lunes, 14 de diciembre de 2009

Felices Fiestas

Con la llegada del sorteo de la lotería comenzaban oficialmente las vacaciones navideñas. Mientras los niños de San Idelfonso repartían alegría a unos pocos y salud a la mayoría, nosotros nos dedicábamos a decorar el árbol de navidad, mi madre ajena a todo este jolgorio aprovechaba para realizar acopio de todas las provisiones necesarias para abastecer los estómagos de nuestra extensa familia.

A parte de los dulces y frutos secos típicos de estas entrañables fechas, el producto estrella de nuestra casa para deleitar a los comensales después de las copiosas comidas, eran las “uvas con aguardiente” que mi madre preparaba de manera artesanal. La receta era muy sencilla, pero el secreto de su éxito dependía de que los productos utilizados fueran de la mejor calidad, para ello, el aguardiente lo compraba en las Bodegas Tarrasó, un pequeño comercio familiar que se dedicaba a la venta de aceites y licores, las uvas las compraba en la parada que Quiquet tenían en el mercado de Monteolivete. Una vez adquiridos los productos se introducían en un bote de cristal y se dejaban macerar hasta que las uvas debido a los efectos etílicos del aguardiente adquirían un color negruzco. Aunque era pequeño me las ingeniaba para apropiarme de este rico manjar y disfrutar de su sabor, la mejor manera de comerlo era sorbiendo todo el jugo que desprendía la uva para después masticarla lentamente, dejando una mezcla ardiente y anisada en la boca.

El mayor seguidor de esta pequeña delicatesen era mí tío que como cada año venía de Madrid para pasar las navidades con la familia. Su llegada era una de las mejores noticias, porque a parte de la alegría por verle, mi hermano y yo teníamos asegurada la correspondiente visita al circo y a la feria. Nada más llegar nos llamaba desde casa de mis abuelos y nos decía que pasáramos a recogerle al día siguiente para acudir a nuestra anual cita con la diversión. Todos los años seguíamos la misma pauta, lo primero que hacíamos era visitar la catedral y realizar una ofrenda a la Virgen de los Desamparados, luego aprovechando los puestos callejeros que se montaban en navidad, me obsequiaba con un reloj y a mi hermano con un juguete, después cogíamos un taxi y acudíamos al santo santorum de las fiestas navideñas ¡¡ LA FERIA!!.

La feria de navidad se montaba en el viejo cauce, no se porque razón pero aquel lugar me dejaba completamente hipnotizado, posiblemente fuera por aquella mezcla de olores a algodón de azúcar, castañas asadas, y el inconfundible aroma a la fritanga de embutidos, o por aquel girigay de sonidos y luces que desprendían las tómbolas y atracciones, daba igual las veces que la visitara, pero aquel magnetismo me fascinaba de tal manera que me pasaba la mayor parte del tiempo con la boca abierta.

Una vez recorrido el recinto no dedicábamos a lo que más nos gustaba, echar interminables partidas en las míticas “Carreras de Camellos”, gracias a ellas acabamos convirtiéndonos en auténticos profesionales, de hecho pienso que una de las razones por las que desaparecieron estas atracciones fue, porque cada vez que jugamos nos hacíamos con todos los premios. La mecánica del juego consistía en lo siguiente: como en una pista de atletismo habían diez calles ocupadas por camellos, a cada participante se le asignaba un camello, para hacerlos avanzar disponías de tres bolas que tenías que introducir por unos orificios que en función de su color hacían que tu camello avanzara con mayor rapidez. Los de color rojo lo hacían avanzar cuatro posiciones, los de color azul (tres), los amarillos (dos), y los verdes (una).

El maestro de ceremonias con esa voz que caracteriza a los feriantes daba la salida diciendo: ¡¡Comienza la carrera a ver quién se lo lleva!! , a partir de ese momento comenzabas a lanzar bolas como si fuera tu vida en ello, mientras tanto animaba la carrera diciendo: ¡¡Avanti tuti a tuti jorobich!! ¡¡El seis va en cabeza y el cuatro no se entera!! , pasados unos minutos sonaba una campana que daba por terminada la carrera y el director de la misma decía:¡¡ El siete ganador, el siete vencedor!! , al que le obsequiaba con una botella de cava de dudosa procedencia. Pero ahí no terminaba el asunto, porque los cinco primeros clasificados pasaban a la gran final en la que si conseguías la victoria podías elegir entre los siguientes premios: Muñeca Chochona, Payaso Nicolás o una infinidad de cachivaches que hasta los mismos chinos no se atreverían a vender en sus tiendas. Una vez vaciada la estantería de premios mi tío nos dejaba en casa y nos despedíamos hasta la comida del día de Navidad que se hacía en casa de mis abuelos.

Después del altercado que tuve con Papa Noel cuando le administre aquella tremenda paliza al confundirlo con el hombre del saco, la mañana de navidad no había ningún regalo a los pies del árbol, pero no importaba porque siguiendo la tradición familiar aquel día se reservaba para obsequiarnos con las estrenas.

Con nuestras mejores galas acudíamos a disfrutar del ágape que nuestros abuelos preparaban año tras año y consistía en: Sopa cubierta acompañada por la típica pelota de navidad, de segundo carne mechada, y para postre flan casero con piña y melocotón en almíbar. Cuando entraba en casa mí tío Miguel me esperaba en el comedor, y yo corría a través del pasillo para acabar subido en sus brazos tocando el techo. Durante la comida mi abuelo presidía la mesa, y junto a su inseparable cigarrillo nos contaba las mismas historias de siempre, aunque me las sabía de memoria no me importaba escucharlas porque para él era una gran satisfacción hacernos participes de una parte de su vida.

Una vez terminada la comida acudíamos a casa de mis tíos donde mis primos esperaban ansiosos nuestra llegada para que la abuela nos obsequiara con sus abundantes estrenas. Como mujer de costumbres que era, nos hacía colocarnos en fila empezando por el de menor edad y terminado por el mayor, una vez colocados y como si de una gran matriarca se tratara, nos hacia extender la mano y contar junto a ella aquellos billetes que según decía los guardaba debajo del colchón.

Tras un día agotador y con los bolsillos llenos de pasta sólo quedaba esperar a que la noche de reyes, los magos y sus pajes vinieran con los sacos llenos de regalos, pero esta historia la dejaremos para el año que viene.

¡¡Felices Fiestas a tod@s!!

Dedicado a los presentes y a los ausentes.

2 comentarios:

  1. Feliz Navidad a vosotros también!

    No tuve la suerte de probar vuestra Feria, ya que por aquellos tiempos yo habitaba por otras tierras, pero debió de ser buena ya que más gente me ha hablado de ella.

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  2. jajajajajajajaja!!!!!!!!!!!!!!!!! Avanti tutti , a tutti jorobich, jajajajaja, que me parto, el hombre de esa atracción junto con el de "pan ,jamón, chorizo y vino ",eran los aunténticos amos de la mitica feria jjjjjjjjjajaaaaaaaaaaaaaa , imposible de olvidar.¡ Que recuerdos tan bonitos ! Besazo

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