jueves, 17 de diciembre de 2009

Navidades..... ¿blancas?

Diciembre es el mes oficial de las celebraciones, la fraternidad y los reencuentros. A parte de los compromisos familiares están las típicas cenas con la gente del gimnasio, los antiguos compañeros de universidad, los integrantes del equipo de futbol 7, y un largo etcétera de cenas y comidas que hacen que al mes le falten días para tanta celebración. Pero de entre todas ellas hay una que es de obligado cumplimiento, la que organizada la empresa.

Hacía un par de meses que me había incorporado a trabajar en la empresa y faltaba una semana para que se celebrara la cena navideña. Para ser sinceros no me hacía mucha gracia acudir porque vivo a 60 kilómetros de la cuidad y acabo de ser padre de gemelos, vamos que es un verdadero trastorno, pero comprenderéis que en mi situación no tengo alternativa, sino me presentara sería un falta de respeto hacía el jefe. Por otra parte este tipo de eventos es una buena manera de estrechar lazos con los compañeros, y más en mi caso, porque acabo de cumplir los cuarenta y ellos todavía no han llegado al cuarto de siglo, razón por la que nuestra relación se limita al ámbito estrictamente profesional. A pesar de albergar alguna duda, máxime cuando tenía que dejar a mi mujer sola con los dos mochuelos acudí a la cena con la intención de hacer acto de presencia, y una vez terminado el ágape, volver a casa para cumplir con mis obligaciones paternas.

La cena se celebraba en un afamado restaurante del centro, el jefe junto a su esposa, nos esperaban en la puerta y conforme íbamos accediendo al local para tomar asiento no felicitaban las fiestas, estrechándonos las manos, y propinándonos un candoroso abrazo. Además aquella noche estaban especialmente alegres, porque después de seis meses de espera por fin les habían entregado las llaves de su flamante Porsche Cayenne.

Una vez realizado el brindis de honor acompañado por unas breves palabras del jefe, nos sentamos a degustar el menú. Junto a mis compañeros de mesa comenzamos a hablar de trivialidades, pero después de un par de copas de un buen Rioja Reserva del 2001 el clima se fue relajando, y la conversación fue subiendo de tono. Era evidente que a aquellos pipiolos acostumbrados a beber garrafón en cualquier parque o plaza de la ciudad, un buen vino como aquel se les había subido a la cabeza, así que comenzaron a contarme sus batallitas sexuales y sus correrías nocturnas. Con el ánimo de agradar entré en el juego, les conté anécdotas de mis antiguas jaranas y que en mi pueblo me llamaban el “Pichichi”, porque era el que más metía. Poco a poco me fui metiendo a la concurrencia en el bolsillo y lo que empezó con un par de copas de aquel magnífico vino, acabó con cuatro botellas y pidiendo otra a la mesa de al lado.

Después del café, la copa y el puro de rigor tocaba retirada, pero ante la insistencia de mis jóvenes compañeros, incluido mi jefe y señora, decidí acompañarlos a un local cercano donde habían reservado la zona vip para nuestro uso y disfrute. La idea estaba muy clara, tomarme un Gin Tonic para rebajar la cena y marcharme a casa. La verdad es que cada vez me sentía más a gusto e integrado, al cabo del rato y por culpa de la maldita barra libre me había soplado tres lingotazos, así que con gran dolor de corazón decidí que había llegado el momento de marcharme, me puse el abrigo y después de despedirme de mis compañeros entre efusivos abrazados jurándonos amistad eterna, emprendí el camino hacia la salida del local.

De pronto y entre aquella marea de gente nos cruzamos las miradas, su cara me era familiar pero a esas alturas no la podía ubicar. Vestía con un traje negro de raso acompañado de un espectacular escote, no tendría más de veinte años, era rubia, con ojos color esmeralda, labios carnosos, y una nariz perfecta acorde a su belleza natural, su sedosa melena estaba decorada con un gorrito de Papa Noel, no puede evitar la tentación y reverdeciendo mis viejos laureles de pichichi me acerque a ella diciéndole: ¡¡es una pena que me tenga que marchar ya, porque me hubiera gustado tomar una copa contigo!!, a lo que respondió: ¡¡si te vas es porque quieres, nadie te obliga!!. Estuve cavilando unos segundos, mire el reloj y le dije: ¡¡en seguida vuelvo y tomamos una copa!!. No se porque lo hice, posiblemente la mezcla del alcohol y de aquella espléndida belleza había hecho que perdiera el norte. Salí del local y con gran entereza llame a mi mujer diciéndole que la velada se estaba alargando un poco, y que el jefe había prohibido terminantemente que nadie se marchara a casa antes que él. Evidentemente a ella no le hizo ninguna gracia, me recordó que estaba sola con los gemelos y que me esperaban 60 kilómetros hasta regresar a casa, pero finalmente y a regañadientes accedió.

Con mis ojos metidos en su joven y terso escote empezamos a hablar y a beber como descosidos, poco a poco y debido a la tremenda ingesta que llevaba en el cuerpo, mis facultades comenzaron a mermar, la sangre dejó de regar mi cerebro y se empezó a acumular en mis pantalones como una presa a punto de reventar, como vulgarmente se dice: “Estaba más caliente que el cenicero de un bingo”. Como una serpiente bífida y pécora a punto de clavar sus afilados colmillos me acerque a ella, cuando de pronto alguien posó su mano en mi hombro. Como mis movimientos eran lentos me costó reaccionar y cuando conseguí girarme tenía al jefe tras de mí. Sin apartar su mano de mi hombre me dijo: ¡¡Vaya, vaya Sr. Martínez veo que usted ha hecho buenas migas con mi hija!!, en ese momento el mundo cayó sobre mi cabeza, no podía articular palabra, así que decidí dar un trago a mi copa intentado deshacer el nudo que tenía en la garganta, pero cual fue mi desgracia que además del líquido también ingerí el sólido, y sin saber como me trague los dos cubitos de la copa. Mí cara comenzó a ponerse de color púrpura, el jefe me propinó unos fuertes golpes en la espalda hasta que conseguí expulsar los hielos, con tan mala suerte que fueron a parar directamente al canalillo de su espectacular hija. Como buenamente puede intenté disculparme ante aquella violenta situación, cuanto más explicaciones daba, más me hundía en mi propia mierda. Mi jefe me tranquilizó y me dijo que no pasaba nada, amablemente me propuso que me marchara a casa, pero debido a la curda que llevaba y sabiendo que vivía a 60 kilómetros de la ciudad accedió a llevarme.

Estaba completamente avergonzado, durante el camino hacia casa no solté ni palabra reflexionando sobre como una persona puede perder la dignidad y la vergüenza. A falta de cinco kilómetros empecé a sentirme mal, un sudor frío se deslizaba por mi frente, y mi estómago comenzó a funcionar como una lavadora pasada de revoluciones, fueron décimas de segundo pero cuando intenté decirle que parara, ya era demasiado tarde, había decorado su magnífico salpicadero forrado en piel y madera noble con los restos de una noche que ni él ni yo olvidaremos jamás. No recuerdo la expresión de su cara ni lo que me dijo, sólo sé, que hubiera preferido un millón de veces que aquella maldita noche me hubiera calzado a su hija, a ver como su flamante coche quedaba aderezado con los restos de mis alcohólicas entrañas.

Sin mediar palabra me dejó en la entrada del pueblo y despareció, pero mi ruina no había llegado a su fin, al llegar a casa descubrí que las llaves las había dejado en el coche, así que no tuve más remedio que llamar, cuando mi mujer me vio entrar por la puerta me pegó tal hostia que los tropezones que llevaba pegados en mi cara saltaron como muelles y caí inconsciente al suelo. Cuando conseguí despertarme estaba empapado en sudor, eran las 7 de la mañana del día 23 de diciembre, ojalá ésta patética historia hubiese sido una horrible pesadilla.


Nota del autor

Queridos amigos/as:

Si tenéis pensado salir de celebración estas navidades ojito con la bebida. La historia que acabáis de leer es verídica porque yo fui testigo de ella, bueno, para ser sinceros le ocurrió al primo de un amigo, o al hermano de su primo, o ¿fue a una amiga de mi hermana?, no lo recuerdo exactamente, de lo que estoy seguro es de qué alguien me lo contó.

4 comentarios:

  1. demasiados detalles para ser contado...

    ResponderEliminar
  2. venga josevi, confiesa ... ¿eras tu o que?

    ResponderEliminar
  3. si si, solo ha faltado q al volver d la calle entrara con una rosa de procedencia desconocida, para saber q es una autobiografia disfrazada de cuarentonnnnn!!!!!

    Oso

    ResponderEliminar
  4. Es autobiográfico ?????????????...Ummm no sé... me ha encantado el final , jajajajaja , buenísimo , es lo que todos solemos decir. Te sales!!!!!!!!!

    ResponderEliminar