martes, 9 de febrero de 2010

De repente, un extraño

Después de las interminables vacaciones estivales llegaba el momento de comenzar un nuevo curso escolar. Mientras mi madre preparaba el uniforme, una mezcla de sentimientos contrapuestos embargaba mi corta existencia. Por una parte estaba feliz por el reencuentro con mis viejos compañeros de pupitre, a los cuales les enseñaría las heridas de guerra que el verano había dejado grabadas en mi piel, pero también me acompañaba la incertidumbre por conocer al nuevo maestro, el cual y según la versión de los hermanos mayores se gastaba muy malas pulgas. Por otra parte volvería a sentir el inconfundible pero efímero aroma de mis nuevos libros de texto, ya que en breve probarían el aceitoso sabor de mis bocadillos de atún. Sin más remedio y añorando las aventuras vividas a bordo de mi bicicleta, cerraba la cartera en la que guardaba el libro de Vacaciones Santillana por terminar y ponía rumbo hacia el colegio.

Al entrar a clase el ruido era ensordecedor y comenzaba un festival de besos, abrazos y lágrimas de algún que otro nostálgico que no se había hecho a la idea de que el verano habían llegado a su fin. Tal y como imaginaba mis amigos y yo mostrábamos orgullosos nuestras cicatrices, mientras que las chicas entre confidencias hablaban de sus estivales amores platónicos. Había unas reglas no escritas en virtud de las cuales tenías que compartir pupitre con tus amigos del alma, si eras del sector empollón ocupar las primeras filas y viceversa si pertenencias a los revoltosos, aunque estas normas siempre se revocaban por orden de la autoridad competente. El profesor después de aquellos momentos de cortesía y al grito de ¡¡SILEEENCCCIOOO!! , ponía orden al atronador guirigay. Acto seguido y después de una breve presentación se producía un acontecimiento que cada año se repetía, la llegada del “NUEVO”. Mientras que con voz temblorosa decía su nombre, los matones de la clase se frotaban las manos pensando en las perrerías de las que iba a ser víctima, nosotros en cambio intentaríamos por todos los medios acogerlo bajo nuestra protección, siempre y cuando no se declarara empollón, porque en esas circunstancias no podríamos hacer nada por el, y quedaría abandonado a su suerte. Con toda esta liturgia nos aclimatábamos a nuestra nueva vida, los temores por el comienzo de una nueva etapa habían desaparecido, y a la hora del recreo el verano quedaba ya como un fugaz recuerdo.

Los días transcurrían con total normalidad dedicándonos a los menesteres propios del mes de septiembre: forrar los libros, renovar el material escolar y para los que tenían la suerte de haber crecido unos centímetros (que no era mi caso), estrenaban zapatos y uniforme. Pero de repente toda esta rutina se vio alterada por una noticia que cruzó el barrio de parte a parte, perturbando la tranquilad de todos sus habitantes, en especial de nuestras madres. Según decían por los colegios de la zona merodeaba un tipo extraño que ofrecía de manera desinteresada regalos a los niños. Fue en ese momento cuando mis padres me explicaron que jamás aceptara caramelos, ni regalos de desconocidos. Aunque permanecía atento a sus explicaciones, pensaba que estaban locos porque: ¿que mal había en recibir prebendas de una persona altruista?, pero no fui el único, ya que todos los integrantes del colegio habían recibido la misma arenga. Como es de suponer aquel día una morbosa curiosidad despertó en nosotros y aunque con el miedo en el cuerpo, ansiábamos que algún día no muy lejano aquel extraño señor apareciera por el Liceo cargadito de regalos. Por alguna extraña razón que se escapaba a nuestro entendimiento se cumplió la máxima que dice: “Ten cuidado con lo que deseas podría hacerse realidad”, porque aquel caballero nos estaba esperando junto a la cabina telefónica que había frente a la puerta del colegio para repartir regalos.

Desoyendo los consejos paternos nos preparamos para la madre de todas las batallas, intentar llegar el primero para conseguir el mayor número de regalos posibles, aunque en realidad nadie sabía que regalaba. Cuando el profesor dio por finalizadas las clases, nos ajustamos los tirantes de las mochilas, apretamos con firmeza los cordones de nuestros zapatos y nerviosos nos dirigimos hacia la salida. Pero un imprevisto echó al traste nuestro ansiado sueño, porque directora del colegio había prohibido de manera taxativa la salida hasta nueva orden. Por lo visto aquel extraño individuo que vestía gabardina y gafas oscuras era un tipo peligroso que estaba ávido de niños, y hasta la llegada de la policía debíamos permanecer dentro. El rumor corrió como la pólvora ante la indignación de todos, y como nadie estaba dispuesto a renunciar a su regalo se produjo una avalancha hacia la puerta de salida. Tal fue la fuerza que el profesorado no puedo contenerla y como una manada de elefantes furiosos salimos en estampida hacia la calle a recoger nuestro botín. Una vez fuera del colegio el tipo de la cabina se desabrochó lentamente su gabardina, y ante la atónita mirada de todos desveló la gran sorpresa que guardaba. Al verla nos quedamos boquiabiertos, máxime cuando la cogió y la mostró sin pudor alguno, de hecho hubo gente que no pudo resistir y volvió a buscar refugio en el colegio. El muy canalla tenía entre sus sucias manos el Álbum Oficial de la Liga de Fútbol Profesional Temporada 85-86, cromos incluidos. Así que como un gran tsunami fuimos hacia el para conseguir el mayor de los tesoros. En décimas de segundo nos abalanzamos y quedó empotrado contra el cristal de la cabina, mientras que cientos de pequeñas manos estiraban de la bolsa donde guardaba los álbumes y los cromos. Al verse atrapado por aquella marea humana y como única opción de supervivencia, lanzó la bolsa al aire para desviar nuestra atención y poder salir del atolladero. Puedo asegurar que consiguió su objetivo, porque cuando la bolsa llegó al suelo se produjo una auténtica pelea callejera. Cuando llegó la policía tuvo que emplearse a fondo para dispersar a las violentas masas, mientras que el pobre repartidor de cromos era atendido por una crisis de ansiedad.

Después de aquella terrible experiencia el repartidor de PANINI solicitó la invalidez permanente por daños psicológicos. Lo último que supe de él es que en vez de regalar álbumes y cromos, cambió de negoció y se dedicó a echar en los cubatas aquel famoso estupefaciente del que tanto hablaban nuestras madres (cosas del altruismo). Nosotros en cambio por aquel salvaje acto vandálico fuimos castigados a coleccionar durante la Temporada 85-86 los cromos de la Abeja Maya y sus amigos.

3 comentarios:

  1. Menudos tacos de cromos que se llegaban a acumular en nuestras manos. Yo, los cromos no los quería para coleccionar y pegar en sus respectivos álbunes (aunque también), sino para tener muchos y poder jugar con ellos. El juego preferido (aunque había varios) era el de camisetas, y consistía en sentarte enfrente de tu contrincante (normalmente era un bis a bis, aunque se podían juntar hasta 4 o 5 en una timba) e ir lanzando cromos boca arriba, con el fin de que cuando se repetía el color de la camiseta recogias todo lo que había en el montón, y así sucesivamente hasta desbancar al resto de tus adversarios. Cada uno nos juntabamos con grandes cantidades (había unos mas que otros) y había grandes partidas en donde ambos adversarios comenzabamos la partida con un gran montón. La mayor satisfacción era cuando empezabas con un gran montón y siempre te dejabas más en la mochila y una vez empezada la partida desbancabas al contrario y en gesto de rabía iba a la mochila a por más. Grandes timbas aquellas!!. Tambíen recuerdo que había en todas las colecciones, unos 10 cromos muy dificiles y por lo tanto eran muy cotizados, podías cambiarle a uno uno de esos cromos por 20 o 30 de los que se denominaban del montón.
    Otra forma de empezar a hacer negocio en el cole eran las partidas de cánicas y bolos, en donde había gran cantidad de variedades, durezas, colores y formas. Una anécdota de las cánicas fue que en mi afán de conseguir la mayor cantidad, me descuidé un poquito en el horario y se me hicieron las 11.30 de la noche. Cuando llegúe a mi casa, todo contento con mi bolsa hasta arriba de canicas, (habría facilmente mas de 100) vi como mi padre, hizo volar por el balcon de mi casa mi preciado y trabajado tesoro y me quedé sin jugar durante un largo tiempo... Ayssss! que recuerdos...
    Un abrazo, paji

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  2. Yo no fui muy aficionado a coleccionar cromos, tan solo recuerdo una colección de pegatinas que salían en unos chicles.

    Por cierto Josevi, en este artículo parece que se ve un poco más de "ficción" que en otros ...

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  3. ¡Qué estilo narrativo! ¡Qué giro inesperado!
    Este blog me tiene enamorado. Espero que cuando seas un papi babeante esto no decaiga.

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