jueves, 3 de diciembre de 2009

III. De cartón piedra

Con la llegada de las fallas la ciudad entera era un hervidero de gente, el ruido y el olor a pólvora la recorrían de parte a parte. En nuestro barrio la falla se plantaba a escasos cincuenta metros de La Placeta, para ser sincero nunca me fijaba en el monumento que plantaban porque lo único que me interesaba realmente era quemar la mayor cantidad de pólvora posible, eso sí, siempre dentro de mi limitado presupuesto.

Como podréis imaginar aquello era un auténtico polvorín, convirtiendo a La Placeta y su fuente en un auténtico campo de batalla. Debías andar con mucho cuidado porque aquel caótico zafarrancho no entendía de razas, credos, ni religiones, y el más mínimo descuido podía traerte graves consecuencias para tu integridad, así que lo mejor para sobrevivir a la semana fallera era agenciarte un kit básico compuesto por: una mecha que permanecía encendida durante el tiempo que pasabas en la calle y sólo apagabas una vez entrabas en casa, una bolsa de petardos cuyo tamaño variaba en función del presupuesto que tuvieras disponible, calzado deportivo, y por último, el clásico pañuelo y blusón aunque no fueras miembro de ninguna falla.

La mejor manera para detonar aquellos explosivos era utilizar botellas de agua y botes de Coca-Cola, en cuyo interior depositabas el petardo con la única finalidad de reventarlo en el mayor número de trozos posibles. Para ello existía una amplia gama de material pirotécnico, pero lo más utilizado era:

Vacas: petardos de poca intensidad que lo único que hacían era levantar el polvo, pero que servían de gran alivio cuando la economía no daba para más.

Carpinteros: tenían mayor fuerza que las vacas, cuando los colocabas en alguna botella de plástico o de algún bote de Coca-Cola conseguías elevarlos unos centímetros del suelo.

Salidas: eran petardos para uso aéreo, se colocaban dentro de un tubo cartón y se lanzaban a modo de misil. La mejor manera de fabricar un buen lanzamisiles era adosando varios tubos de papel albal sujetos con cinta aislante.

Masclet: sin duda alguna la joya de la corona, y por extensión el producto más deseado por todos. Existían diferentes categorías en función de su intensidad, evidentemente los más potentes eran carísimos y sólo podían venderse a personas mayores de edad, al ser menores solo podíamos aspirar a comprar los de intensidad media, pero para nosotros eran suficientes porque causaban grandes desperfectos.

Cansados de destrozar prácticamente todos los envases que moraban por el barrio, decidimos dar un paso más en nuestra destructiva misión, así que tuvimos la brillante idea de colocar los artefactos en truños de perro y esperar agazapados viendo como la onda expansiva repartía la escatología y fétida carga. Para ello acudíamos a un descampado cercano donde los habitantes del barrio llevan a sus mascotas para que ejercieran su personal momento All-Bran. Aunque era bastante asqueroso y la mayoría de las veces me producía arcadas, recuerdo que mientras preparábamos los dispositivos nos partíamos de risa pensando en cual sería el destino de aquellos pequeños trozos de caca.

Disfrutando de tan asqueroso juego caímos en la cuenta de cual sería la venganza que por fin derrotaría al reaccionario “barbas” y a su fiel chucho, dejando a Edmond Dantès en un vulgar aprendiz.

Aunque no lo parezca era un trabajo concienzudo ya que debíamos utilizar todos los conocimientos matemáticos y físicos que teníamos a nuestro alcance. En primer lugar había que calcular el tamaño del truño, después utilizar la carga de pólvora necesaria para que el efecto fuera lo más devastador posible. Tras varias pruebas dimos con la fórmula mágica, pero había un problema logístico: ¿Cómo transportar el truño hasta la puerta de la tienda?, tras varias deliberaciones aplicamos la lógica de un dicho muy conocido “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma”, hablando en cristiano, necesitábamos un perro que plantara un pino en la puerta. Este era un verdadero problema porque ninguno de nosotros disponía del mejor amigo del hombre, si no lo conseguíamos nuestra ansiada venganza se vería truncada. Buscamos planes alternativos pero eran muy descabellados, ante tal situación comenzamos a desmoralizarnos y a tener el convencimiento de que jamás podríamos derrotar al tirano.

De repente y como una aparición mariana vimos a lo lejos a un chaval que vivía cerca de nuestra calle, aunque nunca habíamos hablado con el porque se había trasladado al barrio hacia poco tiempo, si nos conocíamos de vista. Como no teníamos nada que perder nos acercamos y le preguntamos: ¿podrías hacernos un favor?, con curiosidad contestó: ¿De que se trata?, comenzamos a contarle toda la historia y como aquel tirano nos hacía la vida imposible. Tras unos minutos de reflexión dijo: ¡podéis contar conmigo!. Posiblemente su respuesta afirmativa estuviera condicionada porque al ser nuevo en el barrio, ésta era la única oportunidad que se le presentara para hacer nuevas amistades, y no se equivocó, porque desde aquel día nos hicimos inseparables, convirtiéndose en uno de los nuestros. Una vez localizados todos los ingredientes, sólo faltaba preparar el plato de la venganza, ponerlo a cocinar, para servirlo tal y como mandan los cánones “frío”.

Al día siguiente estudiamos concienzudamente cual sería la hora más adecuada para realizar el ataque final. Como en todas las guerras tendríamos daños colaterales, pero era un precio que había que pagar para acabar definitivamente con la reacción. Después de una larga deliberación decidimos que el mejor momento para ejecutar la operación “Kaka de Luxe”, sería a las 12:00 pm del día 18 de marzo, así que lo único que nos quedaba era comprar el artefacto que la ocasión merecía. Como en una partida de póker vaciamos nuestros bolsillos hasta dejarlos literalmente sin pelusas, y juntamos todas las pesetas de las que disponíamos. C0n el dinero recaudado podíamos comprar un Supermasclet, lo llamaban así porque tenía una fuerza descomunal pero con un gran inconveniente el recorrido de la mecha era muy corto, con lo que tenías escasos segundos para encenderlo y salir por piernas, así que el único modo de ganar algo de tiempo antes de su detonación, era lijando la mecha sobre un superficie rugosa. Como este tipo de material pirotécnico estaba vetado para nosotros le pedimos al hermano mayor de uno de nosotros que nos lo comprara. Sin preguntar para que lo íbamos a utilizar accedió a nuestra petición, sin saber que ese letal artefacto iba a cambiar definitivamente la fisionomía de nuestra querida Placeta.

Ahora sólo quedaba esperar a que diera comienzo el día D, adelantándonos a la gran mascletá que se dispara cada año el día de San José en la Plaza del Ayuntamiento.

CONTINUARÁ…………………………………………

3 comentarios:

  1. quiero maaaaaaaaaas

    espero que no tardes mucho en colgar la siguiente parte de la historia, estoy ansioso por leerla, como no la cuelgues pronto tendré que buscarla en el e-mule :-)

    ResponderEliminar
  2. Supongo que el barbudo de turno y protagonista de esta batalla por entregas ,era el dueño de la papelería de la Placeta...jajajajaja... no sabía yo esta travesura vuestra . En fin estoy ansiosa por saber el final. Un besito.

    ResponderEliminar