miércoles, 2 de junio de 2010

Desmontando a Arquímedes

Según cuenta la leyenda el rey Herón de Siracusa entregó al joyero de la ciudad cierta cantidad de oro para que con ella confeccionara la corona real. Una vez terminada corrió el rumor de que el artesano había engañado al rey, pues según decían había sustituido una parte del oro por una cantidad equivalente de plata. Fue entonces cuando el rey encargó a Arquímedes que inventara algún método para descubrir el engaño. Absorto en el problema que el rey le había planteado no encontraba la solución, hasta que un día mientras tomaba un baño se dio cuenta que al sumergirse dentro de la tina el agua rebosaba. Al encontrar la solución y embargado por la emoción corrió desnudo por las calles de Siracusa gritando: ¡Eureka!. Con esa sencilla y cotidiana acción descubrió lo que hoy conocemos como Principio de Arquímedes y de paso pudo probar que el joyero había engañado al rey.

Aquella mañana mientras el profesor de ciencias naturales nos explicaba esta curiosa historia y porque los objetos se hunden o flotan, yo me dedicaba junto a mis compañeros de pupitre a otros menesteres menos científicos, cuando de pronto sonó un fuerte golpe y voz en grito el profesor dijo:

- ¡¡Señorito Ferrer y Cía.!! -¿Serían ustedes tan amables de enunciar el principio de Arquímedes?.

Evidentemente no teníamos ni la más remota idea. Mis compañeros se rindieron a las primeras de cambio, pero yo en un intento desesperado por evitar el castigo, empecé a balbucear algunas palabras intentando aparentar que me lo sabía, pero que debido al miedo escénico me había quedado en blanco. Inevitablemente esta patética artimaña no coló, así que no me quedo otro remedio que copiar 100 veces el dichoso principio de Arquímedes, junto a mis compinches.

Por cierto, ¿os acordáis?, porque a mí después de aquel día jamás se me olvidará: “Todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido desalojado”.

Dos décadas después de que a la fuerza aprendiera esta ley física formulada por Arquímedes, me gustaría decirle a Don Juan Luis que aquel día su castigo fue en vano, porque no hace falta sumergir un cuerpo en un líquido para que se cumplan estos principios físicos. Y ahora sabréis porqué.

La tarea más difícil para unos padres primerizos es sin lugar a dudas dormir a su bebé, también conocido como “criatura”. Los primeros días (noches incluidas) se convierten en una lucha titánica para conseguir que el retoño en cuestión duerma hasta la próxima toma. Para ello utilizas mil y un sistemas, desde la famosa maratón por el pasillo y extensible al resto de la casa, pasando por los grandes de la música clásica, sin olvidarnos de las típicas nanas. Tras una pírrica batalla y al límite de tus fuerzas consigues el objetivo, pero es entonces cuando llega el momento crítico, acostar al bebé en su cuna. Es entonces cuando la teoría del gran Arquímedes salta por los aires, porque sin necesidad de fluido alguno, en cuanto sus lindas posaderas rozan el colchón, ese cuerpecillo rebelde de reducidas dimensiones experimenta un empuje vertical y hacía arriba para acabar de nuevo berreando entre tus brazos.

Agotado y consumido no te queda otro remedio que empezar de nuevo, y mientras exhausto arrastras tus piernas a lo largo del pasillo, te gustaría reencontrarte con Don Juan Luis para hacerle copiar 100 veces el teorema del primerizo: “Todo bebé recién dormido al acostarlo en su cuna, experimenta un empuje vertical y hacia arriba para acabar llorando entre tus brazos”.

Con el paso del tiempo esos llantos se convierten en risas y os puedo asegurar que no hay nada mejor en este mundo que ver sonreír a tu hijo.

Te quiero txingurri.