martes, 29 de septiembre de 2009

Condena

A trabajos forzados me condena
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe,
y de acero reclamo mi cadena.

Ni concibe mi mente mayor pena
que libertad sin beso que la trabe,
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.

No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.
Que ningún juez declare mi inocencia,

porque, en este proceso a largo plazo
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.

Antonio Gala

lunes, 28 de septiembre de 2009

La aristocracia del barrio

Un PARAISO FISCAL es un país extranjero que posee una serie de características peculiares, la más importante de las cuales es que aplica impuestos mínimos o cero sobre capitales extranjeros. Actualmente existen más de 200 jurisdicciones que ofrecen uno u otro incentivo a los inversionistas no residentes. Muchos de estos países también son lugares paradisíacos para vacacionar.
(Fuente consultada: Injef)

Uno de ellos es Andorra, ese bello principado pirenaico situado entre España y Francia destino turístico para los amantes de los deportes de invierno y de la naturaleza. Durante los 80 fue por excelencia el lugar elegido para realizar el viaje de fin de curso. El motivo principal no era que los niños de la época conocieran mundo y disfrutaran de unos días fuera de la vigilancia paterna. La realidad era otra bien distinta. La mayoría de los españoles no disponía de grandes capitales que evadir así que la única manera de aprovechar las facilidades que el pequeño principado ofrecía y poder ahorrar unas cuantas pesetas (cuanto os añoramos) era la exención del IVA en todos los productos que comercializaban. En vez de comprar el típico suvenir que acababa llenándose de polvo en la estantería del salón, los padres encargaban a sus pupilos la compra de los productos estrella cuando se visitaban tierras andorranas: mantequilla, azúcar, tabaco y alcohol. Eso sí, siempre y cuando no excedieran de las cantidades legalmente permitidas para no incurrir en delito.

Junto a mi colegio había un pequeño quiosco donde se vendían toda clase de artículos para la vida de un estudiante, principalmente material de papelería, chucherías y productos de bollería industrial. Estaba regentado por una respetable viuda. Como podemos suponer, siempre vestía de riguroso negro para honrar el alma su difunto esposo. Su aspecto, al igual que el del quiosco, era un poco siniestro y desaliñado. Recuerdo que a la salida del colegio íbamos a su tienda a comprar y, dicho sea de paso, a coger alguna cosa sin permiso. Aunque éramos pequeños nos preguntábamos como era posible que con los saqueos a los que era sometida por parte de todo el colegio, esa pobre mujer pudiese subsistir. Misteriosamente, una semana al mes desaparecía de su puesto de tendera, dejando al cargo a su hija, evidentemente con ella los desfalcos persistían y dejábamos temblando las existencias de aquel quiosco.

Muchas leyendas se escuchaban sobre sus desapariciones en parte alimentadas por nuestras mentes calenturientas. Todos creíamos que aquella mujer guardaba un oscuro secreto en su trastienda. Según decían, como no había podido superar la muerte de su marido, no lo había enterrado y lo conservaba en una urna de formol junto al congelador de los ‘flashes’. Así que, cuando se ausentaba del quiosco, era para dedicarse en la trastienda al mantenimiento del cadáver.

Por aquel entonces si querías escuchar música con buena calidad de sonido tenías que comprarte un radiocasete y la mejor marca del momento según los expertos era Sanyo. Llevábamos varios meses dando la tabarra a mi madre para que nos lo comprara. Estábamos cansados de escuchar la música en el viejo tocadiscos de mi padre y lo que estaba de moda era escuchar los sábados por la mañana la lista de los 40 principales (sí, ya existía, no somos tan viejos). Después de mucho pelear, mi madre accedió. Mis hermanas y yo saltamos de alegría y empezamos a preparar una lista con los casetes que íbamos a comprar. Nada más recibir la buena noticia y rebosante de felicidad acompañé a mi madre a por el radiocasete. Comenzamos a caminar cuando de pronto y ante mi sorpresa se paró delante del quiosco de la viuda y entramos en él.

Mi madre saludó a aquella señora con familiaridad y empezaron a hablar. Recuerdo que la viuda anotaba en una libreta (de las de gusanillo) lo que mi madre le iba diciendo, a continuación le entregó un billete de 1.000 pesetas y nos fuimos.

Durante aquella extraña transacción empecé a temblar de miedo, mi mundo se vino abajo, estaba más claro que el agua. Aquella mujer era más lista de lo que nos pensábamos. No sé como podía haber ocurrido pero en aquella libreta tenía anotado todo lo que nos habíamos apropiado sin permiso y, de alguna manera, había conseguido localizar a todas las madres para que pasaran a liquidar las deudas de sus pequeños delincuentes.

Cuando salimos pusimos rumbo a casa. Debido a la tensión del momento no se me ocurrió preguntar por qué no íbamos a por el radiocasete. Se mascaba la tragedia, sabía que en cualquier momento me iba a caer una buena reprimenda, pero como estábamos en plena calle seguramente se esperaría a que llegáramos.

Nada más abrir la puerta mis hermanas preguntaron por el radiocasete. Mi madre les informó que ya estaba todo solucionado y que tuviesen un poco de paciencia. No entendía absolutamente nada, así que me armé de valor y esperando la mayor bronca de mi vida le pregunté: ¿Por qué le has pagado 1.000 pesetas sino has comprado nada?

Ante mi asombro e incredulidad, mi madre soltó una carcajada y me contó de primera mano aquel oscuro secreto que durante tanto tiempo había perturbado las mentes de todos los niños del colegio y de parte del barrio. La viuda usaba su pequeño negocio como tapadera. Su principal fuente de ingresos manaba de la compra-venta de toda clase de artículos traídos de estraperlo desde Andorra. ¡¡¡Toma ya!!! , tanto tiempo pensado que lo que había en la trastienda era una urna de formol y lo que realmente tenía era un arsenal de productos de contrabando. Ahora ya empezaban a cuadrar las cuentas, por fin entendí su permisividad mientras que le expoliábamos su quiosco como vulgares delincuentes. ¡¡Será posible!! Nosotros preocupados por su subsistencia y resulta que la tía era más peligrosa que Al Capone.

La consigna era clara. Aparte de los productos estrella podías encargarle cualquier mercancía si cumplías con tres requisitos: el primero ser madre, el segundo pagar el 50% del encargo por adelantado y el resto a la entrega y el tercero que cupiese en su maleta de viaje. A día de hoy no me explico como esa señora podía traerse aquellos encargos en una sola maleta. Le pregunté a mi madre por ese secreto pero no lo supo desvelar, desgraciadamente al igual que el asesinato de J.F Kennedy seguirá siendo un misterio por resolver.

Cuando llegué al colegio desvelé el gran secreto, pero nadie me creyó, les insistí pero no hicieron ningún caso de mis explicaciones. Ellos siguieron a los suyo, pensando que en la trastienda estaba el cadáver de su difunto esposo y aprovechando el momento en que la señora recogía los ‘flashes’ del congelador para vaciar las cajas de gominolas.

A partir de aquel día ya no participé en los saqueos. Para mí ya habían perdido todo el encanto, prefería ir a casa y junto a mis hermanas disfrutar de nuestras cintas favoritas en nuestro “Sanyo de contrabando”. En especial recuerdo una que mi hermana y yo escuchábamos sin descanso. Era del Dúo Dinámico y mi padre nos la compró un sábado por la tarde en Lanas Aragón.

¡¡ LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO!!

Espero haberte refrescado la memoria. Un beso.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Fiebre del sábado noche

Uno de los genios que nos ha brindado la literatura española es Francisco de Quevedo. De entre sus muchas obras y críticas literarias me gustaría resaltar una de sus frases más celebres: “la muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja”. Con esto no quiero ponerme funesto y agorero, simplemente lo comento porque como es evidente a lo largo y ancho de nuestra vida vamos quemando etapas. Pero especialmente hay algunas en las que nos replanteamos nuestras vidas, en las que miramos hacia atrás para aprender de los errores cometidos y hacia adelante para plantearnos las cosas que nos quedan por hacer.

Normalmente estos momentos suelen coincidir cuando las etapas se cuentan por décadas. Y no sé porque razón, tal vez sea Freudiana, vaya usted a saber, siempre va asociado a ellas un término de candente actualidad, la “crisis”.

¿Quién no ha oído hablar alguna vez de la crisis de los 30, 40, 50…………..etc? La respuesta es bien sencilla. No sólo hemos oído hablar de ello, sino que nos tienen machacados con el dichoso temita hasta tal punto que acaba convirtiéndose en algo psicótico.

Cuando se alcanza la fatídica década sientes que algo en ti empieza a cambiar, te preocupas más por tu aspecto: empiezas a utilizar lociones y potingues varios para prevenir las arrugas, te apuntas al gimnasio e intentas hacer dieta para eliminar ese flotador que crece entorno a tu cintura y compras vitaminas revitalizantes contra la alopecia. Si desgraciadamente ya eres donante oficial, te conviertes en un calvo con trampa (se dice de las personas cuyo flequillo comienza en una de sus orejas).

Pero hay un momento clave en el que te das verdadera cuenta de que caes en picado y necesitas hacer algo urgentemente para retrasar el final de tu juventud antes de entrar en el grupo de los maduritos.

Como cualquier fin de semana (cada vez son menos), quedas con los amigos para cenar y tomar unas copas. Durante la cena, a base de cerveza, vino y fritanga, comienzas a reverdecer viejos laureles contando antiguas batallitas que desgraciadamente nunca volverán, embriagados por el alcohol y la euforia del momento. En vez de acudir al pub donde habitualmente te sirven las copas sentado en una terraza, decides al igual que Hernán Cortés en la conquista de México, “quemar las naves” acudiendo a la discoteca de moda.

Al llegar a la “disco”, un hombre de aproximadamente dos metros, con traje chaqueta y pinganillo en la oreja, decide de manera arbitraria si puedes entrar. Pasado el primer filtro observas sorprendido que estas en el paraíso. Todo a tu alrededor esta lleno de mujeres espectaculares, bien vestidas, perfumadas y en perfecto estado de revista. En ese momento piensas que posiblemente has infartado debido a la ingesta de alcohol y comida y que el tío de la puerta era San Pedro, porque un lugar así no lo habías visto antes.

Pero lo que te hace despertar y volver al mundo real es cuando vas a la barra a pedir un cubata y una camarera de medidas espectaculares te sopla 12 pavos por copa. ¡¡No jodamos!!, por ese precio en lugar del canalillo nos tendría que enseñar el canalón.

Una vez servido, te unes al resto del grupo y de manera misteriosa formáis un círculo. Con en el cubata en la mano a modo de Playmobil empezáis a bailar de manera patética y arrítmica pues vuestros pasos de baile se han quedado más caducados que el “huevo de Colón”. Y por no hablar de cuando a alguno se le ocurre recuperar los míticos pasos de break dance (el robot, la corriente) y esa clase de cosas que han quedado demodé.

Pero poco a poco y gracias a los cubatas de 12 pavos, como si de Tony Manero se tratara os hacéis los reyes de la pista y las chicas se empiezan a acerca, pero no para ligar como pensamos nosotros, sino para investigar de donde hemos salido, si somos humanos o venimos de algún otro planeta, pues el espectáculo que estamos dando se puede considerar como dantesco.

Conforme se acerca el final de la velada comienza la “exaltación de la amistad”. Consiste en un ritual de besos, abrazos y alabanzas hacía todos y cada uno de los miembros del grupo. Normalmente se utilizan coletillas tipo: “Eres mi mejor amigo”, “Te quiero un montón”, “Somos los mejores”, “Tenemos que volver a quedar”. Evidentemente todo esto se expresa en un idioma extraño y difuso que sólo entienden las personas cuyo nivel alcohólico supera con creces los límites permitidos por las autoridades sanitarias. Lo que popularmente conocemos como “lengua de trapo”.

A la mañana siguiente te levantas como si un elefante te hubiera pisado la cabeza, estás desorientado, tu boca esta más seca que el esparto, una bomba química amenaza tu estómago después de haberte bebido hasta el agua de los floreros. Intentas contar de manera infructuosa el número de cubatas ingeridos, ¡¡que más da!!, tendrá que pasar una semana hasta que tu dañado riñón vuelva a drenar de manera aceptable.

Acurrucado en el sillón de casa reflexionas y decides que esa vida no es para ti, que a partir de ahora los fines de semana los utilizarás para realizar otra clase de actividades más saludables.


¡¡JUVENTUD, DIVINO TESORO!!

Tratado de impaciencia número 10

Aquella noche no llovió,
ni apareciste disculpándote,
diciendo, mientras te sentabas,
"perdóname si llego tarde".

No me abrumaste con preguntas,
ni yo traté de impresionarte
contando tontas aventuras,
falsas historias de viaje.

Ni deambulamos por el barrio
buscando algún tugurio abierto,
ni te besé cuando la luna
me sugirió que era el momento.


Tampoco fuimos a bailar,
ni tembló un pájaro en tu pecho
cuando mi boca fue pasando
de las palabras a los hechos.

Y no acabamos en la cama,
que es donde acaban estas cosas,
ardiendo juntos en la hoguera
de piel, sudor, saliva y sombra.

Así que no andes lamentando
lo que pudo pasar y no pasó:
aquella noche que fallaste,
tampoco fui a la cita yo.

(Joaquín Sabina-Inventario 1978)

martes, 22 de septiembre de 2009

Adiós mamá, pensaré mucho en ti

Durante años hemos creído que nuestro amigo “Marco” vivía junto a su padre y su hermano en Génova y que, desgraciadamente, por falta de recursos, su madre marcha a Argentina para trabajar y sacar a la familia de la pobreza. Pero al enterarse de que está enferma, Marco y su mono “Amedio” (no se que coño pinta un mono en esta triste historia) viajan de los Apeninos a los Andes para encontrar a su buena mamá, salvarla de su terrible enfermedad y así regresar felices y contentos a su añorada Italia.

Pero con los años me he dado cuenta de que toda esta historia es falsa y ha tenido engañados a millones de niños en todo el mundo que durante la semana esperaban ansiosos y compungidos las desventuras y penurias a las que el jodido Marquitos se veía sometido.

Las verdaderas razones de Marco, su mono y el resto del clan era que su madre regresara, porque después de un año de ausencia no habían tenido cojones a encender los fogones de la cocina, la casa estaba llena de mierda y el poco dinero que les mandaba la madre se lo gastaban en el bar del pueblo bebiendo vino y comiendo de menú.

Digo esto con conocimiento de causa pues algo parecido me ocurrió cuando “por fin” decidí abandonar el hogar familiar para vivir en pareja. Desde ese momento mi vida dio un giro de 180º. Pase de ser el rey de la casa a ser una vulgar cenicienta. De la noche a la mañana me vi en la obligación de administrar una casa y realizar labores domésticas hasta ahora desconocidas. Evidentemente sin la inestimable ayuda de mi mujer hubiera acabado como el clan de los Marco.

Aunque eres feliz por empezar una nueva vida y además compartirla con la persona a la que quieres, los primeros días se hacen cuesta arriba. Estás descolocado, te sientes como un extraño en tu propia casa. Una sensación de vacio te embarga y no sabes muy bien la razón. Hasta que caes en la cuenta de un detalle muy importante que había pasado desapercibo. Te falta “ese calor de hogar” que sentías cuando entrabas a casa de “mamá”.

Al igual que la ministra Bibiana Aído, creo firmemente en la igualdad de género y desde un primer momento decidimos que las tareas del hogar las realizaríamos de forma conjunta y equitativa dando ejemplo de convivencia cívica y moderna de una pareja del siglo XXI. ¡¡si mi abuela levantara la cabeza!!

Posiblemente el momento más traumático fue el día en que por primera vez iba a limpiar. Aquella mañana de sábado hice un descubrimiento que me dejó aterrado y con el cual tuve pesadillas durante varios meses. Su formación es uno de los grandes misterios de la ciencia moderna. Son pequeños trozos de color grisáceo, que campan a sus anchas por toda la casa. Su hábitat natural es el pasillo y son conocidos vulgarmente con el nombre de “pelusas”. Es increíble la cantidad que puedes encontrarte en 70 m2. Da igual las veces que pases la mopa, el cepillo o la aspiradora. Ellas, al igual que las cucarachas, se reproducen de manera espectacular. No podía dar crédito ante la cantidad de pelusas que recogí aquel día. Había tantas que si hubiera sabido hacer punto me hubiera tejido a buen seguro unas cuantas bufandas y varios pares de peucos.

Como dijo Sun Tzu:"si tu enemigo es más débil, conquístalo. Si es más fuerte, únete a él”. Siguiendo al pie de letra sus sabias palabras. Dejamos que las pelusas siguieran su función reproductora y contratamos a una empleada del hogar para que las conquistara.

Otro de los momentos que caracteriza los primeros días de convivencia son los “desayunos” del domingo compuestos por: zumo de naranja natural, tazón de leche con cereales, tostadas con aceite y tomate, mantequilla, mermelada de cinco sabores distintos, algo de bollería (vamos que puedes invitar a desayunar a toda la comunidad) y por último una ración de kiwis y ciruelas para remediar el estreñimiento de los primeros días. La gente dice que la naturaleza es sabia, pero más que sabia, es caprichosa. No se si existe razón científica sobre esto pero pienso que las posaderas (culos es cristiano) tienen memoria fotográfica y hasta que no se acostumbran a su nueva área de trabajo se cierran a cal y canto.

Desgraciadamente, pasado el ímpetu de las primeras semanas, te das cuenta que desayunar así todos los fines de semana es inviable, porque el tiempo que pierdes en prepararlo y tomarlo lo necesitas para, poner lavadoras, tender, planchar y hacer la compra. Así que no te queda más remedio que desayunar un simple vaso de leche y el zumo natural que tomabas se acaba convirtiendo en concentrado de pulpa de naranja.

Una vez independizado entiendes el término "económia de guerra". Tus primeras compras en el supermercado son millonarias. Tal es así que necesitas buscar un trabajo extra para llegar a fin de mes. Básicamente tu despensa y nevera están pobladas de toda clase de caprichos. Por regla general poco saludables y que en la mayoría de los casos terminan caducados y en la basura. Así que finalmente optas por recoger diariamente el "tuppeware" de mamá y dejas tu nevera con los productos básicos de supervivencia: huevos, leche, zumo concentrado de pulpa de naranja y un trozo reseco de limón.

Aunque no lo parezca para los hijos siempre es duro abandonar el hogar familiar, pero creo que para las madres es mucho peor. Y una buena manera para describirlo son estos versos de Serrat:


Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos transmitiendo nuestra frustaciones
con la leche templada y en cada canción.

Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día nos digan adiós.

(Esos locos bajitos)

Tengo que decir que esta vida no la cambio por ninguna. Como he comentado antes la vivo con la persona que más quiero. Pero a diferencia de Marco no tengo que cruzarme el charco para encontrar a mi buena mamá, porque ella está a cinco paradas de autobús para cuidarme y protegerme como siempre ha hecho.


¡¡ Bendita seas !!

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Telenostalgicos

Mucho antes de que aparecieran los canales privados y autonómicos, los españoles sólo podíamos disfrutar del los programas que emitía la TVE. Su programación era de lo más variada pues con sólo dos canales había que contentar a toda la familia. La emisión finalizaba a medianoche (de ahí el índice de natalidad de aquellos años), con imágenes del rey al son del himno nacional. A continuación se escuhaba un pitido ensordecedor y aparecía nuestra querida y añorada carta de ajuste.

Ahora con las plataformas digítales y con la próxima incorporación en todos los hogares del país de la TDT, disponemos de una gran variedad de canales (a cual peor) que emiten de manera ininterrumpida las 24 horas.

Antes, no teníamos posibilidad de elección, había que conformarse con lo que los señores de Televisión Española quisieran emitir, si a esto le sumabas que en casa sólo había un televisor no había más remedio que acoplarse y compartir las emisiones con el resto de la familia.



En el año 82 se produjeron grandes cambios políticos, sociales y culturales en nuestro país. Superado el intento de golpe de estado por unos cuantos militares vinculados al antiguo régimen.Todo cambio de forma radical. Por primera desde las elecciones de 1936, un partido de izquierdas alcanzaba el poder con mayoría absoluta, durante el verano se iba a celebrar el mundial de fútbol y la archiconocida “Movida madrileña” vivía su momento de máximo esplendor.

Pero en nuestra familia también se produjeron cambios importantes. Después de muchos ruegos y suplicas el color entraba en nuestra humilde morada y con ello dábamos un paso muy importante en nuestras vidas. Por fin íbamos a conocer una de las estancias hasta entonces vedada para nosotros. Él santo santorum de cualquier familia de clase media de aquellos años, “el salón”. Como la mayoría de las madres de la época el salón sólo podía utilizarse para hablar por teléfono y según el precepto divino, los domingos y fiestas de guardar.

Hasta aquel día hacíamos vida en la salita. Era una estancia muy sencilla compuesta de: una mesa, seis sillas, una mecedora, un pequeño mueble librería y por nuestra única televisión. Una Vanguard con “UHF”. Pero esa vida tenía las horas contadas. Él camión del Corte Inglés estaba apunto de aparecer.

Cuando entraron a casa, todos estábamos nerviosos y expectantes esperando el momento en que aquellos hombres con mono azul, desembalaran la caja gigante que llevaban entre sus brazos. Una vez instalada, un prolongado ¡¡¡OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHH!!! se escuchó por todo el vecindario. Por fin íbamos a saber como vestían realmente los personajes de la “tele”.

La miramos con incredulidad, parecía como un sueño, pero esta vez era real. Ahí estaba, una Elbe a todo color igualita que la del anuncio (lo del vídeo fue más adelante no había que abusar). Al principio nos costo acostumbrarnos. De hecho estuvimos varios días viendo la tele con gafas de sol, ya que tanto color nos deslumbraba. Parecía como ver ahora una película en 3D. Pero una vez superado el shock se convirtió en un miembro más de la familia.

Alrededor de nuestra querida Elbe pasamos tardes enteras en las que mi madre nos preparaba la merienda, que básicamente consistía en bocata de Nocilla o en su defecto vaso de leche con Galletas María Fontaneda (las marcas blancas no existían en los 80). Con ella compartimos los mejores programas que hasta la fecha se han emitido en televisión. Pienso que no hace falta recordarlos ya que son de sobra conocidos.

En lo que si me gustaría hacer hincapié es en algo que ha quedado grabado a fuego en la memoria de todos los que vivimos aquella época, algo que a día de hoy parece ridículo pero que en aquel momento seguíamos a rajatabla. Era un logotipo que aparecía en la parte superior derecha de nuestros televisores “Los Rombos”.

El rombo, aparte de ser un paralelogramo que tiene los lados iguales y dos de sus ángulos mayores que los otros dos. Lo utilizaban en televisión para indicar que el programa que comenzaba no era apto para menores de 14 años (1 rombo) o de 18 años (2 rombos). En cuanto aparecían los dichosos rombos nuestros padres nos mandaban a la cama sin derecho al pataleo.

Hoy, con la guerra de las audiencias todo vale para enganchar al espectador. No importa el lenguaje ni los modales utilizados, tampoco se tienen en cuenta que el programa se emita en horario infantil, si con ello arañan unas décimas de “share”.

Mucho ha cambiado la televisión desde entonces, pero lo que quizás más se echa de menos son programas en los toda la familia pueda sentarse alrededor del televisor.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Incautos

En el siglo de oro español se acuñó el término de picaresca española en referencia a las novelas donde gente de mal vivir utilizaba sus malas artes con el único fin de aprovecharse de la buena voluntad de las personas. Novelas como La vida del Lazarillo de Tormes, El Buscón Don Pablos, Rinconete y Cortadillo son claros ejemplos de ello.

Pero, como siempre, la realidad supera a la ficción y nuestro país se ha convertido en una auténtica cantera de pícaros donde se han ideado algunos de los mejores timos de la historia y para muestra un botón (timo del nazareno, de la estampita, de la mancha, del tocomocho) y un largo etcétera de pufos y estafas que permanecen de manera intemporal en nuestra sociedad.

Con la llegada del mes de septiembre entramos en un estado de colapso mental porque muy a nuestro pesar las comidas a la voreta del mar se terminan y nos vemos en la obligación de incorporamos a nuestros puestos de trabajo. Eso, en el mejor de los casos, pues conforme esta el panorama algunos lo hacen directamente a la cola del paro.

Pero entre todos los timos, eso sí (consentidos), existe uno que supera a los demás. Año tras año se sigue practicando de manera impune, sin que las autoridades y las asociaciones de consumidores tomen medidas al respecto. Se trata del llamado “FIEBRE DEL COLECCIONABLE”

Durante el mes de septiembre los quioscos de todo el país se ven invadidos por un ejército de coleccionables a cual de ellos más inútil. Su temática es muy sencilla, te ofrecen los dos primeros fascículos (regalo incluido) a un precio irrisorio. Y aquí esta el truco, el precio de las siguientes entregas es un 500% superior al de lanzamiento y lo peor de todo, el número de entregas hasta finalizar la colección es indefinido.

De entre las muchas colecciones que colman las estanterías de los quioscos. En mi humilde opinión éstas son sin duda las que ocupan el Top Five:
  • Mil ideas de ganchillo: un sinfín de ideas y colores para bordar que le darán a tu casa un toque aún más hogareño.
  • Cursos de baile: déjate llevar por los más expertos profesores y convierte tu casa en una academia de bailes de salón y latinos.
  • Setas ibéricas: para disfrutar del bosque y acercarse a la naturaleza.
  • Rosarios del mundo: símbolos de la devoción cristiana en una colección única pensada para la oración y meditación.
  • Bismarck: monta fácilmente, paso a paso, tu modelo del legendario acorazado Bismarck de la Segunda Guerra Mundial con todo lujo de detalles.
  • Muñecas del mundo en porcelana: México, Japón, India, China..... Déjate cautivar por una colección que une la diversidad cultural con la ternura y delicadeza de entrañables muñecas de porcelana.
  • (Fuentes consultadas: RBA Coleccionable, Planeta de Agostini, Editorial Salvat, Altaya).

Como decía Jesulín IM-PRESIONANTE, y yo me pregunto: ¿qué persona en su sano juicio puede llegar a coleccionar este tipo de cosas?. Después de una larga reflexión y analizándolo fríamente he llegado a la siguiente conclusión:

Un sujeto (A) se dirige a comprar la prensa del día. De pronto, en la estantería de su quiosco habitual observa un coleccionable que llama poderosamente su atención, “Setas Ibéricas”, en el que con la primera entrega le regalan una seta de la sierra de Gúdar. De una manera impulsiva y llevado por la curiosidad del asunto, decide comprarlo.

Por equivocación (seamos bien pensados) la seta en cuestión es alucinógena. Al ingerirla siente un deseo loco de bailar, poseido por el éxtasis del momento baja de nuevo al quiosco y compra “Cursos de baile”. Por el contoneo de las danzas latinas algo entre sus piernas comienza a ponerse más duro que una piedra y la única manera de desahogarse es observando la ternura y delicadeza de entrañables “Muñecas de porcelana”, no sin antes tomar las debidas precauciones con un condón tejido gracias a las “Mil ideas de ganchillo”. En el punto álgido de su viaje lisérgico y como la canción de Mecano, hace un viaje a Venus en un barco, más concretamente en el “Bismarck”.

Desgraciadamente los efectos comienzan a desaparecer, el mundo irreal que había construido en su cabeza era muchísimo más divertido. Su vida carece de sentido, no sabe lo que hacer, está perdido y desorientado. Hasta que por fin encuentra algo que volverá a dar sentido a su vida, los “Rosarios del mundo”. Gracias a ellos, con la oración y meditación ha vuelto a encontrase a sí mismo.

Así que, si no queremos acabar como el sujeto (A), no seamos incautos y cuando entremos a un quiosco no caigamos en la tentación de hacernos con uno de los muchos coleccionables. A no ser que nos regalen una seta ibérica "alucinógena".

Sinceramente tuyo

Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.

Del derecho y del revés
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.

Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio.

Joan Manuel Serrat

domingo, 13 de septiembre de 2009

Soldadito español, soldadito valiente

No hace muchos años en nuestro país era de obligado cumplimiento realizar el servicio militar, hasta que con la entrada del nuevo siglo se acordó la supresión del mismo para profesionalizar las Fuerzas Armadas.

En la España de blanco y negro, y hasta bien entrada la democracia, no sólo era una obligación sino que era un orgullo el servir a la patria, en parte debido a que para muchos jóvenes la única manera de salir de sus pueblos o ciudades era cumpliendo con sus deberes de español.

Cada mes de noviembre, una vez cumplidos los dieciocho años, siempre y cuando no hubieses solicitado la prórroga de estudios, se realizaba el sorteo de los mozos donde se conocía el destino que te había tocado en suerte.

Recuerdo que el sorteo se retransmitía en directo por televisión. Lo que más me llamaba la atención era ver como esos chavales lo celebraban. Todo era fiesta y alegría, aunque yo pensaba que algo oculto y macabro se escondía detrás de esas sonrisas.

Desde pequeño y hasta que alcanzabas la edad legal para cumplir con el servicio a la patria, muchas son las historias que escuchabas sobre la mili: que si haces muchos amigos, que si aprendes a ser independiente y, lo más repetido, “te harás un hombre”. No me extraña, en una compañía con 200 tíos fijo que alguno te borra el cero. La gente que había vivido en sus carnes la experiencia cuartelaría te contaba las mil y una maravillas de aquel mundo color caqui, con guardias, imaginarias, Cetme e instrucción incluidas, parecían como las historias del abuelo Cebolleta.

Pero a mí no me engañaban, se creían que iba a cambiar el arroz al horno de mi madre por el rancho de la cantina, que me iba a despertar con el toque de corneta en vez de con las carantoñas y la voz dulce mi “mamá”, ¡¡ no señores, esa vida no era para mí !!. Además, sólo con pensar en el simple hecho de tener que abandonar la bodega del barrio donde mis amigos y yo pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo, era razón de peso para buscar alternativas a no realizar el servicio militar, y la única manera de hacerlo era declarándose objetor de conciencia.

Para ello, debías enviar una carta al Ministerio de Defensa exponiendo las razones por las que te negabas a realizar el servicio militar. Una vez pasados todos los trámites y declarado oficialmente objetor de conciencia, debías realizar la PSS (Prestación Social Sustitutoria) cuya duración era de nueve meses.

A mediados de los noventa éramos varios los amigos que debíamos ser sorteados por lo que escuchábamos con interés las noticias relacionadas con el tema. El Ministerio de Defensa estaba desbordado, la lista de objetores superaba los 200.000 y seguía creciendo, no daban abasto. Había más personas que puestos a ocupar así que, con un poco de suerte, podías escaquearte de realizar la prestación.

Como los peregrinos que guiados por la fe acuden a Lourdes para que les conceda un milagro, fuimos a declararnos objetores de conciencia. Nosotros, demócratas confesos alegamos razones “filosóficas, éticas y morales” acogiéndonos al artículo 30 de nuestra bendita Constitución.

La noticia en mi casa fue recibida con disparidad de opiniones. Por una parte estaba mi madre. Ella se alegraba de que su hijo siguiera estando bajo el ala materna, en cambio mi padre no se lo tomó nada bien. Para él, y como para la mayoría de padres de su generación, era un orgullo que su vástago mayor cumpliera con sus obligaciones de español desfilando y besando la bandera.

Con mucha paciencia le expliqué que ser objetor no significaba que me fuera a dejar rastas y tocar la flauta en la calle acompañado por un perro pulgoso. A regañadientes aceptó mi decisión, haciéndole la firme promesa de que una vez al mes acudiría a mi cita con el peluquero.

Aproximadamente pasó año y medio desde que oficialmente fui declarado objetor. Había encontrado mi primer y hasta la fecha único trabajo. Todo transcurría con normalidad. Evidentemente, la idea de realizar la prestación había desaparecido de mi cabeza.

Hasta que un buen día mi madre me llamó al trabajo y me dijo: “han llamado del IVAJ (Instituto Valenciano de la Juventud), tienes que presentarte a las 9:00 de la mañana en la calle del Mar”. En ese momento todo mi mundo se vino abajo. Sinceramente creía que se habían olvidado. Lo primero que hice fue llamar a mis amigos y preguntarles si a ellos habían recibido la misma llamada, su respuesta fue negativa (a día de hoy no los han llamado). Puta ley de Murphy. Así que, con gran dolor de corazón, no había más remedio que cumplir con el compromiso adquirido.

A la hora indicada, llegué a las oficinas del IVAJ. Éramos unas sesenta personas. Debías rellenar un cuestionario y elegir un destino para realizar la prestación. Yo, como estaba trabajando, al igual que el polvete, sólo podía hacerlo los fines de semana.

Tenía dos opciones a elegir, una residencia de ancianos o entrar a formar parte de las Brigadas de Vigilancia Forestal que la Generalitat tenía distribuidas por toda la Comunidad. Como decía mi profesor cuando me hacía copiar la lección: “si no quieres caldo, toma dos tazas”.

Éstos son los caprichos del destino. Yo, que en mi vida me había ido de acampada y el fuego que más cerca había visto era el de mi mechero quemando piedras para los cigarros de la risa, me iba a dedicar durante nueve meses a vigilar los montes del Alto Palancia.

¡¡Que Dios nos pille confesados!!

Y así empezó mi vida como objetor, pero eso lo dejamos para otro día.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Mi primera vez

Fue una tarde de invierno. Como cada día, y una vez finalizada mi jornada laboral, pasaba a recoger a la que hoy es mi esposa. Juntos acudíamos a la cafetería del barrio para hablar de nuestras cosas, tomamos asiento y sin esperarlo me dijo: “cariño creo que estamos preparados para hacerlo”. En ese instante un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y mi estómago se encogió como si hicieran con el un nudo marinero. Cuando recobré el aliento y asimilé lo que mi futura esposa me estaba planteando respondí con un rotundo sí. Por fin íbamos a disfrutar de nuestra primera vez, íbamos a entrar en el club de los privilegiados y dejar de ser unos bichos raros, pues la gente se asombraba de que a nuestra edad todavía no lo hubiéramos hecho.

Una sensación de euforia, incertidumbre y nerviosismo embargaba nuestros cuerpos. Estábamos cerca de cruzar el umbral que iba a dar paso a perder nuestra inocencia. Delante de nosotros teníamos la oportunidad de ver realizado nuestro ansiado deseo, lo que tantas veces habíamos escuchado y ahora íbamos a conocer en primera persona: ¡comprar en Ikea!

A la hora señalada entramos en el famoso cubo azul de letras amarillas y comenzamos el recorrido marcado como Dorothy en el Mago de Oz. Yo pensaba que existía una leyenda sobre Ikea pero todo lo que cuentan es cierto. Hasta pienso que se quedan cortos.

Con paso firme fuimos tachando de la lista los productos que mi novia había seleccionado previamente con más paciencia que el santo Job. Pasadas tres horas nos vimos empujando tres carros llenos hasta los topes. Empezaron a entrarme los sudores de la muerte pues pensaba que la furgoneta que habíamos alquilado se iba a quedar pequeña para cargarlo todo.

Una vez terminado el recorrido, bajamos a las cajas pero mi corazón se colapsó cuando escuché: “todavía queda cargar el tablero para la mesa Blika y los estantes Järpen”. Yo no podía dar crédito. Pensaba que el personal de la tienda te cargaba el material del almacén ya que el tablero casi me doblaba en altura pero, como en Ikea no trabaja ni el tato, no quedaron más huevos que ir a por ello.

Como un pato mareado empecé a buscar la ubicación de los productos y tras varios minutos pude leer “Pasillo C Sección 3 Estante 5”, es decir, en lo más alto de la estantería. Como buenamente pude, ya que la naturaleza no me ha dotado de una gran altura, comencé la escalada hacia mi objetivo. Al bajar, y debido al esfuerzo, mi cuerpo temblaba más que si me hubiera bañado en pelotas en el Perito Moreno. Con la lengua fuera, empapado en sudor y a duras penas, conseguí cargar el cuarto y último carro. Después de unos 45 minutos de espera llegamos a la caja. Sólo con nuestro ticket de compra fue necesaria la tala de 20 árboles de la selva amazónica.

Una vez fuera del infierno sueco quedaba lo peor, cargar toda la compra. Tras una hora de arduo trabajo en las que fueron de gran ayuda nuestras largas tardes jugando al Tetris en los recreativos del barrio, conseguimos encajarlo todo. De repente, un alarido se escuchó en todo el parking. Al repasar la lista nos dimos cuenta que faltaban las ruedas Rill para la cajonera Helmer. Tras una agria disputa no quedó más remedio que entrar de nuevo.

Pasadas las cuatro conseguimos salir, así que decimos ir a comer al McDonald’s. Estábamos exhaustos, llevábamos en pie desde las 6 de la mañana y lo único que habíamos tomado en todo el día era el típico desayuno sueco de nombre impronunciable.

Como era de suponer, había mas gente que en la guerra así que, con esa intuición que caracteriza a las mujeres, mi novia comentó: “esperamos a coger mesa y comemos tranquilamente”. Pero yo lo único que quería era salir de allí. Estaba hasta los mismísimos y en mi mente sólo tenía un pensamiento, llegar cuanto antes a Valencia. Haciendo caso omiso a su petición, tuve la brillante idea de pedirlo para llevar y comer en un área de servicio que había a unos 2 kilómetros del centro comercial, “craso error”. Posiblemente una de las peores decisiones de vida, pues quien ha viajado a Madrid sabe que si te pasas una de sus muchas salidas estas jodido. Y así fue. Sin saber como, entré en la capital. Cuando preguntaba a la gente: “Por favor ¿para salir a Valencia?”, resoplaban, me miraban con incredulidad y decían: “Estás en la otra punta de la ciudad”. Una vez recorridas la mayor parte de las calles y avenidas de Madrid, conseguí salir a la M30, pero ahí no había acabado mi pesadilla porque estuve dando vueltas por la circunvalación hasta que encontré la salida de la A3.

Para entonces eran la siete de la tarde, no habíamos comido, “las hamburguesas y las patatas parecían de atrezzo”, mi futura mujer no me hablaba y quedaban tres horas de viaje hasta llegar a casa. En esos momentos no sabía si “tirarme al tren o al maquinista”. Lo único que me mantuvo despierto durante el viaje de vuelta fue imaginarme metiéndole a Ingvar Kamprad (fundador de Ikea) las ruedas Rill por donde la espalda pierde su nombre.

Los expertos en la materia dicen que la primera vez suele ser dolorosa y tienen razón, pues las agujetas me duraron varios días. Así que si estás pensado ir a Ikea ármate de paciencia y sobre todo repasa la lista antes de salir.


(TQ)

Tardes de fiesta, tardes de gloria

Por todos es sabido que España es un país de traca, fiesta y fanfarria, si a ésto le añadimos los toros y las charangas tenemos la autentica esencia del Typical Spanish.

Durante el verano son muchas las poblaciones de toda nuestra geografía que dedican sus fiestas grandes a la temática taurina en todas sus vertientes, toro embolado, desencajonadas, capeas y un largo etcétera de tradiciones ancestrales que pasan de generación en generación.

En mi pueblo cada tres años son las fiestas extraordinarias, durante las cuales se organizan diversos actos conmemorativos, procesiones, verbenas y un sinfín de actividades para entretener a propios y extraños. Durante muchos años se contrataron festivales taurinos, hasta que un fatídico día vistió de negro la fiesta y cambió para siempre el devenir de las mismas. Aquella tarde ocurrió algo que sobrecogió a las personas que en ese momento disfrutaban del espectáculo.

Según rezaba el cartel de festejos el martes a las 5 de la tarde “si el tiempo y la autoridad lo permite”, había una espectacular capea para que los mozos del pueblo demostrasen sus habilidades ante pequeños morlacos.

La plaza se preparaba en un campo de trigo junto a la fuente. Estaba formada por unos veinte remolques de tractor a modo de rectángulo. Una vez que la vaquilla entraba en la plaza, los jóvenes saltaban a la arena haciendo pases y recortes para deleite del respetable. Pero había un mozo que sobresalía de los demás, siempre había llevado el toreo en la sangre, pues cuando era pequeño se pasaba el día dando capotazos a su gato “Manolete”, bautizado en honor de aquel mítico torero que en la cúspide de su carrera encontró la muerte al entrar a matar un miura de nombre Islero en la plaza de toros de Linares.

Sin pensarlo salió a la plaza arropado por una gran ovación. En lugar del típico atuendo taurino, calzaba zapatillas Yumas a juego con unos vaqueros Lois y una camiseta Ferry’s de algodón. Con su mano derecha sostenía firmemente la muleta. Dió unos naturales para tantear a la res, que evidentemente entró al trapo con un efecto magnético. El mozo, embriagado por los vítores, empezó a recrearse con diversos lances. Estaba ante la gran faena de su vida, la que siempre había soñando desde que era un infante. El público estaba entregado, los “olés” retumbaban como si de la Monumental de Madrid se tratara.

De pronto, en el último pase, el que definitivamente lo iba a encumbrar para hacerlo pasar a los anales de la historia como la mejor faena jamás lidiada en toda la comarca de los Serranos, en décimas de segundo y sin saber cómo, la vaquilla lo embistió y, como un muñeco de trapo, fue lanzado a varios metros. Por un lado salió despedida la muleta, por otro el mozo y una bola negra salió de su cabeza. La gente empezó a gritar asustada, incluso creo que hubo algún desmayo, (como he comentado no vestía traje de luces, por lo tanto ese bola negra no podía ser la montera, ¡tenía que ser su cabeza!).

Entre la confusión, el mozo se levantó aturdido y magullado. Su camiseta, como la novela de Vicente Blasco Ibáñez, estaba teñida de sangre y arena. Cuando por fin recobró el sentido se echó las manos a la cabeza para ver si todo estaba en su sitio. Fue en es mismo instante cuando la plaza enmudeció, la sangre de los allí presentes se paralizó y por un momento dejó de bombear.

La bola negra que había salido despedida no era su cabeza, era un “peluquín”. El mozo con el que habían convivido a lo largo de los años guardaba un cadáver en su armario. Tenía un gran secreto que tristemente se había desvelado: ¡era calvo!. Con la poca dignidad que te puede quedar en ese momento recogió sus enseres, peluca incluida, y se marchó a casa ante el asombro y la conmoción de la gente.

En los pueblos, y más en los pequeños, las noticias corren como la pólvora y todos estuvieron expectantes a que el mozo compareciera públicamente en el único lugar que aparte de la iglesia es punto de reunión de sus gentes “El bar de la plaza”.

El reloj de la iglesia marcaba la medianoche y, como si de Cenicienta se tratase, el mozo entró en el bar. En ese momento todo quedó paralizado. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Todas la miradas iban dirigidas a él. De repente, sin que nadie lo esperara e imitando a las grandes figuras del toreo, cogió su peluquín a modo de montera, miró al respetable y dijo: “Va por ustedes”. La gente, atónita, empezó a aplaudir y jalear su nombre. Después de ese día jamás se contrataron espectáculos taurinos, ni falta que hace.

Todas las historias terminan diluyéndose en el tiempo para convertirse en leyendas, posiblemente ésta sea una de ellas.

martes, 1 de septiembre de 2009

Todo tiene su fin

Como aquella famosa canción del grupo Módulos que alcanzó un gran éxito en los 70 y que posteriormente versioneo Medina Azahara, todo tiene su fin. Ahora que se acaba el verano vienen a mi memoria recuerdos de mis vacaciones estivales, que dicho sea de paso, eran de lo más completas, pues por suerte podíamos disfrutar de un mes de playa y otro de montaña. Pero quizás lo que recuerdo con mayor gratitud es el mes de Agosto, el que pasábamos en el pueblo.

Subir al pueblo era una auténtica odisea pues, aunque parezca mentira, recorrer una distancia de 90 kilómetros suponía unas 3 horas aproximadamente. Esto, sumado a que en el coche íbamos seis personas con el maletero hasta los topes, hacía el viaje de lo más tormentoso. A mitad camino hacíamos una parada para descansar en el restaurante de la gasolinera de Casinos, punto de encuentro de camioneros y familias de veraneantes de la zona donde la especialidad era el bocadillo de calamares a la romana, "fritos con el mismo aceite desde el año de su fundación".

Una vez repuestas las energías emprendíamos el tramo final, 43 interminables kilómetros llenos de curvas donde se entremezclaban el calor, el olor a gasolina, el ambientador de pino que llevaba mi padre en el coche y por supuesto el bocata de calamares. Todo esto hacía un cóctel explosivo que no tardaría mucho en hacer su efecto. Pronto se escucharían las fatídicas palabras "por favor para que voy a vomitar", en ese momento mi madre abría la puerta del coche con una mano, con la otra sujetaba a mi hermano y a la vez sacaba la cabeza para echarlo todo. Y , como si de una regla de tres se tratara, mi hermana al unísono imitaba los movimientos de mi madre echando los calamares tal y como habían salido de la freidora.

Todo este sufrimiento tenía su recompensa ya que a lo lejos aparecía el pueblo con el campanario de la iglesia culminando la imagen. A los lados unas frondosas pinadas recorrían la carretera. En ese instante el viaje había terminado y tenía por delante todo un mes para disfrutar y hacer travesuras con los amigos.

Los días pasaban y con las primeras tormentas el verano llegaba a su fin. La gente del pueblo decía que el agua era buena para el campo y para la temporada de setas del próximo otoño, pero para nosotros era señal inequívoca de que pronto dejaríamos el pueblo para volver a la ciudad, que llegaría el momento de las despedidas, en las que mis hermanas dentro del coche lloraban mientras sus amigas en la plaza les decían adiós hasta el próximo verano.

El viaje de vuelta lo recuerdo de manera nítida. En el coche reinaba un silencio sepulcral ya que todos íbamos sumidos en nuestros pensamientos. De alguna manera imaginaba lo que cada uno de los miembros de mi familia pensaba. Posiblemente mis hermanas dejaban atrás el disfrutar con sus amigas de la noches de verbena y por qué no decirlo de algún que otro amor de verano. Mis padres harían cuentas de todos los gastos que venían en el mes de Septiembre. Y yo, con más miedo que siete viejas pensaba que en todo el verano no había abierto el libro de Vacaciones Santillana y ahora sólo me quedaba una semana para terminarlo. Además con el comienzo del curso tendría una nueva responsabilidad, acompañar a mi hermano al parvulario.

Nada más entrar a Valencia una bofetada de aire caliente golpeaba nuestras caras y nos hacía despertar de nuestro letargo, de nuestros pensamientos y nuestros sueños de una noche de verano. Pero lo que más me impactaba, lo que me hacía volver a la realidad era el anuncio de "La vuelta al cole" del Corte Inglés, en el que salían unos niños sonrientes con sus mochilas y sus zapatillas nuevas. Yo los odiaba a muerte pues pensaba : "seguro que estos están tan contentos de volver al colegio porque han acabado el libro de Vacaciones Santillana". Una vez superado el estado de shock nos íbamos incorporando paulatinamente a nuestros quehaceres cotidianos dando carpetazo a nuestras vacaciones.

Como bien dice la canción todo tiene su fin, pero también su principio, pues un nuevo curso comenzaba con la vista puesta en el próximo verano.