lunes, 28 de septiembre de 2009

La aristocracia del barrio

Un PARAISO FISCAL es un país extranjero que posee una serie de características peculiares, la más importante de las cuales es que aplica impuestos mínimos o cero sobre capitales extranjeros. Actualmente existen más de 200 jurisdicciones que ofrecen uno u otro incentivo a los inversionistas no residentes. Muchos de estos países también son lugares paradisíacos para vacacionar.
(Fuente consultada: Injef)

Uno de ellos es Andorra, ese bello principado pirenaico situado entre España y Francia destino turístico para los amantes de los deportes de invierno y de la naturaleza. Durante los 80 fue por excelencia el lugar elegido para realizar el viaje de fin de curso. El motivo principal no era que los niños de la época conocieran mundo y disfrutaran de unos días fuera de la vigilancia paterna. La realidad era otra bien distinta. La mayoría de los españoles no disponía de grandes capitales que evadir así que la única manera de aprovechar las facilidades que el pequeño principado ofrecía y poder ahorrar unas cuantas pesetas (cuanto os añoramos) era la exención del IVA en todos los productos que comercializaban. En vez de comprar el típico suvenir que acababa llenándose de polvo en la estantería del salón, los padres encargaban a sus pupilos la compra de los productos estrella cuando se visitaban tierras andorranas: mantequilla, azúcar, tabaco y alcohol. Eso sí, siempre y cuando no excedieran de las cantidades legalmente permitidas para no incurrir en delito.

Junto a mi colegio había un pequeño quiosco donde se vendían toda clase de artículos para la vida de un estudiante, principalmente material de papelería, chucherías y productos de bollería industrial. Estaba regentado por una respetable viuda. Como podemos suponer, siempre vestía de riguroso negro para honrar el alma su difunto esposo. Su aspecto, al igual que el del quiosco, era un poco siniestro y desaliñado. Recuerdo que a la salida del colegio íbamos a su tienda a comprar y, dicho sea de paso, a coger alguna cosa sin permiso. Aunque éramos pequeños nos preguntábamos como era posible que con los saqueos a los que era sometida por parte de todo el colegio, esa pobre mujer pudiese subsistir. Misteriosamente, una semana al mes desaparecía de su puesto de tendera, dejando al cargo a su hija, evidentemente con ella los desfalcos persistían y dejábamos temblando las existencias de aquel quiosco.

Muchas leyendas se escuchaban sobre sus desapariciones en parte alimentadas por nuestras mentes calenturientas. Todos creíamos que aquella mujer guardaba un oscuro secreto en su trastienda. Según decían, como no había podido superar la muerte de su marido, no lo había enterrado y lo conservaba en una urna de formol junto al congelador de los ‘flashes’. Así que, cuando se ausentaba del quiosco, era para dedicarse en la trastienda al mantenimiento del cadáver.

Por aquel entonces si querías escuchar música con buena calidad de sonido tenías que comprarte un radiocasete y la mejor marca del momento según los expertos era Sanyo. Llevábamos varios meses dando la tabarra a mi madre para que nos lo comprara. Estábamos cansados de escuchar la música en el viejo tocadiscos de mi padre y lo que estaba de moda era escuchar los sábados por la mañana la lista de los 40 principales (sí, ya existía, no somos tan viejos). Después de mucho pelear, mi madre accedió. Mis hermanas y yo saltamos de alegría y empezamos a preparar una lista con los casetes que íbamos a comprar. Nada más recibir la buena noticia y rebosante de felicidad acompañé a mi madre a por el radiocasete. Comenzamos a caminar cuando de pronto y ante mi sorpresa se paró delante del quiosco de la viuda y entramos en él.

Mi madre saludó a aquella señora con familiaridad y empezaron a hablar. Recuerdo que la viuda anotaba en una libreta (de las de gusanillo) lo que mi madre le iba diciendo, a continuación le entregó un billete de 1.000 pesetas y nos fuimos.

Durante aquella extraña transacción empecé a temblar de miedo, mi mundo se vino abajo, estaba más claro que el agua. Aquella mujer era más lista de lo que nos pensábamos. No sé como podía haber ocurrido pero en aquella libreta tenía anotado todo lo que nos habíamos apropiado sin permiso y, de alguna manera, había conseguido localizar a todas las madres para que pasaran a liquidar las deudas de sus pequeños delincuentes.

Cuando salimos pusimos rumbo a casa. Debido a la tensión del momento no se me ocurrió preguntar por qué no íbamos a por el radiocasete. Se mascaba la tragedia, sabía que en cualquier momento me iba a caer una buena reprimenda, pero como estábamos en plena calle seguramente se esperaría a que llegáramos.

Nada más abrir la puerta mis hermanas preguntaron por el radiocasete. Mi madre les informó que ya estaba todo solucionado y que tuviesen un poco de paciencia. No entendía absolutamente nada, así que me armé de valor y esperando la mayor bronca de mi vida le pregunté: ¿Por qué le has pagado 1.000 pesetas sino has comprado nada?

Ante mi asombro e incredulidad, mi madre soltó una carcajada y me contó de primera mano aquel oscuro secreto que durante tanto tiempo había perturbado las mentes de todos los niños del colegio y de parte del barrio. La viuda usaba su pequeño negocio como tapadera. Su principal fuente de ingresos manaba de la compra-venta de toda clase de artículos traídos de estraperlo desde Andorra. ¡¡¡Toma ya!!! , tanto tiempo pensado que lo que había en la trastienda era una urna de formol y lo que realmente tenía era un arsenal de productos de contrabando. Ahora ya empezaban a cuadrar las cuentas, por fin entendí su permisividad mientras que le expoliábamos su quiosco como vulgares delincuentes. ¡¡Será posible!! Nosotros preocupados por su subsistencia y resulta que la tía era más peligrosa que Al Capone.

La consigna era clara. Aparte de los productos estrella podías encargarle cualquier mercancía si cumplías con tres requisitos: el primero ser madre, el segundo pagar el 50% del encargo por adelantado y el resto a la entrega y el tercero que cupiese en su maleta de viaje. A día de hoy no me explico como esa señora podía traerse aquellos encargos en una sola maleta. Le pregunté a mi madre por ese secreto pero no lo supo desvelar, desgraciadamente al igual que el asesinato de J.F Kennedy seguirá siendo un misterio por resolver.

Cuando llegué al colegio desvelé el gran secreto, pero nadie me creyó, les insistí pero no hicieron ningún caso de mis explicaciones. Ellos siguieron a los suyo, pensando que en la trastienda estaba el cadáver de su difunto esposo y aprovechando el momento en que la señora recogía los ‘flashes’ del congelador para vaciar las cajas de gominolas.

A partir de aquel día ya no participé en los saqueos. Para mí ya habían perdido todo el encanto, prefería ir a casa y junto a mis hermanas disfrutar de nuestras cintas favoritas en nuestro “Sanyo de contrabando”. En especial recuerdo una que mi hermana y yo escuchábamos sin descanso. Era del Dúo Dinámico y mi padre nos la compró un sábado por la tarde en Lanas Aragón.

¡¡ LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO!!

Espero haberte refrescado la memoria. Un beso.

3 comentarios:

  1. Los de la Plata siempre habéis sido un poco manguis. Aún recuerdo cuando tus conciudadanos hacían batidas en mi barrio, aprovechando la diferencia de edad de un barrio joven...

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  2. Por supuesto que me acuerdo de esa tarde, me hizo tanta ilusión tener esa cinta que me aprendí todas las canciones de memoria y nunca las he olvidado. Gracias por tenerme en tu pensamiento aunque no pueda evitar llorar , creo que estoy muy sensible últimamente.
    "Amparin la de la tienda" será mítica por sus productos de extraperlo, por sus dientes carcomidos que siempre estaban "rosegando" mientras hablaba y por sus uñacas negras y mal pintadas ja,ja,ja,...hay cosas que son únicas y Amparin fue una de ellas, sobre todo por lo chungo de su aspecto ja,ja,ja,...

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  3. Andorra, la tierra prometida de los 80's, y yo todavía sin haber puesto todavía el pie allí (será porque tampoco tengo afición al sky??)

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