus manos pasaron las mejores suecas y alemanas que por aquel entonces visitaban nuestras costas. Se convirtió en una especie de mesías para la mayor parte del sector masculino del país, porque su imagen era el vivo reflejo del español medio que anhelaba un poco de libertad en su aburrida vida.

Lamentablemente ayer fue a buscarle la “parca”, hoy todos son alabanzas hacia su persona y se recuerdan sus míticas interpretaciones en películas como: Mi querida señorita, La cabina, La Gran familia y un largo etcétera hasta llegar a más de doscientos papeles. Pero personalmente me gustaría recordarlo por su apoteósico aunque desapercibido papel junto al desaparecido Paco Martínez Soria en, “El turismo es un gran invento”, donde abandona su monacal vida en un pueblecito del interior de Aragón para rendirse a los encantos del turismo playero.

Es curioso, pero cuando en este país algún personaje del mundo de la farándula y el artisteo se marcha para el otro barrio se convierte en la mejor persona del mundo. De pronto empiezan a ensalzar su imagen diciendo que era una bellísima persona, amigo de sus amigos y toda esa clase de elogios que se suelen decir sobre el difunto y, para colmo de hipocresía, se le conceden innumerables premios y homenajes que recibe a titulo póstumo.

A nuestro particular “padrino” le llegó tarde el reconocimiento, pues no fue hasta el año 2004 cuando recibió el premio Goya de Honor a toda su trayectoria cinematográfica. Posiblemente fue porque nunca quiso ser partícipe del sindicato de actores afines a las subvenciones de la “madre patria". Pero lo que es innegable es que pasaran décadas hasta que aparezca otro actor tan grande como él.

¡¡Que te vaya bonito allá donde estés!!

lunes, 2 de noviembre de 2009

Una de Berlanga

El pasado 24 de octubre finalizó la XXX Mostra de Valencia y los responsables del certamen la dedicaron al director valenciano Luis García Berlanga por su aportación al cine patrio, y por reflejar de manera crítica, con ese humor negro que caracteriza a sus películas, el modo de vida de la sociedad española desde el franquismo hasta nuestros días.

De entre sus muchas películas cabe destacar “Bienvenido Mister Marshall”, en la que los habitantes de un pequeño pueblo llamado Villar del Río, esperan ansiosos la llegada de una comitiva del gobierno americano, para recibir las ayudas que en aquella época los EEUU ofrecieron a España para el “supuesto desarrollo del país” (Plan Marshall) a cambio de instalar bases militares. Para ello el alcalde y todos los ciudadanos de aquella población, se dedican con esmero a “tunear” sus calles como si de un decorado se tratara, para causar una buena impresión al amigo americano. A partir de ese momento todos y cada uno de sus habitantes empiezan a imaginar como en el cuento de la lechera en que utilizarán el dinero que el tío Sam trae en las alforjas.

En estos últimos meses parece que en la madrileña plaza de la Puerta del Sol hayan instalado un gran ventilador que se dedique a salpicar mierda a lo largo y ancho del país. No hay ayuntamiento, diputación o gobierno autonómico que se precie que no esté contagiado por casos de corrupción, malversación, cohecho y una larga lista de delitos a los que desafortunadamente ya estamos acostumbrados.

Como los habitantes de Villar del Río la gente que entra en política lo hace con la esperanza de ocupar, en un futuro no muy lejano, un cargo de responsabilidad con la única finalidad de recibir su personal Plan Marshall a cambio de unos cuantos contratos de dudosa legalidad. Para ello, imitando a los personajes de “La escopeta nacional”, organizan diferentes actos y saraos para entablar relación con el mayor número de amistades (peligrosas) posibles y pactar las diferentes prebendas que recibirán una vez ocupen la poltrona.

Cuando alcanzan su anhelado sueño se dedican a vivir a tutiplén a costa del dinero de los demás. Cegados por el poder hacen caso omiso a las voces de las personas que realmente le concedieron el derecho a ocupar el trono, y que no son otras que las del pueblo. Pero cuando se cometen excesos la historia suele acabar mal y, como en una mala pesadilla, los días de vino y rosas terminan sin previo aviso y pasan ante sus narices como el coche de la comitiva americana en Bienvenido Mister Marshall. De pronto todo ese mundo del “todo vale” propio de un emirato árabe de mercadillo, se convierte en cenizas y poco o nada queda ya de aquel tiempo en el que disparaban con pólvora de rey.

Lo peor de la historia es que cometer esta clase de delitos en nuestro país sale más barato que comprar un billete de avión en una compañía de low cost. En primer lugar nunca devuelven el dinero afanado y, en segundo lugar, cuando entran “Todos a la cárcel” siguen haciendo sus negocios y chanchullos al igual que antes, pero con la única diferencia que ahora tienen barrotes de por medio. Una vez cumplen su condena se dedican a disfrutar de los pingües beneficios obtenidos gracias a su personal Plan Marshall.

Y luego quedamos nosotros que como el pobre “Plácido”, nos matamos ha trabajar para pagar las letras de nuestros particulares motocarros, y pobre de nosotros como por alguna remota posibilidad se nos ocurra dejar de pagarlas, porque terminaremos “cenando como un pobre”, hasta que llegue “El verdugo” para que ejecute su letal tarea.

viernes, 30 de octubre de 2009

La séptima profecía

Una profecía es el don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras. A simple vista esta explicación puede dejar alguna que otra duda, y como ahora mismo no tenemos a Iker Jiménez para resolverlas, pienso que la mejor manera de entenderlo es con un ejemplo gráfico:

“Les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos liderazgos progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y la presidencia de Zapatero en la UE en tan sólo unos meses. Estados Unidos y Europa, dos políticas progresistas, dos liderazgos, una visión del mundo, una esperanza para muchos seres humanos”.

El pasado mes de junio en los desayunos de Europa Press se realizaron estas proféticas declaraciones, que aparte de producir alguna que otra indigestión, casi hace despertar de su tumba al mismísimo Nostradamus. La última profecía que nos dejó estremecidos a todos, nos congeló la sangre, nos hizo entrar en estado de shock y todavía hoy nos mantiene en vilo, fueron las realizadas por aquel pobre diablo que atendía al nombre de Carlos Jesús, y que en una de sus muchas apariciones en el mundillo catódico predijo lo siguiente:

“Al mundo vendrán dentro de poco 13 millones de naves de alguna confederación intergaláctica, de Ganímedes, de Constelación Orión, de Raticulín, de Alfa, de Beta. Todo esto se está preparando ya, lo está preparando Antercharán. Entonces yo simplemente estoy marcando en la frente como Cristo me dijo, a los siervos de Dios, a los que han vivido en el tiempo de Israel......... Entonces la nave, cuando se ponga arriba, echará un halo de luz, como aquí ahora mismo, estas piernas las están elevando desde un platillo volante que hay a 45.000 kilómetros de altura”.

La principal diferencia entre ellas, es que las realizadas por Carlos Jesús todavía no se han cumplido, y con el paso de los años van perdiendo crédito. Pero se ha demostrado que nuestra intergaláctica Leyre Pajín es una excelente visionaria, y que al igual que Juana de Arco ha sido injustamente juzgada. Gracias a los “liderazgos progresistas a ambos lados del Atlántico” se ha producido un acontecimiento que de manera definitiva acabara con la odiada crisis, consiguiendo por fin una bocanada de optimismo para todos los hogares españoles. Después de buscar multitud de soluciones con los famosos planes para “reactivar” la economía, hemos encontrado la solución para salir de este pozo sin fondo.

El próximo domingo celebramos la festividad de Todos los Santos, pero debido a la globalización esta fiesta de respeto y recogimiento digna de los años en los que el nacionalcatolicismo campeaba por España, ha cambiado dando un giro de 180º. La víspera de esta conmemoración cristiana, ha pasado a ser una celebración pagana convirtiéndola en el día de Halloween, en la que grandes y pequeños nos disfrazamos con fantasmales vestimentas emulando a nuestros hermanos del otro lado del charco.

En una demostración de liderazgo, progresismo y visión del mundo, todos los seres humanos contemplamos con esperanza la siniestra vestimenta de las hijas de nuestro “presidente”. Con este golpe de efecto han conseguido que para la fiesta de Halloween, se hayan agotado todos los disfraces, y todas las tiendas dedicadas a la temática gótica han vaciado sus estanterías.

Eso si es un plan de estimulo a la economía y lo demás son tonterías, así que dejémonos de historias y dediquemos nuestros esfuerzos a incentivar el consumo de estas prendas para sacar a España de la recesión.

¡¡ VIVA EL PROGRESISMO !!

martes, 27 de octubre de 2009

Duerme niña

Jamás pensé que sentiría lo que siento,
todavía tu madre te lleva dentro,
y yo te llevo en el alma.

Porque eres tú la melodía en mis canciones,
porque eres tú la que da luz a los rincones,
más oscuros de mi alma.

Te quiero niña hasta hacerme llorar,
regalo del cielo prometo cuidar,
dándote mi vida.

Y pido perdón,
por los errores que todavía no cometí,
porque yo quiero serlo todo para ti,
y me da miedo no saberte demostrar .

Que mi corazón,
fue con el tuyo con el que empezó a latir.
Y aunque la vida me congele con su aliento,
vivirán mis sentimientos sólo con oír tu voz.

Jamás pensé que se reiría mi tristeza,
tú das calor a la mañana más sombría,
me trajiste la alegría.

Porque eres tú quien da sentido a mi existencia,
porque llegaste cuando más necesitaba,
cuando la vida me ahogaba.

Te quiero niña hasta hacerme llorar,
regalo del cielo prometo cuidar,
dándote mi vida.

Y pido perdón,
por los errores que todavía no cometí,
porque yo quiero serlo todo para ti,
y me da miedo no saberte demostrar.

Que mi corazón,
fue con el tuyo con el que empezó a latir.
Y aunque la vida me congele con su aliento,
vivirán mis sentimientos sólo con oír tu voz.

Duerme niña, tú tranquila,
de tus sueños cuidaré,
y cuando.....

Tú tengas pesadillas,
yo les haré cosquillas,
para que te rías también.

Ramón Melendi - Carlota