martes, 24 de noviembre de 2009

Supercalifragilisticoespialidoso

El otro día esperando el autobús vi como una madre y su pequeño retoño andaban a la gresca. Es ese tipo de situaciones en el que muchas personas se plantean si es verdaderamente necesario tener descendencia, porque el soponcio que llevaba el niño era acojonante. La verdad es que no se porque lloraba, seguramente sería por alguna tontería, pero en esos momentos le iba la vida en ello. La madre debido al espectáculo y desbordada por la situación, cogió a su hijo del brazo y apuntándole con el dedo, en tono amenazante le dijo: ¡¡O te callas de una vez o aviso a Supernanny!!, al escuchar aquella espantosa advertencia, el niño dejó de llorar automáticamente.

Para quien no lo sepa Supernanny es un programa que emiten en Cuatro, en el que una psicóloga llamada Rocío Ramos-Paúl, se encarga de enmendar la conducta de niños díscolos, maleducados, malcriados e impertinentes, que hacen de la vida de sus padres un verdadero infierno. Es como una versión de Mary Poppins del siglo XXI, pero en lugar un mágico paraguas, lleva un bolso en el que guarda todos sus extraordinarios trucos para resolver las mil y una situaciones.

Cuando éramos pequeños nuestros padres nos amenazan con avisar al Hombre del saco sino los obedecías. La misión de este desalmado señor consistía en entrar a tu habitación, y llevarte a su casa junto con otros niños rebeldes, para sufrir un cruel y despiadado castigo. La historia sobre este misterioso y siniestro ser, me producía un tremendo desasosiego, y me atormentaba de tal manera que hacía pasarme noches enteras en estado de vigilia.

Recuerdo una gélida noche de invierno en la que el insomnio se había convertido en mi inseparable compañero de cama, por mucho que lo intentaba no conseguía conciliar el sueño, y cada minuto que pasaba crecía el temor a que el innombrable hombre del saco hiciera su terrorífica aparición. De pronto, comencé a escuchar unos ruidos extraños que provenía del fondo pasillo, en principio los atribuí a mi temerosa imaginación, pero conforme prestaba mayor atención, aquellos espeluznantes sonidos se iban acrecentando. Mi pequeño corazón comenzó a palpitar con el frenético ritmo del miedo, y un sudor frío comenzó a empapar mi canija y temblorosa osamenta, estaba completamente bloqueado, y aunque intentaba gritar con fuerza para que mis padres me escucharan, lo único que podía emitir era un pequeño hilillo de voz, así que la única opción que me quedaba era salir de la cama, y con la mayor cautela posible, abrir la puerta para comprobar que todo lo que estaba escuchando no era producto de mi imaginación.

En ese instante un escalofrío recorrió mí ya de por sí entumecido cuerpo, me quede petrificado, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, tenía ante mis ojos al temido hombre del saco dispuesto a entrar en mi habitación para llevarme a su lúgubre prisión infantil. Tras unos momentos de pánico conseguí reponerme, y tome la osada decisión de enfrentarme a él. Comencé a buscar entre mis juguetes algún objeto que sirviera para defenderme de aquel individuo, después de descartar mi espada y escudo de plástico y mi pistola con balas de ventosa, me decidí por algo más contundente, agarre una raqueta con estructura de manera, similar a de Manolo Santana cuando alcanzado la gloria ganando el torneo de Wimbledon, me coloque tras la puerta, y espere a que entrara.

No recuerdo el tiempo que paso, de lo que estoy seguro es que ese momento se me hizo eterno. Tal y como había previsto, el pomo de la puerta empezó a girar lentamente, y yo al mismo tiempo comencé a apretar con más fuerza el mango de mi raqueta. Cuando por fin se abrió la puerta, el hombre del saco entro sigilosamente en mi habitación, pero lo que no sabía es que le estaba esperando una desagradable sorpresa.

Conforme estaba depositando el saco en el suelo, le solté un raquetazo que impactó de lleno en su amplia espalda, aprovechando el aturdimiento, le propine una serie de golpes a lo largo y ancho de su cuerpo hasta dejarlo semiinconsciente. Debido al jaleo producido por la tremenda paliza, mis padres llegaron asustados a mi habitación, y cuando encendieron la luz la sorpresa fue morrocotuda.

¿Sabéis a quien administré tan cruel paliza?, pues nada más y nada menos que al gordito de rojo, o también conocido como Papá Noel. ¡¡Menuda putada!! , yo que pensaba que había liberado a todos los niños del temido hombre del saco, y resulta que el pobre anciano al que había golpeado traía en su saco un montón de regalos para mí.

Como os podréis imaginar el señor Noel nunca volvió a entrar en nuestra casa, y dejo que los Magos de Oriente se encargaran de tan difícil misión, ya que Baltasar repartía hostias como panes, de hecho cuentan que durante sus vacaciones estivales se unió a un grupo de ex–combatientes de la guerra de Vietnam, haciéndose llamar M.A Baracus.

Durante el trayecto en el autobús le pregunte al niño: ¿porque temes a Supernanny, si es una señora muy simpática y amable?, con una frialdad que me dejó absorto dijo: “para que lo sepas la encantadora Supernanny no es una mujer, en realidad es el hombre del saco que se ha sometido a una operación de cambio de sexo en Brasil, y ha cambiado su ajado y polvoriento saco por un bolso comprado en la semana fantástica de El Corte Inglés”.

Cuando pude recobrar el aliento después de tan impactante noticia, lo primero que hice al llegar a casa, fue bajar al trastero, y recuperar mi antigua raqueta en previsión de que la encantadora Supernanny aparezca en mis noches de insomnio.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La vida de los otros

El Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del Estado) conocido a nivel coloquial como la Stasi. Fue creado el 8 de febrero de 1950, su sede se ubicó en Normannesnstrasse (Berlín Oriental), albergaba un amplio complejo de edificios que ocupaban una superficie de ocho hectáreas. Entre sus muros trabajaban veinte mil personas para hacer realidad el lema “Estamos en todas partes”. Su misión era la de funcionar como un implacable servicio secreto tanto fuera como dentro de la extinta República Democrática Alemana (RDA). En 1989 y tras la caída del Muro de Berlín cesaron sus escalofriantes actividades, en las que se practicaban toda clase de torturas y vejaciones a los “supuestos” enemigos del régimen.

Cerca de seis millones de personas, dentro y fuera de la RDA, llegaron a ser espiadas, en un meticulosos trabajo llevado a cabo por 91.000 espías oficiales (uno por cada 180 habitantes del país) y 170.000 colaboradores civiles, que componían una red de informantes y delatores en empresas, escuelas, clubs deportivos, iglesias e instituciones de todo tipo. Los archivos de la Stasi recogían información sobre la vida personal de un tercio de la población de la RDA, facilitada en ocasiones por vecinos, amigos íntimos e incluso el propio cónyuge. Durante el tiempo que duro el régimen dictatorial comunista se recopilaron diecisiete millones de fichas que puestas en fila ocuparían 186 kilómetros.

Todos estos aterradores datos quedan reflejados de una manera magistral en La vida de los otros, opera prima del director alemán Florian Henckel-Donnersmarck. Esta esplendida historia recibió el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en el año 2006.

La historia, ambientada en 1984, está protagonizada por Ulrich Mühe, quien recibió el máximo galardón al mejor actor de los Premios Europeos de Cine. En ella trabaja como agente de la Stasi, cuya misión es la de espiar a una pareja de artistas, en la que la esposa se convierte en informante, debido a las extorsiones a las que se ve sometida por parte de la todopoderoso servicio secreto alemán.

Los caprichos del destino quisieron que Mühe pudiera revivir en esta película parte de su propia biografía. Al igual que el actor de la película descubrió que durante los seis años de su matrimonio su propia esposa cooperó con el Ministerio de Seguridad del Estado, filtrando puntal información sobre los movimientos de su esposo y sus colegas de profesión. Cuando su archivo personal vio la luz se habían recopilado más de 500 páginas, en el mismo informe se especificaba que en caso de una crisis nacional debía ser llevado a un campo de aislamiento especial. A día de hoy más de un millón de ciudadanos germano-orientales han solicitado leer sus expedientes.

De entre los millones de fichas y dossiers han aparecido varios que desvelan que muchos de los emigrantes españoles que regresaron en los 70 a España, formaban parte del servicio de espionaje exterior de la Stasi. Estos regresaron con la misión de acopiar cumplida información sobre la recién nacida democracia española, así como la creación de un grupo de élite para que aprendiera los conocimientos y técnicas del temido servicio secreto.

Según los datos que se desprenden de los informes desclasificados, este grupo de represión y espionaje sentó raíces de tal forma, que sus integrantes todavía conviven entre nosotros, sin que ninguno de los gobiernos que ha dirigido el país haya podido erradicarlo. Este grupo conocido como SERSEMA, es diferente a cualquier servicio secreto ya que sólo aceptan en sus filas a personas del género femenino, nunca emplean el uso de la fuerza salvo en situaciones de extrema necesidad, están especializadas en la utilización de técnicas de tortura psicológica y disuasorias, es prácticamente imposible engañarlas ya que conocen de manera precisa los movimientos y vida de los sujetos a vigilar y en la mayoría de los casos con una simple amenaza por parte de sus miembras (como diría nuestra ministra), resuelven las situaciones de crisis con gran presteza.

En los informes encontrados en las dependencias de la Stasi, apareció el texto del discurso para el ingreso en dicha organización secreta y que a continuación paso a reproducir:

“Nos reunimos aquí para aceptar a un nuevo miembro. Ahora estás ingresando en el honorable Servicio Secreto Matriarcal, el cual acoge sólo a mujeres de valor y lealtad. La zapatilla y la escoba son los instrumentos mediantes los cuales intimidaras a tus descendientes. SERSEMA está antes que cualquier otra cosa en la vida. A partir de ahora tu familia es lo primero, porque desde hoy acudirás cuando tus hijos te necesiten sin importar el día, la hora o las condiciones climatológicas. Hay dos leyes que debes obedecer sin titubear: nunca traicionarás los secretos de tus hijos y nunca revelaras nuestra información, a menos que encabeces la dirección de tu propio matriarcado"

Por sorprendente que parezca esta historia propia de una novela de John Le Carré, el SERSEMA (Servicio Secreto Matriarcal) está compuesto por todas y cada una de las madres de nuestro país.

La manera de acceder a este grupo de élite es la siguiente:

Una vez se informa a la familia con la alegre noticia de que un nuevo miembro está de camino, la madre o su defecto la persona que encabeza la dirección del matriarcado familiar, lee el discurso de ingreso obligando a la futura “miembra” del matriarcado a realizar un juramento mediante el cual, sólo desvelaran información referente a la organización cuando encabecen la cúpula de su propio matriarcado.

Si reflexionamos durante unos minutos sobre esta sorprendente información comprenderemos de una vez por todas que las muletillas y frases utilizadas por nuestras madres, así como las técnicas intimidatorias con la escoba y la zapatilla, no son fruto de la casualidad, ni de ningún sexto sentido y mucho menos de superpoderes, porque todo lo han aprendido gracias a un pétreo entrenamiento bajo la atenta mirada de la SERSEMA, y de una simbiótica transferencia de conocimientos que pasan de madres a hijas.

Mi abuela decía que la mejor educación es el ejemplo. Para clarificar toda esta maraña de sentimientos encontrados, y haciendo caso a las sabias palabras de mi querida abuela, voy a exponer unos ejemplos para entender un poco mejor las técnicas utilizadas por las “miembras” del Servicio Secreto Matriarcal.


¡¡Abrígate bien antes de salir y tapate la boca, que hay muchos constipados!!

¡¡Espérate a hacer la digestión!!

¡¡Límpiate bien detrás de las orejas y en la nuca!!

¡¡A comer y a callar!!

¡¡Hasta que no termines no te vas a levantar!!

¡¡Limpia tu habitación que parece una pocilga!!

¿Qué os creéis que esto es un hotel?

¿Mamá no lo encuentro? ¡¡Cómo vaya yo y lo encuentre verás!!

¡¡Ni pantalones, ni pantalonas!!

¡¡Coge el paraguas que va a llover!!

¡¡Me vais a volver loca entre todos!!

¿Mamá donde está? ¡¡Mira en casa de la vecina!!

¡¡Me hubiera salido más barato criar tres cerdos, por lo menos podría comerme los jamones!!

¡¡Ay, cabeza de chorlito!!

¿Estas son horas de llegar?

¡¡Anda pasa a la habitación que no te vea tu padre!!

¡¡El que avisa no es traidor!!

¡¡Sin correr te cogeré!!

Como podréis comprobar esto es sólo una muestra, porque la lista es interminable. En cada hogar siempre hay una frase intimidatoria que la jefa del matriarcado repite constantemente, en mi caso es la siguiente:

¡¡Roïn, satanás, tira para dentro que te voy a arreglar!!

Pero también tienen otras que sirven para tranquilizar a sus vástagos. La que recuerdo con gran cariño era la que nos decía mi madre cuando nos arropaba en la cama antes de dormir:

¡¡Tapate bien, que del frío que hace esta noche los pajaritos se caen de culo!!

Pero volviendo al tema que nos atañe, en un régimen dictatorial donde la cultura del miedo rige las vidas de los ciudadanos, es más que “justificable” que vecinos, amigos, o incluso el propio cónyuge se convirtieran en confidentes del Estado, porque en este caso estamos hablando de supervivencia. Pero sin lugar a dudas el dato más llamativo de todos, es que de los diecisiete millones de informes que aparecieron con la caída del muro, no existe ninguno en el que una madre haya delatado o filtrado información sobre sus hijos.

Dedicado a mi madre, y a todas las madres presentes y futuras.


Fuentes consultadas:

BERLÍN A CONCIENCIA
Capítulo 37 - DE LA STASI A LA KGB. Lichtenberg y Hohenschönhausen
De Emili J. Blasco

Mafia, S.A 100 Años de la Cosa Nostra
Eric Frattini

jueves, 12 de noviembre de 2009

Los buscavidas

Cuando eres pequeño las vacaciones estivales son eternas hasta el punto en que pierdes totalmente la noción del tiempo y como es de imaginar el aburrimiento era una palabra desconocida para nosotros. Durante aquellos largos días de ocio y diversión siempre teníamos algo que hacer. Habitualmente pasábamos toda la mañana dentro del agua hasta que los dedos se nos arrugaban como pasas y si la tarde no ofrecía ningún plan mejor acudíamos a pescar cangrejos en uno de los muchos canales que riegan los arrozales del parque natural de la Albufera, ofrenciendoles un suculento banquete a base de hígado de pollo.

Como a cualquier chico de nuestra edad el mejor lugar donde pasar las horas era en los recreativos echando unas partidas, con el joystick en una mano y con la otra sujetando una gran bolsa de chucherías. Como todavía éramos “petardos”, la paga semanal no daba para mucho, así que para subvencionar nuestros prematuros vicios había que buscar otras fuentes de financiación que no fueran los bolsillos paternos.

Existían varias maneras de conseguir unas “pesetas” extras durante las vacaciones. Las más codiciadas sin lugar a dudas eran dos: echar una mano a los dueños de las atracciones de feria que instalaban en el paseo marítimo, a cambio de veinte duros y saltar por tiempo ilimitado en las camas elásticas, y montar las terrazas de los garitos donde al caer la noche la gente se dedicaba a tomar su semanal baño de alcohol. Pero lamentablemente estos puestos estaban reservados exclusivamente para los habitantes del pueblo, así que a lo único que podíamos aspirar los veraneantes era a recoger envases de vidrio para luego canjearlos en las tiendas de ultramarinos.

En los ochenta no existía entre la población conciencia de reciclaje, todos los desperdicios se vertían al mismo contenedor, y la única forma conocida era llevar los cartones y papeles a la trapería para venderlos al peso, y los envases de vidrio o también llamados retornables a las tiendas de alimentación.

Con gran esmero nos dedicábamos a recorrer todos los rincones del pueblo para conseguir el máximo número de cascos posibles. La verdad es que racionalizábamos muy bien nuestro trabajo. El día de antes seleccionábamos la zona a explorar y después acordábamos el orden de búsqueda. En primer lugar acudíamos a los lugares donde la juventud de la época se reunía para hacer su particular “botellón, luego continuábamos la búsqueda por contenedores y para terminar peinábamos la zona de la playa rebuscando en las papeleras.

Después de jornadas maratonianas los resultados económicos no colmaban nuestras expectativas, así que decidimos urdir un plan para dar un giro al negocio, y rentabilizar al máximo nuestro trabajo, aunque los métodos utilizados no fueran muy ortodoxos, pero en el amor y en la guerra todo vale.

Durante días estudiamos al milímetro todos y cada uno de los locales con los que hacíamos nuestro particular negocio, observando sigilosamente sus normas de conducta, y su forma de vida. Tras muchas horas de investigación llegamos a la siguiente conclusión:

Pinchar en la imágen.



Evidentemente nuestro objetivo era sin lugar a dudas “Ultramarinos Porra”, pero para perfeccionar el plan había que acudir in situ para comprobar que nuestro golpe maestro iba a funcionar.

Aquella mañana aunque un poco nerviosos estábamos exultantes, parecíamos los “Rat Pack” en la “Cuadrilla de los once” con Frank Sinatra a la cabeza, dispuestos a robar los cinco mayores casinos de Las Vegas, con la única diferencia que en vez de vestir impecables trajes de corte italiano y lustrosos zapatos de piel, calzábamos unas simples cangrejeras a juego con unos “rockys” tan en boga en los estíos ochenteros.

Aprovechando la hora punta en la que las madres acudían a realizar sus compras diarias, entramos en el establecimiento para canjear nuestra preciada mercancía. La tendera que estaba al frente del negocio, como andaba estresada ante tal avalancha de gente y para despacharnos rápidamente, contaba los envases, los anotaba en un papel, y confiando en nuestra infantil inocencia, nos enviaba al fondo de la tienda para depositarlos en una jaula metálica destinada a estos menesteres.

Al final de la tienda y junto a la puerta trasera estaba este inmenso contenedor metálico con diferentes compartimentos, en los que depositabas el envase dependiendo de su marca. La parte derecha albergaba los envases de gaseosa (La Casera y La Senyera), la parte central estaba destinada a los refrescos por excelencia (Coca-Cola y Fanta), por último la parte izquierda era para las litronas. Sus cascos, junto a los de la “chispa de vida” eran los más cotizados, porque se pagaban a un precio mayor que el resto. De hecho en aquella zona de playa eran los más consumidos porque aunque nos ahora nos quejamos, los cubatas siempre han sido caros, y la mejor manera de emborracharse por poco dinero, era bebiendo unos cuantos litros de calimocho y cerveza. Junto a esta jaula había una más pequeña, bautizada por nosotros como la del “rebuig”. Allí se depositaban las botellas de vino y el resto de envases por los que no pagaban nada. Como buenos e inocentes chicos siguiendo a rajatabla las indicaciones de la amable tendera dejábamos los envases en la jaula, pasábamos por caja a cobrar y nos marchábamos.

Como estaba previsto nuestro plan había sido un éxito, ¿y os preguntareis?, ¿dónde está el truco?, pues ahora os lo explico:

Mientras que unos entraban a la tienda, el resto esperaba en la parte de atrás. La operación era muy sencilla, en vez de depositar los cascos en la jaula los sacábamos por la puerta trasera, así siempre canjeábamos los mismos. "Simple y efectivo" o como decía el Coronel John Hannibal Smith: “Me encanta que los planes salgan bien”.

Desde aquel día nuestras ganancias empezaron a crecer hasta límites insospechados, y cuanto más teníamos más queríamos, nos pasábamos días enteros jugando en los recreativos y comprando chucherías a mansalva. Así que decidimos dar una vuelta de tuerca a nuestro exitoso plan. En vez de sacar solamente nuestros envases, ya que estábamos junto a la jaula ¿Por qué no coger algunos prestados?, como podréis imaginar esta genial idea funcionó a la perfección, hasta que todas nuestras expectativas se vieron truncadas por un acontecimiento que no esperábamos, y acabo cumpliéndose la máxima de que no existe crimen perfecto.

La tienda de ultramarinos que tantas tardes de gloria nos había concedido, bajaba la persiana para siempre. Recuerdo aquel momento como si fuera ayer porque un sentimiento de culpa cayó sobre nosotros como una pesada losa y la zarpa del arrepentimiento golpeó nuestras caras. Sin ningún tipo de escrúpulos y sin pensar en las consecuencias, habíamos vendido a la Sra. Porra por 30 monedas de plata, y lo más ruin de todo es que habíamos traicionado la confianza depositada en nosotros. Como auténticos pasmarotes nos quedamos frente a la tienda viendo el trasiego de gente que se dedicaba a desmontar aquel negocio que tan fructífero había sido para nuestras avariciosas manos.

Aquel día y a pesar de nuestra corta edad, la vida nos dio un duro golpe y aprendimos una lección que jamás olvidaremos. Como Don Quijote luchando contra los molinos, esa era una batalla perdida, pero demostrando más lucidez que el chiflado caballero, nuestra tendera preferida cerró la tienda de ultramarinos para montar unos “recreativos”. Cansada de los desfalcos a los que se veía sometida, ¿pensó?: “que le limpien la jaula a otro y sus sucios beneficios los gasten en mis recreativos”.

Y así fue, el destino nos dio una segunda oportunidad para redimir nuestros pecados, y desde aquel momento firmamos un pacto no escrito en virtud del cual todos nuestros fraudulentos beneficios los invertiríamos en su nuevo negocio.

Personalmente me siento orgulloso de aquellas trastadas y por supuesto las volvería a hacer, porque servían para agudizar nuestro ingenio, nuestra creatividad y lo más importante de todo, terminábamos las vacaciones ampliando nuestra formación académica con un “Master in Business Administration”, eso sí callejero.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Barrio Sésamo

Ayer se cumplieron 40 años de la creación de Sesamo Street. La primera adaptación que se hizo en España no tuvo gran éxito, pues la Gallina Caponata y su compañero el sabio caracol Perezjil no engancharon al público infantil. Así que los dirigentes de televisión española contactaron con Kermit Love el diseñador de sus famosos muñecos, para que creara un personaje más acorde con el carácter español. Como estaba desbordado de trabajo nos colocó a un puercoespín rosa que ya había creado para otro país, y que por circunstancias lo habían rechazado. Como el personaje gustó a los directivos de la televisión española, en el año 1983 comenzó una nueva emisión del popular programa.

Todos y cada uno de nosotros pasamos tardes enteras frente al televisor, con un bocata de Nocilla en la mano, disfrutando de sus aventuras y aprendiendo las canciones que nos enseñaban los míticos habitantes del barrio. Había multitud de personajes pero mis preferidos eran: El Conde Draco, que con su elegante vestimenta, monóculo incluido, se dedicaba a enseñarnos los números, mientras que de fondo se escuchaba una gran tormenta, y los Nabucondorsitos esa pequeña familia que vivía en la maceta de Epi, y que siempre que se disponían a realizar cualquier actividad se ponía a llover tirando sus planes a la basura.

Han pasado casi treinta años desde aquella emisión, y pienso que ha llegado el momento de contar la verdadera historia de sus entrañables personajes. Detrás de sus cándidas canciones, y sus coreografías dignas de un play-back de falla, existía un lado oscuro que de una vez por todas debe ser desvelado. Probablemente a partir de hoy alguno de nosotros necesite ayuda psicológica, pero tenemos que pensar que este asunto es de vital importancia porque toda una generación ha crecido engañada, definitivamente ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio. Aquel barrio era un auténtico nido de delincuencia, la Cañada Real Galiana tan filmada por los “Callejeros” de Cuatro, es un parque infantil al lado de la gentuza que moraba en sus calles.

¿Quién no recuerda a Don Pimpón?, aquel peludo personaje que se dedicaba a viajar por todo el mundo junto a su enigmático amigo el “Maharajá de Kapurtala. Cuando llegaba de sus largos viajes nos encandilaba narrando sus increíbles historias. Pero detrás de este jodido bicho con nariz de patata se escondía el mayor traficante de drogas que ha parido madre.

Su verdadera ocupación mientras recorría la mitad del plantea, no era otra que comprar grandes partidas de estupefacientes, para luego venderlas en el barrio, y sino lo creéis aquí traigo las pruebas para demostrarlo. En principio parecía una inocente canción infantil, pero vista desde la distancia da a entender los chanchullos que llevaba entre manos nuestro amigo Don Pimpón.

“Traigo en la barba polvo africano,
y en los zapatos polvo oriental,
toqué la luna con esta mano,
y en ella tengo mi libertad.
En mis bolsillos hay cosas bellas,
piedras antiguas en mi zurrón,
guardo en mis ojos miles de estrellas,
y el mundo entero en el corazón.”

¿Polvo africano?, ¿Polvo oriental?, ¿Piedras en el zurrón?, más claro no puede estar. Esta ingenua bola de pelo era un puto traficante, que hoy en día dejaría al “Duque” como un vulgar aprendiz.

Pero en toda banda organizada existe una jerarquía, y como podréis imaginar la persona que se encargaba de vender al menudeo no podía ser otro que Chema, más conocido en los ambientes como el “panadero-inventor”. Detrás de su humilde y respetable negocio se escondía la mayor red de venta de sustancias ilegales del país, de hecho aprovechaba su mediática imágen para enviar mensajes subliminales al sector más vicioso de la población.

“Panadero soy, porque se hacer pan,
y otros con placer, se lo comerán.
Siempre se empieza echando al agua sal,
Porque sin ella, el pan soso estará.
La levadura no se puede olvidar,
si quieres que la barras se inflen de verdad.
Esta es la harina, del trigo la saque
mezclo con agua hasta que se moje bien”.

¿Esta es la harina y del trigo la saque?.......... ¡¡ Los cojones!! , esa harina a la que te refieres la trajo Don Pimpón de uno de sus múltiples viajes a Colombia, además voy a decir una cosa ¿Sabéis porque nunca conocimos al Maharajá de Kapurtala?, porque le trincaron en el aeropuerto con una maleta llena de polvo oriental.

Lo peor de todo es que ésta gente de mala calaña, se dedicaban a explicar a la juventud como hacer uso de la mercancía que el simpático Chema les había vendido. Para despejar cualquier duda al respecto, aquí disponemos de un claro ejemplo:

“Pintar, pintar, pinta sin parar.
Mojar, extender y vuelta a empezar”.


Como decía el cerdito Porky: “No se vayan todavía, aún hay más”. Siguiendo el recorrido por los sórdidos rincones del Barrio Sésamo, tenemos que hacer una parada obligada en casa de Ana. Aquella preciosa chica con pelo cardado, que siempre vestía a la moda, y que era fiel amante de la naturaleza. En principio no se le conocía oficio ni beneficio, vivía justo al lado de la caseta de Espinete, porque fue ella quién dando un paseo por el bosque lo encontró, y lo llevó a vivir al Barrio. Todos recordamos la canción que compusieron sobre ella, lo que da muchas pistas sobre su verdadera fuente de ingresos. No es por ser mal pesando pero esta bella señorita se dedicaba a la profesión más antigua del mundo, y aquí lo dice claramente:

“Ana,
soy Ana,
los chicos de este barrio quieren,
ya jugar, con
Ana,
soy Ana,
los chicos de este barrio quieren,
ya bailar.
Vamos ya
que quiero enseñaros,
lo bonito que es,
un caballito de mar.
Vamos ya
que quiero volar contigo,
a otro lugar.”

¿Enseñaros el caballito de mar?, ¿Volar contigo?, ¿Los chicos quieren jugar?, esto es depravación y los demás son tonterías. Con todos mis respetos y sin ánimo de ofender, por la cama de Ana pasaron todos lo tíos del barrio, excepto uno, el señor Julián. Ese amable quiosquero que se dedicaba a regalar caramelos a todos los niños del barrio de manera “desinteresada”, y que durante el tiempo que lo conocimos jamás se cambio de ropa, porque siempre vestía con su característica boina, su camisa de leñador roja, pantalones de pana y chaquetilla de punto gris, vamos un auténtico guarro de mirada lasciva.

Para concluir esta triste historia y como en un misterioso baile de mascaras queda por descubrir la verdadera identidad de los cabecillas del clan, dignos de una película de Martin Scorsese. Me refiero a aquel idílico matrimonio compuesto por Antonio y Matilde, padres a su vez de Ruth y Roberto. Esta mafiosa familia que de cara a la galería, desprendían amor fraternal a raudales, se dedicaban a dirigir todo el entramado de narcotráfico y prostitución desde la horchatería familiar.

Existe una ley no escrita en la que las madres siempre redimen a los hijos de sus pecados. Por lo tanto, nosotros debemos perdonar a los habitantes del Barrio Sésamo, porque todos en esta vida hemos guardado alguna vez un muerto el armario. Gracias a ellos, nuestras tardes fueron más divertidas, y el recuerdo de sus personajes y de sus canciones, siempre quedara en nuestra memoria. Para despedirme, me gustaría hacerlo con el que para mi es el auténtico “himno nacional” de toda una generación.

Es extraordinario
que vengas a jugar
con los del barrio
y a pasarlo bien
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

Con las atracciones de
ranas, monstruos, niños y dragones
y con Epi y Blas
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

Y cualquier juguete
lo puedes compartir
con Espinete
y con Don Pimpón
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

Todos los asuntos
nos irán mejor
jugando juntos
y aquí puedes estar
porque esto es
como tú ya sabes

El barrio sésamo
El barrio sésamo

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Nit i Dia

A base de borracheras aprendes tres cosas importantísimas: la primera, no mezclar bebidas, la segunda, siempre sujeta a tu nivel económico, es no beber garrafón y la más importante de todas, no acostarse nunca con el estómago vacio, porque corres el grave riesgo de que la resaca de la mañana siguiente sea de una magnitud considerable.

Tras una larga noche de farra la mejor manera de lamerse las heridas era acudir a uno de los lugares más emblemáticos que haya tenido nuestra ciudad, posiblemente deberíamos movilizarnos en masa para que lo declarasen patrimonio de la humanidad, porque durante generaciones ha sido punto de encuentro para miles y me atrevería a decir para millones de almas etílicas.

Olvidaos de macrobotellones y pijadas por el estilo, si había algo en Valencia que congregaba a miles de jóvenes en un estado etílico más que lamentable era el famoso “horno de los borrachos”, aunque si no recuerdo mal su verdadero nombre era “Nit i Dia”. Estaba regentado por un amable señora que no pasaría del metro y medio, tenía el pelo canoso y cortado a lo chico, andaba un poco cojitranca y cuando la veía me recordaba a Rigodón el amigo de Willy Fog. Siempre estaba acompañada por un fiel séquito de trabajadores que se movían detrás del mostrador como verdaderas máquinas y por un tío gordo que siempre estaba fumando un puro, cuya función no sabíamos muy bien cuál era, supongo que sólo con su presencia la protección del local estaba asegurada.

Lo mejor de aquel ambiente es que jamás hubo ninguna bronca entre sus fieles, era como una gran hermandad, compartiendo efluvios etílicos, risas, potadas y algún que otro canuto, se juntaban gentes de distinto pelaje con un objetivo común, llenar sus agujeros estomacales. Aunque en aquel local y sus aledaños reinaba el caos, había un respeto mutuo hacia tus beodos compañeros, pero claro, en aquellos años no existían los “cicloestáticos” de gimnasio con las hormonas a flor de piel.

Entrar en aquel lugar era una gran odisea. Parecía la puerta del Corte Inglés el día que comienzan las rebajas. Con gran habilidad y usando el codo como palanca intentabas hacerte hueco en aquel maremagnum borrachil. Aparte del esfuerzo, debías soportar una terrible mezcla de olores que revolvían tus tripas y que por dignidad es mejor no recordar. Pero todo ese sufrimiento tenía su recompensa cuando escuchabas las palabras mágicas: ¿Qué le pongo joven?, posiblemente ése era el mejor momento de la noche.

Con gran diligencia nuestra querida y añorada señora te servía los productos estrella preparados al momento. A simple vista puede parecer el bocadillo más sencillo del mundo, pero a aquellas intempestivas horas era como comer caviar iraní mojado con el mejor champán francés.

Tenías dos opciones:

• Completo: compuesto por una abundante gama de fiambres sobre una fina capa de tomate triturado, este bocata era sin duda el más solicitado.

• Súper: explosiva mezcla de atún, con tomate y olivas, reservado exclusivamente para los estómagos más fuertes.

Adaptándose a los nuevos tiempos, incluyeron entre sus múltiples manjares los perritos calientes con extra de cebolla. Mis amigos y yo bautizamos al puesto y por extensión a la chica que lo atendía como: “La perrera municipal”. Aquello era todo un espectáculo, la pobre tenía más paciencia que un santo porque cada vez que acudíamos a nuestra cita gastronómica montábamos un cirio de cuidado, recuerdo que nada más entrar empezábamos a descojonarnos de risa y mientras abríamos hueco hacia el puesto de perritos, comenzábamos a gritar: ¡¡esa perrera buena!!, ¡¡ves preparando dos extras que ya llegamos!!., lo mejor de todo es que como ya nos conocía los tenía preparados.

Este emblemático local ha sido testigo de múltiples anécdotas que bien valdrían para publicar unos cuantos libros, y sus dueños y empleados se merecen si no un monumento, una pensión vitalicia, ya que se precisa de una gran mano izquierda para dominar a tal manada de descerebrados.

Mientras estoy escribiendo este post estoy llorando, pero no de pena ni melancolía, sino de risa, porque creo que jamás en mi vida me he reído tanto como las madrugadas que pasamos entre aquellas cuatro paredes.

Para despedirme he recopilado las incunables frases a las que nos tenía acostumbrados la directora de aquel anárquico y alcoholizado grupo, aunque agradecería vuestra colaboración para completar entre todos un trozo de la vida nocturna valenciana.

¿Qué le pongo joven?

¡¡Longa, morci y chori!!

¡¡Comple con toma!!

El agua, ¿fresqui o natu?

Hay veces que merece la pena desempolvar recuerdos y si son tan buenos como éstos mejor que mejor.

martes, 3 de noviembre de 2009

El turismo es un gran invento

Uno de los padres del turismo en nuestro país fue Pedro Zaragoza Orts, quien transformó un pueblo de pescadores y huertanos en uno de los destinos turísticos por excelencia. Tuvo el privilegio de permitir el uso del indecoroso biquini en las playas de su término municipal, enfrentándose a las autoridades franquistas y eclesiásticas que le amenazaban con la excomunión. Para ello cogió su Vespa y viajó hasta el palacio del Pardo para conseguir el beneplácito del generalísimo. Fue el autor de la redacción del primer Plan General de Ordenación Urbana en España, convirtiendo a su ciudad décadas después en ejemplo de modelo sostenible y todavía le quedó tiempo para promocionar la ciudad de Benidorm con su festival de la canción.

Aparte de la costa alicantina, en la década de los 60 y 70 todas las zonas en las que hubiera un palmo de arena y agua salada, se convirtieron en lugares de peregrinación donde bellas señoritas venidas del este de Europa exhibían sus esculturales cuerpos al sol, ante la atónita mirada del “homínido” español. Todo este boom turístico paso a ser fuente de inspiración para multitud de películas donde el españolito se convertía en un pequeño y peludo souvenir para las suaves manos del turismo extranjero.

Gracias a ello apareció la figura de José Luis López Vázquez, que aunque a primera vista parecía el típico funcionario de ministerio con ese bigotillo tan característico, era un gran seductor, pues por sus manos pasaron las mejores suecas y alemanas que por aquel entonces visitaban nuestras costas. Se convirtió en una especie de mesías para la mayor parte del sector masculino del país, porque su imagen era el vivo reflejo del español medio que anhelaba un poco de libertad en su aburrida vida.

Lamentablemente ayer fue a buscarle la “parca”, hoy todos son alabanzas hacia su persona y se recuerdan sus míticas interpretaciones en películas como: Mi querida señorita, La cabina, La Gran familia y un largo etcétera hasta llegar a más de doscientos papeles. Pero personalmente me gustaría recordarlo por su apoteósico aunque desapercibido papel junto al desaparecido Paco Martínez Soria en, “El turismo es un gran invento”, donde abandona su monacal vida en un pueblecito del interior de Aragón para rendirse a los encantos del turismo playero.

Es curioso, pero cuando en este país algún personaje del mundo de la farándula y el artisteo se marcha para el otro barrio se convierte en la mejor persona del mundo. De pronto empiezan a ensalzar su imagen diciendo que era una bellísima persona, amigo de sus amigos y toda esa clase de elogios que se suelen decir sobre el difunto y, para colmo de hipocresía, se le conceden innumerables premios y homenajes que recibe a titulo póstumo.

A nuestro particular “padrino” le llegó tarde el reconocimiento, pues no fue hasta el año 2004 cuando recibió el premio Goya de Honor a toda su trayectoria cinematográfica. Posiblemente fue porque nunca quiso ser partícipe del sindicato de actores afines a las subvenciones de la “madre patria". Pero lo que es innegable es que pasaran décadas hasta que aparezca otro actor tan grande como él.

¡¡Que te vaya bonito allá donde estés!!

lunes, 2 de noviembre de 2009

Una de Berlanga

El pasado 24 de octubre finalizó la XXX Mostra de Valencia y los responsables del certamen la dedicaron al director valenciano Luis García Berlanga por su aportación al cine patrio, y por reflejar de manera crítica, con ese humor negro que caracteriza a sus películas, el modo de vida de la sociedad española desde el franquismo hasta nuestros días.

De entre sus muchas películas cabe destacar “Bienvenido Mister Marshall”, en la que los habitantes de un pequeño pueblo llamado Villar del Río, esperan ansiosos la llegada de una comitiva del gobierno americano, para recibir las ayudas que en aquella época los EEUU ofrecieron a España para el “supuesto desarrollo del país” (Plan Marshall) a cambio de instalar bases militares. Para ello el alcalde y todos los ciudadanos de aquella población, se dedican con esmero a “tunear” sus calles como si de un decorado se tratara, para causar una buena impresión al amigo americano. A partir de ese momento todos y cada uno de sus habitantes empiezan a imaginar como en el cuento de la lechera en que utilizarán el dinero que el tío Sam trae en las alforjas.

En estos últimos meses parece que en la madrileña plaza de la Puerta del Sol hayan instalado un gran ventilador que se dedique a salpicar mierda a lo largo y ancho del país. No hay ayuntamiento, diputación o gobierno autonómico que se precie que no esté contagiado por casos de corrupción, malversación, cohecho y una larga lista de delitos a los que desafortunadamente ya estamos acostumbrados.

Como los habitantes de Villar del Río la gente que entra en política lo hace con la esperanza de ocupar, en un futuro no muy lejano, un cargo de responsabilidad con la única finalidad de recibir su personal Plan Marshall a cambio de unos cuantos contratos de dudosa legalidad. Para ello, imitando a los personajes de “La escopeta nacional”, organizan diferentes actos y saraos para entablar relación con el mayor número de amistades (peligrosas) posibles y pactar las diferentes prebendas que recibirán una vez ocupen la poltrona.

Cuando alcanzan su anhelado sueño se dedican a vivir a tutiplén a costa del dinero de los demás. Cegados por el poder hacen caso omiso a las voces de las personas que realmente le concedieron el derecho a ocupar el trono, y que no son otras que las del pueblo. Pero cuando se cometen excesos la historia suele acabar mal y, como en una mala pesadilla, los días de vino y rosas terminan sin previo aviso y pasan ante sus narices como el coche de la comitiva americana en Bienvenido Mister Marshall. De pronto todo ese mundo del “todo vale” propio de un emirato árabe de mercadillo, se convierte en cenizas y poco o nada queda ya de aquel tiempo en el que disparaban con pólvora de rey.

Lo peor de la historia es que cometer esta clase de delitos en nuestro país sale más barato que comprar un billete de avión en una compañía de low cost. En primer lugar nunca devuelven el dinero afanado y, en segundo lugar, cuando entran “Todos a la cárcel” siguen haciendo sus negocios y chanchullos al igual que antes, pero con la única diferencia que ahora tienen barrotes de por medio. Una vez cumplen su condena se dedican a disfrutar de los pingües beneficios obtenidos gracias a su personal Plan Marshall.

Y luego quedamos nosotros que como el pobre “Plácido”, nos matamos ha trabajar para pagar las letras de nuestros particulares motocarros, y pobre de nosotros como por alguna remota posibilidad se nos ocurra dejar de pagarlas, porque terminaremos “cenando como un pobre”, hasta que llegue “El verdugo” para que ejecute su letal tarea.