martes, 1 de diciembre de 2009

I. La guerra de "dos" mundos

Negras tormentas agitan los aires,
nubes oscuras nos impiden ver,
aunque nos espere el dolor y la muerte,
contra el enemigo nos llama el deber.

El bien más preciado es la libertad,
hay que defenderla con fe y valor.

Alza la bandera revolucionaria,
que del triunfo sin cesar nos lleva en pos.

Alza la bandera revolucionaria,
que del triunfo sin cesar nos lleva en pos.

En pie pueblo obrero, a la batalla!
¡Hay que derrocar a la reacción!

¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación!

¡A las barricadas! ¡A las barricadas
por el triunfo de la Confederación

Éste era nuestro grito de guerra allá por los ochenta. Con los años supimos que era una de las canciones que cantaban los anarcosindicalistas durante la guerra civil, convirtiéndose en el himno oficial de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). No recuerdo como la aprendimos y aunque no entendíamos su significado, nos veíamos reflejados en sus versos, ya que durante años sufrimos la tiranía, el abuso de autoridad, y las injusticas de un auténtico opresor que campaba a sus anchas por el barrio.

Siempre andaba acompañado por su perro, un pastor alemán que tenía verdadera animadversión hacia los críos, en parte gracias a la doctrina recibida por su dueño. Nuestro “enemigo”, no tendría más de cincuenta años, llevaba una poblada barba canosa con tonos amarillentos, conseguidos tras muchos años de consumo de nicotina. Cuando aspiraba aquellas nocivas bocanadas parecía que de un momento a otro fuera a salir en llamas, pues el cigarrillo quedaba prácticamente oculto entre aquel rancio pelaje.

Regentaba un negocio situado en “La Placeta”, bautizada popularmente con ese nombre porque era una pequeña plaza, cuyo centro estaba coronado con una fuente que en otros tiempos manaba agua, pero que ahora se había convertido en un árido paisaje de cemento y loza. Como el barrio estaba carente de parques, los niños de las calles de alrededor acudíamos allí a descargar nuestra infantil adrenalina. El suelo que rodeaba a la destartalada fuente, era de un finísimo mármol ideal para patinar con nuestros añorados monopatines “Sancheski”, piedra angular del skateboard actual, cuya plancha de poliuretano naranja hacía verdaderas escabechinas en nuestras ya de por si castigadas extremidades. También la utilizábamos para resolver nuestras rivalidades con otros chicos del barrio jugando masivos partidos de fútbol.

Lo que más irritaba al “enemigo opresor” era que toda esta serie de lúdicas actividades las realizáramos frente a su negocio, porque según decía, sus escaparates corrían serio peligro de rotura, aparte de espantar su exigua clientela. Así que utilizando todo tipo de tácticas y artimañas, impedía el correcto desarrollo de nuestro tiempo de esparcimiento, pero a pesar de su férreo marcaje siempre conseguíamos nuestro objetivo, ya que nosotros nos amparábamos en el derecho de que la que la calle ¡¡ERA DE TODOS!! , y mientras que no jugáramos dentro de su tienda no podía decirnos nada.

Como ya he contado en alguna ocasión, siempre andábamos a la gresca con la gente que habitaba alrededor de nuestra calle. Hubo una tarde en la que uno de los nuestros recibió un ataque sorpresa, cuando nos enteramos de la noticia fuimos rápidamente a defender su honor, porque estaban terminantemente prohibidas las agresiones siempre que los grupos no fueran superiores a tres miembros. La única forma de resolver este tipo de conflictos era jugando un partido de fútbol en el Estadio Callejero de La Placeta, ganaba quién más goles consiguiera, y terminara con el mayor número de efectivos sobre el terreno de juego.

Aquella tarde nos dispusimos a jugar uno de los partidos más importantes en nuestra corta existencia, habían mancillado el honor de uno de nuestros miembros y eso era como romper la ley de ormeta en la italiana isla de Sicilia. Como auténticos caballeros legionarios acudimos a nuestra crucial cita, parecíamos aquellos valientes prisioneros de guerra ucranianos que aún a sabiendas de sus fatídicas consecuencias, ganaron y humillaron a los soldados alemanes de la Wehrmacht, en el conocido como Partido de la Muerte, que décadas después inspiró a la película, Evasión o Victoria.

Si alguna vez habéis jugado o sido testigos de este tipo de partidos, sabréis que no existen reglas definidas al respecto, aquí se aplicaba la máxima del todo vale, trallón incluido. Debido a la diversidad en las vestimentas era dificilísimo identificar a tus compañeros, de hecho pienso que la banda de Pancho Villa iba muchísimo más uniformada que nosotros, y que decir de realizar tres pases seguidos, así que la mejor manera de disputar el encuentro era recurriendo a la táctica del ¡¡Patá y avant!!.

Todo transcurría con total normalidad: patadas, codazos, tirones de camiseta, algunas gafas volando, hasta que de pronto hubo una falta al borde de la imaginaria área. Como en este tipo de encuentros la figura del árbitro no existía, los conflictos se resolvían entre todos los participantes del encuentro, y por alguno de los espontáneos espectadores, tras mucha deliberación decidimos pitar la falta. La tensión era máxima, el partido estaba muy disputado, las tablas reinaban en el marcador debido al continuo correcalles en el que se había convertido aquel combate en defensa del honor. Nuestro portero colocó una barrera de cuatro y ordenó al resto del equipo que hiciera marcaje al hombre, el mejor lanzador del equipo rival cogió el esférico con la misma sangre fría y convicción con la que Hugo Sánchez lanzaba una pena máxima, lo colocó al borde del área y pegó un tremando disparo, el balón salió despedido como un auténtico proyectil haciendo una extraordinaria parábola, que superó a la impasible barrera. Nuestro portero, con unos reflejos felinos, prolongó su brazo hasta el límite que la física y la naturaleza permiten, y consiguió desviar el potente disparo hacia el medio del terreno de juego ante la atenta mirada de la concurrencia, de repente sin que nadie lo esperara el cancerbero del equipo rival hizo acto de presencia, ya que jugamos con la versión del portero-regateador, conforme bajaba el balón, cogió impulso, y con todas sus fuerzas pegó un tremendo chut que hizo temblar los cimientos de la plaza, pero con tan mala suerte que fue a impactar contra el escaparate del “enemigo opresor”.

Por un instante todos quedamos paralizados, pero al comprobar que el escaparate no había sufrido daño alguno (posiblemente fuera blindado), dejamos que el balón continuara rodando, sin sin saber como, entre toda aquella nube de piernas apareció nuestro barbudo enemigo junto a su inseparable perro y cogió el balón, todos empezamos a recriminarle diciéndole que nos lo devolviera, pero haciendo caso omiso a nuestra petición, aprovechó el momento de confusión y delante de todos lo pinchó.

Recuerdo que se montó un verdadero guirigay, hubieron gritos, insultos, lloros, ladridos, pero como éramos pequeños teníamos todas las de perder, así que no quedo más remedio que retirarnos. Conforme nos marchábamos se quedó en la puerta de su tienda con el balón en una mano, y acariciando a su perro con la otra, sus camuflados labios dibujaban una sonrisa de satisfacción al verse ganador de la batalla, lo que no sabía era que posiblemente perdiera la guerra.



CONTINUARÁ ………………

3 comentarios:

  1. Nos tienes en ascuas... ¿qué pasó?¡¡¡¡¿¿¿QUÉ PASÓ???!!!!

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  2. Esto da para un guión de peli de jolibud, le has mandado una copia a Spielberg?

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  3. Hola guapo,

    me ha encantado tu blog, lo he empezado a leer esta mañana y me ha tocado salirme a la obra porque me he puesto a llorar de la risa, jo, la verdad es que que tiempos, yo jugaba mas en el pueblo, alli tenia mi Akimoto de G.A.C. (Jorge aun la ha conocido) en Ruzafa cuando empece a salir ya era un poco mas mayor y no haciamos tanto mal.
    Besos,

    Maria

    P.D. me he alegrado un monton de saber de ti, enhorabuena por Emma y por el blog

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