jueves, 12 de noviembre de 2009

Los buscavidas

Cuando eres pequeño las vacaciones estivales son eternas hasta el punto en que pierdes totalmente la noción del tiempo y como es de imaginar el aburrimiento era una palabra desconocida para nosotros. Durante aquellos largos días de ocio y diversión siempre teníamos algo que hacer. Habitualmente pasábamos toda la mañana dentro del agua hasta que los dedos se nos arrugaban como pasas y si la tarde no ofrecía ningún plan mejor acudíamos a pescar cangrejos en uno de los muchos canales que riegan los arrozales del parque natural de la Albufera, ofrenciendoles un suculento banquete a base de hígado de pollo.

Como a cualquier chico de nuestra edad el mejor lugar donde pasar las horas era en los recreativos echando unas partidas, con el joystick en una mano y con la otra sujetando una gran bolsa de chucherías. Como todavía éramos “petardos”, la paga semanal no daba para mucho, así que para subvencionar nuestros prematuros vicios había que buscar otras fuentes de financiación que no fueran los bolsillos paternos.

Existían varias maneras de conseguir unas “pesetas” extras durante las vacaciones. Las más codiciadas sin lugar a dudas eran dos: echar una mano a los dueños de las atracciones de feria que instalaban en el paseo marítimo, a cambio de veinte duros y saltar por tiempo ilimitado en las camas elásticas, y montar las terrazas de los garitos donde al caer la noche la gente se dedicaba a tomar su semanal baño de alcohol. Pero lamentablemente estos puestos estaban reservados exclusivamente para los habitantes del pueblo, así que a lo único que podíamos aspirar los veraneantes era a recoger envases de vidrio para luego canjearlos en las tiendas de ultramarinos.

En los ochenta no existía entre la población conciencia de reciclaje, todos los desperdicios se vertían al mismo contenedor, y la única forma conocida era llevar los cartones y papeles a la trapería para venderlos al peso, y los envases de vidrio o también llamados retornables a las tiendas de alimentación.

Con gran esmero nos dedicábamos a recorrer todos los rincones del pueblo para conseguir el máximo número de cascos posibles. La verdad es que racionalizábamos muy bien nuestro trabajo. El día de antes seleccionábamos la zona a explorar y después acordábamos el orden de búsqueda. En primer lugar acudíamos a los lugares donde la juventud de la época se reunía para hacer su particular “botellón, luego continuábamos la búsqueda por contenedores y para terminar peinábamos la zona de la playa rebuscando en las papeleras.

Después de jornadas maratonianas los resultados económicos no colmaban nuestras expectativas, así que decidimos urdir un plan para dar un giro al negocio, y rentabilizar al máximo nuestro trabajo, aunque los métodos utilizados no fueran muy ortodoxos, pero en el amor y en la guerra todo vale.

Durante días estudiamos al milímetro todos y cada uno de los locales con los que hacíamos nuestro particular negocio, observando sigilosamente sus normas de conducta, y su forma de vida. Tras muchas horas de investigación llegamos a la siguiente conclusión:

Pinchar en la imágen.



Evidentemente nuestro objetivo era sin lugar a dudas “Ultramarinos Porra”, pero para perfeccionar el plan había que acudir in situ para comprobar que nuestro golpe maestro iba a funcionar.

Aquella mañana aunque un poco nerviosos estábamos exultantes, parecíamos los “Rat Pack” en la “Cuadrilla de los once” con Frank Sinatra a la cabeza, dispuestos a robar los cinco mayores casinos de Las Vegas, con la única diferencia que en vez de vestir impecables trajes de corte italiano y lustrosos zapatos de piel, calzábamos unas simples cangrejeras a juego con unos “rockys” tan en boga en los estíos ochenteros.

Aprovechando la hora punta en la que las madres acudían a realizar sus compras diarias, entramos en el establecimiento para canjear nuestra preciada mercancía. La tendera que estaba al frente del negocio, como andaba estresada ante tal avalancha de gente y para despacharnos rápidamente, contaba los envases, los anotaba en un papel, y confiando en nuestra infantil inocencia, nos enviaba al fondo de la tienda para depositarlos en una jaula metálica destinada a estos menesteres.

Al final de la tienda y junto a la puerta trasera estaba este inmenso contenedor metálico con diferentes compartimentos, en los que depositabas el envase dependiendo de su marca. La parte derecha albergaba los envases de gaseosa (La Casera y La Senyera), la parte central estaba destinada a los refrescos por excelencia (Coca-Cola y Fanta), por último la parte izquierda era para las litronas. Sus cascos, junto a los de la “chispa de vida” eran los más cotizados, porque se pagaban a un precio mayor que el resto. De hecho en aquella zona de playa eran los más consumidos porque aunque nos ahora nos quejamos, los cubatas siempre han sido caros, y la mejor manera de emborracharse por poco dinero, era bebiendo unos cuantos litros de calimocho y cerveza. Junto a esta jaula había una más pequeña, bautizada por nosotros como la del “rebuig”. Allí se depositaban las botellas de vino y el resto de envases por los que no pagaban nada. Como buenos e inocentes chicos siguiendo a rajatabla las indicaciones de la amable tendera dejábamos los envases en la jaula, pasábamos por caja a cobrar y nos marchábamos.

Como estaba previsto nuestro plan había sido un éxito, ¿y os preguntareis?, ¿dónde está el truco?, pues ahora os lo explico:

Mientras que unos entraban a la tienda, el resto esperaba en la parte de atrás. La operación era muy sencilla, en vez de depositar los cascos en la jaula los sacábamos por la puerta trasera, así siempre canjeábamos los mismos. "Simple y efectivo" o como decía el Coronel John Hannibal Smith: “Me encanta que los planes salgan bien”.

Desde aquel día nuestras ganancias empezaron a crecer hasta límites insospechados, y cuanto más teníamos más queríamos, nos pasábamos días enteros jugando en los recreativos y comprando chucherías a mansalva. Así que decidimos dar una vuelta de tuerca a nuestro exitoso plan. En vez de sacar solamente nuestros envases, ya que estábamos junto a la jaula ¿Por qué no coger algunos prestados?, como podréis imaginar esta genial idea funcionó a la perfección, hasta que todas nuestras expectativas se vieron truncadas por un acontecimiento que no esperábamos, y acabo cumpliéndose la máxima de que no existe crimen perfecto.

La tienda de ultramarinos que tantas tardes de gloria nos había concedido, bajaba la persiana para siempre. Recuerdo aquel momento como si fuera ayer porque un sentimiento de culpa cayó sobre nosotros como una pesada losa y la zarpa del arrepentimiento golpeó nuestras caras. Sin ningún tipo de escrúpulos y sin pensar en las consecuencias, habíamos vendido a la Sra. Porra por 30 monedas de plata, y lo más ruin de todo es que habíamos traicionado la confianza depositada en nosotros. Como auténticos pasmarotes nos quedamos frente a la tienda viendo el trasiego de gente que se dedicaba a desmontar aquel negocio que tan fructífero había sido para nuestras avariciosas manos.

Aquel día y a pesar de nuestra corta edad, la vida nos dio un duro golpe y aprendimos una lección que jamás olvidaremos. Como Don Quijote luchando contra los molinos, esa era una batalla perdida, pero demostrando más lucidez que el chiflado caballero, nuestra tendera preferida cerró la tienda de ultramarinos para montar unos “recreativos”. Cansada de los desfalcos a los que se veía sometida, ¿pensó?: “que le limpien la jaula a otro y sus sucios beneficios los gasten en mis recreativos”.

Y así fue, el destino nos dio una segunda oportunidad para redimir nuestros pecados, y desde aquel momento firmamos un pacto no escrito en virtud del cual todos nuestros fraudulentos beneficios los invertiríamos en su nuevo negocio.

Personalmente me siento orgulloso de aquellas trastadas y por supuesto las volvería a hacer, porque servían para agudizar nuestro ingenio, nuestra creatividad y lo más importante de todo, terminábamos las vacaciones ampliando nuestra formación académica con un “Master in Business Administration”, eso sí callejero.

2 comentarios:

  1. Seguro que el cabecilla era de La Plata (o Monteolivete si prefieres)...

    ResponderEliminar
  2. a vuestra edad, tan jóvenes y hundiendo negocios ...

    ResponderEliminar